EL PEREGRINO RUSO

(Autor: Anónimo)

 

(Fuente: abandono.com)


Introducción

 

Capítulo Primero

 

Capítulo Segundo

 

Capítulo 3

 

 

PREFACIO


 «Cuando un peregrino venga a visitaros, prosternaos ante él. No ante el hombre, sino ante Dios.» Si esto es así, y lo es de autoridad de quien lo pronunció (1), lo es, yo diría, de modo eminente por lo que se refiere al protagonista, a la vez que relator, de la obra que nos ocupa.

Por la puerta que abramos para acoger a este peregrino solitario, va a penetrar de algún modo la presencia de Dios; viva presencia que va a iluminar nuestra alma en la medida de nuestras necesidades y de nuestros anhelos.

 

Exhortación magnífica y poderosa a la vida espiritual, a la vez que guía, estímulo y consuelo en ella, este «pequeño clásico» de la espiritualidad, pequeño por su sencillez y humildad y «clásico» por su extraordinaria difusión y acogida, es obra, sin duda, de un experto guía de almas, capaz de ordenar en una secuencia gradual, no según una ordenación lógica o, para el caso, teológica, sino específicamente espiritual una serie de relatos que, a primera vista, pueden parecer desprovistos de una hilación e intención determinadas.

 

El camino que recorremos con el peregrino es tanto un itinerario espiritual en su anécdota concreta, configurada por la sucesión de sucesos exteriores, como también, y fundamentalmente, por la enseñanza específica contenida en cada uno de ellos, que nos adentra progresivamente en la vía espiritual, tal como es concebida por la tradición hesicasta en particular.

Se nos describen todas las etapas de la vía, desde la inicial inquietud del alma que despierta a la llamada de lo alto, hasta la llegada a la hesychia, el «santo silencio», pasando por las fases de purificación e iluminación previas de aquélla.

 

Este «testamento» del hesicasmo, como yo gustaría de calificar esta obra, constituye un testimonio inapreciable de éste, «la rama más directa y más intacta de la iniciación crística… que de los Padres del desierto hasta el peregrino ruso representa indiscutiblemente el patrimonio más inalterado de la espiritualidad cristiana primitiva, es decir, propiamente crística, y su expresión más pura y profunda» (2) a la que no será seguramente aventurado suponer extinguida ya prácticamente, por lo menos por lo que se refiere a su manifestación visible.

 

Los dos pilares de la vía, la doctrina y el método, son reiteradamente expuestos y comentados desde diversos ángulos. La primera, recogida en la Filocalia, «tesoro de la sabiduría espiritual», como la califica su editor, Nicodemo el Hagiorita; y el segundo, sintetizado en la «oración de Jesús», invocación del Nombre divino, acto que constituye el «recuerdo» de Dios por excelencia, satisfaciendo así al mandamiento que los engloba a todos, según afirma, entre otros, Gregorio el Sinaíta, figura central en el desarrollo histórico del hesicasmo: «Por encima de los mandamientos hay el mandamiento que los contiene a todos: el recuerdo de Dios: Acuérdate del Señor tu Dios en todo momento (Dt., VIII, 18). Es en razón de éste por lo que los demás han sido violados, es por él por lo que se guardan. El olvido, en el. origen, destruyó el recuerdo de Dios, oscureció los mandamientos y descubrió la desnudez al hombre»(3).

 

La obra no ha de defraudar, pues, al buscador dispuesto a llegar hasta el fondo, hasta la raíz de nuestra situación actual de olvido de Dios y a repararla en la medida de sus posibilidades y de los designios de la Providencia, habida cuenta del carácter total de una vía que, como la hesicasta, tiene por meta la unión del alma con Dios, en total identificación esencial. Pero la obra puede ser abordada desde una perspectiva menos radical, pues ofrece igualmente, y yo diría necesariamente, elementos que pueden quedar circunscritos a la sola esfera moral, ofreciendo un mosaico de virtudes ejemplares que pueden mover al alma piadosa a imitarlas y dar a la tibia estímulo suficiente al fervor.

 

Y asimismo, en otro orden paralelo de cosas, la obra constituye, a nivel histórico, una pincelada que nos traza el perfil espiritual de la Santa Rusia en los años inmediatamente anteriores al zarpazo implacable de la Bestia, que la iba a convertir en la Siniestra Rusia.

No vamos a extender estas consideraciones generales sobre la obra. Es de por sí lo bastante explícita como para no necesitar apenas presentación. De cualquier modo, por lo que se refiere al aparato erudito, la introducción y las notas de la primera parte proveen suficiente material, y por lo que hace referencia a su valoración espiritual, el prólogo a la segunda hablará mejor que estas líneas.

 

Para esta edición, completa por incluir en su segunda parte tres relatos, inéditos en castellano, que aparecieron posteriormente pero que son indisociables de los primeros, se ha partido, para su primera parte, de la traducción francesa de Jean Gauvain (seudónimo de Jean Laloy), la más difundida de las versiones occidentales, de la que se han respetado la introducción y las notas salvo pequeñas alteraciones que se han estimado oportunas; y, para la segunda, de la traducción inglesa de R. M. French, que ofrece, por lo general, mayores visos de rigor y exactitud que la francesa de la Abadía de Bellefontaine, a la que, no obstante, se ha tenido igualmente presente. Para esta segunda parte, hemos contado asimismo con la colaboración de M. Charles Krafft, gran conocedor de la materia, quien ha tenido la gentileza de escribir un prólogo especialmente para esta edición española.

 


 

NOTAS AL PREFACIO

1 El Abad APOLOS. Cfr. Apophtegmata Patrum (citado por Paul Evdokimov, Les âges de la vie spirituelle, París, 1964, p. 230).

2 Frithjof SCHUON, De l'Unité transcendante des Religions, cap. IX, «De l'initiation christique», París, 1968, pp. 155 y 161.

3 Jean GOUILLARD, Petite Philocalie de la prière du coeur, «Livre de Vie», número 83-84, París, 1968, p. 177.

 

 

INTRODUCCION

A Pierre Pascal

Habiéndome llamado la atención una breve nota de Nicolás Berdiaev, descubrí este librito en la Biblioteca de Lenguas Orientales de París. A pesar de las preocupaciones de un período de exámenes, no lo dejé de mis manos durante toda una tarde, porque mejor que muchas novelas, estudios y ensayos, revela el misterio del pueblo ruso en lo que posee de más secreto: sus creencias y su fe.

Nadie se extrañará de la oscuridad en que quedaron los Relatos de un peregrino, si se tiene en cuenta las condiciones de su publicación. Vieron la luz por primera vez en Kazán hacia el año 1865, en forma muy primitiva, con muchas faltas. Hasta el año 1884 no se hizo una edición correcta y accesible de esta obra. Ni era posible que en pleno movimiento socialista y naturalista tuviera mucha resonancia. Sólo después del 1920 se echa en falta una nueva edición, con ocasión de que muchos corazones emigrados conocerán la nostalgia de la patria. El libro fue impreso de nuevo en 1930 bajo la dirección del profesor Vyscheslavtsev 1. La presente traducción está hecha según este texto.

Los Relatos fueron publicados sin nombre de autor. Según el prefacio de la edición de 1884, el Padre Paisius, abad del monasterio de San Miguel Arcángel de los cheremisos en Kazán, habría copiado su texto de un monje ruso de Athos, cuyo nombre ignoramos. Numerosos indicios nos inclinan a creer que las narraciones fueron redactadas por un religioso después de sus conversaciones con el peregrino. Esta hipótesis no quita en modo alguno al libro su carácter de autenticidad. El peregrino, simple campesino de treinta y tres años, sólo conoce el estilo oral. La redacción de sus aventuras le habría costado grandes esfuerzos, y parecería que numerosas expresiones convencionales habrían reemplazado el lenguaje arcaico y sencillo que constituye el encanto de sus narraciones. En cambio, un confidente inteligente habría podido captar exactamente el tono del peregrino y transmitir sus palabras al lector. Muchos son los místicos que no nos han comunicado sus experiencias sino con la ayuda de un cronista que con gran arte sabe ocultarse tras los misterios que revela. Acaso sea este personaje el ermitaño de Athos, o quizá el Padre Ambrosio, el gran solitario de Optino -maestro de Iván Kireevski, amigo de Dostoievski, de Tolstoi y de Leontiev-, entre cuyos manuscritos fueron encontrados otros tres relatos 2, de tono más didáctico, y publicados en 1911.

Los relatos pertenecerían así al movimiento literario ruso del siglo XIX, en lo que tiene de más sereno y de más puro. En el tumulto de los escritos poéticos, romancescos y revolucionarios, en los que con tanta violencia se entrechocan las tendencias extremas del carácter ruso, se echaba de menos esta nota inocente y cristalina que sin duda constituye su tónica secreta.

El peregrino hace que el lector penetre en el corazón mismo de la vida rusa, poco después de la guerra de Crimea y antes de la abolición de la servidumbre, o sea entre los años 1856 y 1861. Desfilan por la obra todos los personajes de la novela rusa: el príncipe que intenta expiar su vida disipada, el conductor de postas borracho y pendenciero, y el escribano de provincias, incrédulo y liberal. Los condenados a trabajos forzados pasan en caravanas hacia Siberia, los correos imperiales agotan a sus caballos en las llanuras infinitas, los desertores rondan en las selvas apartadas; nobles, campesinos, funcionarios, miembros de diferentes sectas, maestros y curas de pueblo, toda esta antigua Rusia resucita con sus defectos, el menor de los cuales no es la embriaguez, y con sus virtudes, entre las que brilla con mayor esplendor la caridad, el amor espiritual del prójimo, iluminado por el amor de Dios. Todo esto encuadrado en la tierra rusa, llanura inmensa hasta perderse de vista, selvas desiertas, ventas a la vera de los caminos, iglesias de colores claros y campanas refulgentes y sonoras. Y no obstante, jamás se detiene el campesino a describir el rostro de estas apariencias sensibles. Cristiano ortodoxo como es, su preocupación se fija en lo absoluto.

Para conducir sus pasos en este empeño, no tiene el peregrino sino dos libros, la Biblia y una colección de textos patrísticos, la Filocalía 3. Basta este nombre para definir la escuela a la cual pertenece. Ruso del siglo XIX, el peregrino es un hesicasta (de calma, silencio, contemplación).

El hesicasmo se remonta a los primeros siglos del cristianismo. Su origen se encuentra en el monte Sinaí y en los desiertos de Egipto. En la Iglesia oriental aparece como la corriente mística por oposición a la tradición puramente ascética que arranca de San Basilio y que domina durante mucho tiempo como consecuencia de la condenación del origenismo en los siglos V y VI. Inspirándose en Orígenes y en Gregorio de Nisa 4, la mística oriental pone como fin del alma la definición. La naturaleza humana es buena, pero está deformada por el pecado. Hacerla retornar a su primera virtud, restablecer en el hombre, hecho a imagen de Dios, la semejanza divina, obra de la gracia, he aquí el camino de la salvación. Bajo la acción de la gracia, el espíritu, liberado de las pasiones por la ascesis, se eleva a la contemplación de las razones de las cosas creadas, y llega a veces hasta la «noche luminosa», la oscura contemplación de la Santísima Trinidad. Tal es el fin al que se consagran los solitarios y los grandes místicos de los diez primeros siglos cristianos. Para fijar el espíritu en las realidades invisibles, algunos de ellos adoptarán procedimientos técnicos, tales como la repetición frecuente de una breve plegaria, el Kyrie eleison. Ningún católico se extrañará de esto que no deja de tener semejanza con el rezo del rosario. Por estar unida al dogma de la resurrección futura, la idea de una participación del cuerpo en la vida espiritual es en sí profundamente ortodoxa. Así es como poco a poco se va desarrollando lo que, un día, en medio de encarnizadas controversias, será llamado hesicasmo.

A partir del siglo XI, esta doctrina tiende a corromperse. Bajo la indirecta influencia de San Simeón el Nuevo Teólogo, se atribuye a las visiones y revelaciones sensibles exagerado valor. Nadie podrá ser considerado cristiano si no ha conocido y experimentado concretamente la gracia. Inquietante teología a la cual se oponen las palabras de Santa Juana de Arco a los doctores que le preguntaban si estaba en estado de gracia: Si no lo estoy, que Dios me ponga en él, y si lo estoy, que en él me guarde Dios. Más allá no puede ir el cristiano sin correr riesgos. La acción de Dios en el alma es esencialmente misteriosa, «transpsicológica», empleando la expresión de Stolz 5.

El andar tras las iluminaciones conduce, en efecto, al menosprecio de las prácticas ascéticas y a buscar medios considerados como más eficaces para llegar a las visiones. Que es el peligro del «camino breve» y del quietismo en el que el alma corre el riesgo de quedar fulminada. Por parecida evolución se concede demasiada atención a los procedimientos corporales, a la posición del cuerpo y al papel del corazón en la oración. El hesicasta del siglo XIV que espera salvarse «sin trabajo y sin dolor», olvida que, en la vida espiritual, todo es gracia, y que nadie puede decir: Jesús es el Señor, si no es por gracia del Espíritu Santo (I Cor., 12, 3).

Esta doctrina es la que, a pesar de las controversias del siglo XIV, fue transmitida a Rusia por el starets Nilo Sorski (1433-1508), una de las figuras más puras del monaquismo ruso, y el que quería que se prohibiera a los conventos poseer bienes materiales. Caída en el olvido, fue restaurada a fines del siglo XVIII por otro starets, Paisius Velichkovski. Los textos hesicastas que reúne y publica en 1794 habrán de guiar a los solitarios y místicos rusos del siglo XIX.

Vinculado a la monótona cadena de las generaciones, el peregrino encuentra la doctrina hesicasta deformada por largos siglos de historia. Pero su espiritualidad es pura. Si por momentos parece creer que sólo la práctica de la oración puede llevarlo a conocer «cuán bueno es el Señor», su amor de Dios es demasiado grande para no ser de origen sobrenatural. El ascetismo casi espontáneo de su vida es también una guarda para él. Viviendo siempre errante de una parte a otra, no teniendo siquiera una piedra donde reposar su cabeza, la oración perpetua es ante todo para él el medio de fijar la atención sobre el misterio de la fe, y de hacer volver al alma hacia esa misma fe. Su espíritu permanece siempre en actividad, y su fe se ilumina por una ardiente y sincera solicitud.

La fe del peregrino no es una respetuosa emoción en presencia de poéticos misterios, sino que se nutre de enseñanzas teológicas. A quienes se dirigen a él, les ofrece consejos técnicos y explicaciones doctrinales; no generosas e imprecisas exhortaciones. Como conoce al hombre a la luz de Dios, sabe también su lugar y sus deberes en el universo.

La moral del peregrino no es un conjunto de reglas aprendidas, como tampoco es una higiene interior. Todas sus acciones van guiadas por el deseo de la perfección espiritual. El ascetismo es la condición de la contemplación, y no tiene sentido en sí mismo. La vida espiritual queda de este modo reducida a la unidad. De la fe proceden las obras, pero sin obras la fe no existe. Procedente del mundo de la caída, de la ignorancia y de la debilidad, el peregrino se dirige hacia la nueva Jerusalén, en la que entrará entero, en cuerpo y alma, cuando llegue la consumación de los tiempos. Reuniendo todas las fuerzas de su espíritu para contemplar al Ser Absoluto, recibe a veces de Cristo, el nuevo Adán, alguno de los privilegios del primer Adán. Consigue llegar a ignorar al frío, el hambre y el dolor; la misma naturaleza le aparece transfigurada:

«Arboles, hierbas, tierra, aire, luz; todas estas cosas me dicen que existen para el hombre, y que para el hombre dan testimonio de Dios. Todas oraban, todas cantaban la gloria de Dios.»

Este optimismo liberador no es privativo del Oriente cristiano, sino que es la profunda tendencia del cristianismo. Que la creación sea buena y que después de la caída deba ser conducida en su totalidad por el camino de la salvación, es cosa que la enseña San Agustín y después de él los grandes doctores medievales, lo mismo que San Gregorio de Nisa. Si la Edad Media occidental se inclina sobre todo al misterio del pecado y de la Cruz, es porque las maravillosas implicaciones de la Encarnación han sido ya reveladas a la conciencia cristiana por los Padres. Sólo las crisis y el desquiciamiento del mundo moderno han hecho que se oscurezca este sentido «cósmico» de la teología patrística, sin el cual el pensamiento de los grandes doctores occidentales no puede ser verdaderamente comprendido.

Ante estas inmensas perspectivas, puede el peregrino conducir a los que le escuchan con sinceridad. ¿Es esto privarle de su carácter ruso? Al contrario, pues es el tipo perfecto de la piedad rusa. Esta no ha llegado a formar una escuela de pensamiento, una doctrina propia. Pero de la misma manera que un icono de Novgorod con sus colores frescos y vigorosos ha renovado los modelos recibidos de Bizancio, así también esa piedad ha dado a las doctrinas del Oriente cristiano un tono nuevo y original.

El innato sentido del misterio en el hombre -la compasión y la piedad ante el dolor y el pecado-, la simplicidad de corazón, que espontáneamente purifica las exaltadas doctrinas de la Edad Media bizantina -la imitación directa y casi la mímica de la vida de Cristo y de las verdades evangélicas-, tales son los fundamentos de la piedad rusa. De modo que en Rusia existe un inmenso potencial religioso, una pujante fuerza popular que no ha llegado a expresarse en una doctrina propia. Hasta el siglo XIX, la teología rusa no existe; todo es traducido, calcado del griego o secundariamente del latín. Exceptuando quizá la Edad Media rusa, la fusión, la síntesis entre el pensamiento religioso y la corriente de la piedad popular no ha sido una realidad sino en algunos casos individuales, de los que el peregrino es un ejemplo. En la vida de la Iglesia, esta ausencia de unidad da a la idea religiosa rusa su trágico carácter, fuente de crisis espantosas. Abandonada a sí misma, la Iglesia rusa conoció muy pronto la injerencia del Estado. Privada de apoyo sucumbió, el cisma vino a desgarrarla y ha ido quedando agotada y esquilmada poco a poco. En los bosques donde Nilo Sorski realizaba su meditación solitaria, es dado ver en el siglo XVII las trágicas hogueras de los «viejos creyentes». El vigor espiritual se refugia en los eremitorios, en los monasterios; de cuando en cuando irradia sobre el pueblo, pero la unidad orgánica está rota. Los grandiosos esfuerzos de los laicos por crear en el siglo XVIII una doctrina religiosa rusa se apoyan únicamente en una difusa realidad, carecen de sostén y quedan aislados. Indudablemente, el alma rusa sigue siendo ante todo religiosa. Pero a la fe sucede la religiosidad; y basadas en ésta, nacen las terribles excrecencias del oscuro fanatismo, del nihilismo total y del ateísmo militante, que es el poder de las tinieblas.

Enamorado de lo absoluto, por una misteriosa vocación, el pueblo ruso, como todos los pueblos de Europa, ha hecho traición a su misión histórica, que es la de una civilización progresivamente impregnada de la Verdad, en un activo equilibrio entre los abismos del pecado y la infinitud de la divina luz. La visión de una Rusia reconciliadora del Oriente con el Occidente, que Soloviev entrevió un instante, parece desvanecerse definitivamente. Pero de un mal radical puede nacer un bien infinito. En el temor y el temblor es donde se prepara la resurrección.

«Llora, llora, pueblo miserable, canta el Inocente de Mussorgsky, ese hermano del peregrino; gime, gime, pueblo hambriento, que Dios tendrá piedad de ti. »

 

Jean GAUVAIN

 


 

NOTAS A LA INTRODUCCION

1 Oskrovennye razskazy Strannika dukhovnomu svoemu otcu, París, YMCA Press, 1930. Una primera traducción francesa fue publicada en la revista Irénikon (Amay/Meuse, Bélgica). Traducción alemana: Em russisches Pilgerleben, por R. von WALTER, Berlín, 1925. 

2 Sobre los bienhechores efectos de la oración de Jesús, Ladimirova u Svidnika, Checoeslovaquia, 1933 (en ruso). (Son estos relatos los que componen la segunda parte de la presente edición.)

3 Ver nota 15 del primer relato. 

4 Cfr. Gregorio de NISA, Vie de Moïse, traducida y presentada por J. Daniélou, S. J., Col. «Sources chrétiennes», Lyon-Paris, 1943. En alemán: Gregor VON NYSSA, Der Versiegelte Quell, trad. e introd. de Baus Urs von Balthasar, Salzburgo, O. Müller, 1939. En lo que concierne a la teología oriental, ver más en particular C. CONGAR: «La notion de déification en Orient», Vie spirituelle, 1935, p. 99, y Mme. Lot BORODINE: «La déification dans l'église grecque», Revue d'Histoire des Religions, t. 105, 106, 107 (1933). 

5 Anselmo STOLZ, O. S. B., Theologie der Mystik, Ratisbona, 1936.

 

 

PRIMERA PARTE 


CAPÍTULO PRIMERO


Por la gracia de Dios soy hombre y soy cristiano; por mis actos, gran pecador; por estado, peregrino de la más baja condición, andando siempre errante de un lugar a otro. Mis bienes son: a la espalda, una alforja con pan duro, la santa Biblia en el bolsillo y basta de contar. El domingo vigesimocuarto después de la Trinidad entré en la Iglesia para orar durante el oficio; estaban leyendo la epístola de San Pablo a los Tesalonicenses, en el pasaje 1 en que está escrito: Orad sin cesar. Estas palabras penetraron profundamente en mi espíritu, y me pregunté cómo es posible orar sin cesar, siendo así que todos debemos ocuparnos en diversos trabajos a fin de proveer a la propia subsistencia. Busqué en la Biblia y leí con mis propios ojos exactamente lo mismo que había oído: Orad sin cesar 2 ; orad en todo momento en espíritu 3 ; orad en todo lugar levantando unas manos puras4 . Inútil reflexionar; yo no sabía qué partido tomar.

¿Qué hacer?, pensé. ¿Dónde encontrar una persona capaz de explicarme estas palabras? Iré por las iglesias donde predican oradores famosos y acaso en ellas encontraré lo que busco. Y sin más, me puse en camino. Escuché muchos y excelentes sermones sobre la oración, pero todos eran instrucciones sobre la oración en general: qué es la oración, por qué se ha de orar, cuáles son los frutos de la oración. Pero cómo llegar a orar de verdad, de esto nadie hablaba. Oí un sermón sobre la oración de espíritu y sobre la oración continua; pero nada dijo el predicador del modo de alcanzar esta oración. De manera que la asistencia a los sermones no me había resuelto lo que yo buscaba. Por eso dejé de asistir a ellos, y determiné buscar con la ayuda de Dios un hombre sabio y experimentado que me explicara este misterio, ya que tan atraído me sentía hacia él.

Así anduve mucho tiempo; leía la Biblia y me preguntaba si no habría en alguna parte un maestro del espíritu o un guía sabio y lleno de experiencia. Una vez me dijeron que en un pueblecito vivía hacía mucho tiempo un señor 5 que sólo se ocupaba de su salvación: tiene en su casa una capilla, nunca sale fuera y siempre está rezando o leyendo libros espirituales. Al oír estas palabras, me puse sin tardar en camino hacia aquel pueblo; llegué y me dirigí a mi hombre.

-¿Qué es lo que buscas en mi casa? -me preguntó.

-Me han contado que sois un hombre piadoso y prudente; por eso os pido en nombre de Dios que me expliquéis qué quiere decir esta frase del Apóstol: Orad sin cesar, y cómo es posible orar de esta manera. Esto es lo que deseo comprender sin poderlo conseguir.

El hombre permaneció un rato en silencio, me miró con atención y dijo:

-La oración interior continua es el esfuerzo incesante del espíritu humano por alcanzar a Dios. Para conseguir este saludable ejercicio, hay que pedir a menudo al Señor que nos enseñe a orar sin cesar. Ora más y con más celo y fervor, y la oración te hará comprender por sí misma cómo puede llegar a ser continua; pero para esto hace falta mucho tiempo.

Dichas estas palabras, me dio de comer, me puso algunas cosas para el camino y se retiró. Pero no me había explicado nada.

Me puse en marcha. Mientras caminaba, iba yo pensando, leía, reflexionaba como podía en lo que me había dicho aquel hombre, pero no podía comprender nada; pero eran tales mis deseos de llegar a interpretarle que pasaba las noches sin conciliar el sueño. Después de haber recorrido doscientas verstas 6 , llegué a una ciudad cabeza de partido. En ella vi un monasterio. En la posada me dijeron que en él vivía un superior piadoso, caritativo y hospitalario. Me presenté a él, y me recibió con bondad, me hizo tomar asiento y me invitó a comer.

-Santísimo Padre -le dije-, yo no tengo necesidad de comida, sino que quisiera que me dieseis una lección espiritual: ¿Cómo he de obtener la salvación? 7.

-¿Que cómo has de obtener la salvación? Vive según los mandamientos, ruega a Dios y serás salvo.

-Me han enseñado que hay que orar sin cesar, pero no sé cómo hacerlo, y ni siquiera puedo comprender qué significa oración continua. Os ruego, Padre, que me queráis explicar estas cosas.

-No sé, hermano mío, de qué manera explicártelo mejor. Pero espera: aquí tengo un librito que trata de esta cuestión. -Y sacó la Instrucción espiritual del hombre interior 8 de San Demetrio-. Toma, lee en esta página.

Y comencé a leer lo que sigue: «Estas palabras del Apóstol: Orad sin cesar, se aplican a la oración hecha por la inteligencia; la inteligencia puede, en efecto, estar siempre sumergida en Dios y orar a Él sin cesar.»

-Explicadme cómo puede la inteligencia estar siempre sumergida en Dios sin distracciones y orar siempre a Él.

-Esto es cosa difícil, si el mismo Dios no concede esta gracia -respondió el superior.

Pero no me había explicado nada. Pasé la noche en su casa y, por la mañana, habiéndole dado las gracias por su amable hospitalidad, me puse de nuevo en camino sin saber de modo preciso a dónde dirigirme. Estaba muy triste por no haber comprendido nada, y para consolarme leía la santa Biblia. Así fui adelante por el camino real, hasta que una tarde encontré a un anciano que tenía traza de ser un religioso.

A mi pregunta, respondió que era monje y que la soledad en que vivía con algunos hermanos estaba a diez verstas del camino, y me invitó a detenerme con ellos.

-En nuestra casa -me dijo- se recibe a los peregrinos, se los cuida y se les da de comer en la hospedería.

Yo no tenía ningún deseo de ir allí, y le dije:

-Mi descanso no depende del hospedaje, sino de una enseñanza espiritual; no busco comida, pues llevo mucho pan seco en mi alforja.

-¿Qué clase de enseñanza es la que buscas y qué es lo que quieres comprender mejor? Ven, ven a nuestra casa, querido hermano; en ella tenemosstartsi 9 experimentados que pueden darte una dirección espiritual y ponerte en el camino verdadero que lleva a la luz de la Palabra de Dios y de las enseñanzas de los Padres.

-Mirad, Padre, hace alrededor de un año que, estando en un oficio, oí este mandamiento del Apóstol: Orad sin cesar. No sabiendo cómo interpretar estas palabras, me puse a leer la Biblia, y también en ella, y en múltiples pasajes, he encontrado el mandamiento de Dios: hay que orar sin cesar, siempre, en toda ocasión, en todo lugar, no sólo durante las ocupaciones del día, no sólo en estado de vigilia, sino también durante el sueño: Yo duermo, pero mi corazón vela 10. Esto me admiró sobremanera y no puedo comprender cómo es posible cumplir tal cosa ni cuáles son los medios de conseguirlo; un gran deseo y una gran curiosidad se despertaron en mí: ni de día ni de noche se han apartado estas palabras de mi espíritu. Me puse también a visitar las iglesias y a oír sermones sobre la oración, pero en vano: nunca he podido saber cómo orar sin cesar; hablaban siempre en ellos de la preparación a la oración o de sus frutos, sin enseñar cómo orar sin cesar, ni qué significa tal oración. A menudo he leído la Biblia y en ella he vuelto a encontrar lo mismo que había oído; pero no he podido comprender lo que tanto ansío. Así que durante todo este tiempo ando lleno de incertidumbre e inquietud. El starets hizo la señal de la cruz y tomó la palabra:

-Da gracias a Dios, hermano muy amado, por haberte Él revelado esa invencible atracción que existe en ti hacia la oración interior continua. Reconoce en eso el llamamiento de Dios y tranquilízate pensando que así ha sido debidamente probado el acuerdo de tu voluntad con la palabra divina; te ha sido dado comprender que no es ni la sabiduría de este mundo ni un vano deseo de conocimiento lo que conduce a la luz celestial -la continua oración interior-, sino al contrario, la pobreza de espíritu y la experiencia activa en la simplicidad del corazón.

Por eso no es de maravillar que no hayas oído ninguna cosa profunda acerca del acto de orar y que nada hayas podido aprender acerca del modo de llegar a esta perpetua actividad. En verdad, se predica mucho acerca de la oración y sobre esta materia existen no pocas obras recientes, pero todos los juicios de sus autores están fundados en la especulación intelectual, en los conceptos de la razón natural, y no en la experiencia que resulta de la acción; hablan más de lo que a la oración es accesorio que de la esencia de la oración. El uno explica muy bien por qué hay que orar; el otro trata de los efectos bienhechores de la oración; un tercero, de las condiciones necesarias para orar bien, es decir, del celo, de la atención, del fervor del corazón, de la pureza de la mente, de la humildad, del arrepentimiento que hay que tener para ponerse a orar. Pero qué es la oración y cómo se aprende a orar, cosas tan esenciales y fundamentales en la oración, muy poco lo tratan los predicadores de nuestro tiempo; porque son más difíciles que todas sus explicaciones y exigen no un saber escolar, sino un conocimiento místico. Y lo que es más triste aún, esta elemental y vana sabiduría conduce a medir a Dios con una medida humana. Muchos cometen un gran error al pensar que los medios preparatorios y las buenas acciones engendran la oración, cuando la verdad es que la oración es la fuente de las obras y de las virtudes. Gran yerro cometen al tomar los frutos y las consecuencias de la oración como medios de llegar a ella, disminuyendo así su fuerza. Es este un punto de vista completamente opuesto a la Escritura, pues el Apóstol San Pablo habla así de la oración: Ruego, pues, ante todo, que se hagan oraciones 11.

Así el Apóstol pone la oración por encima de todo lo demás. Muchas buenas obras se piden al cristiano, pero la obra de la oración está sobre todas las demás, porque nada es posible hacer si ella falta. Sin la oración frecuente no es posible dar con el camino que conduce al Señor, ni conocer la Verdad, ni ser iluminados en el corazón por la luz de Cristo, ni unirse a él en la salvación. Digo frecuente, porque la perfección y la corrección de nuestra oración no depende de nosotros, como asimismo lo dice el Apóstol Pablo: Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene 12. Sólo su frecuencia ha sido puesta en nuestras manos, como medio de alcanzar la pureza de oración que es la madre de todo bien espiritual. Hazte con la madre y tendrás descendencia, dice San Isaac el Sirio 13, queriéndonos dar a entender que primero hay que adquirir la oración para luego poner en práctica todas las virtudes. Pero conocen mal estas cuestiones y hablan poco de ellas quienes no están familiarizados con la práctica y las enseñanzas de los Padres.

Conversando de esta suerte, habíamos llegado, sin darnos cuenta a la soledad. Para no separarme de este sabio anciano y satisfacer cuanto antes mis deseos, me apresuré a preguntarle:

-Os ruego, venerable Padre, que me expliquéis qué es la oración interior y continua y cómo podría yo aprenderla; pues veo que de ella tenéis muy profunda y segura experiencia.

El starets escuchó mi petición con bondad y me llevó a su cuarto:

-Ven conmigo y te daré un libro de los Padres que te permitirá comprender claramente en qué consiste la oración y aprenderla con la gracia de Dios.

Entramos en su celda y el starets me dijo las siguientes palabras:

-La oración de Jesús interior y constante es la invocación continua e ininterrumpida del nombre de Jesús con los labios, el corazón y la inteligencia, en el sentimiento de su presencia, en todo lugar y en todo tiempo, aun durante el sueño. Esa oración se expresa por estas palabras: ¡Señor Jesucristo, tened piedad de mí! 14 Todo el que se acostumbra a esta invocación siente muy grande consolación y necesidad de decir siempre esta oración; al cabo de algún tiempo, no puede ya pasar sin ella y se le hace como su misma sangre y carne. ¿Comprendes ahora qué es la oración continua?

-Lo comprendo perfectamente, Padre mío. En el nombre de Dios, enseñadme ahora cómo llegar a ella -le supliqué lleno de gozo.

-Cómo se aprende la oración, lo veremos en este libro que se llama Filocalía 15. En él está contenida la ciencia completa y detallada de la oración interior continua, expuesta por veinticinco Padres. Es tan útil y perfecto, que se le considera como la guía esencial de la vida contemplativa, y, como dice el bienaventurado Nicéforo 16, «conduce a la salvación sin trabajo ni dolor».

-¿Entonces, es más alto que la santa Biblia? -le pregunté.

-No, ni es más alto ni más santo que la santa Biblia, pero contiene las luminosas explicaciones de todo lo que hay de misterioso en la Biblia en razón de la debilidad de nuestro espíritu, cuya vista no alcanza a tales alturas. Te lo haré ver con una imagen: el sol es un astro majestuoso, brillante y muy excelso, al que no es posible mirar de frente. Para contemplar a este rey de los astros y soportar sus encendidos rayos, hay que echar mano de un vidrio ahumado, infinitamente más pequeño y más oscuro que el sol. Pues bien, la Escritura es este sol resplandeciente y la Filocalía es el cristal ahumado. Escucha ahora, que quiero leerte cómo se ejercita la oración interior continua.

Abrió el starets la Filocalía, eligió un pasaje de San Simeón el Nuevo Teólogo 17 y comenzó: «Permanece sentado en el silencio y la soledad, inclina la cabeza y cierra los ojos; respira suavemente, mira por la imaginación en el interior de tu corazón, recoge tu inteligencia, es decir tu pensamiento, de tu cabeza a tu corazón. Di, al ritmo de la respiración: "Señor Jesucristo, ten piedad de mí", en voz baja, o simplemente en espíritu. Esfuérzate en echar fuera todos los demás pensamientos, sé paciente y repite a menudo este ejercicio.»

Después el starets me explicó todo esto con ejemplos, y aún leímos en la Filocalía las palabras de San Gregorio el Sinaíta 18 y de los bienaventurados Calixto e Ignacio 19. Todo lo que íbamos leyendo, el starets me lo iba explicando a su manera. Yo escuchaba con atención y gran embeleso y me esforzaba por fijar todas sus palabras en la memoria con la mayor exactitud. Así pasamos toda la noche y fuimos a Maitines sin haber dormido nada.

El starets, al despedirme, me bendijo y me dijo que volviera a su celda durante mi estudio de la oración, para confesarme con franqueza y sencillez de corazón, porque es cosa vana dedicarse sin guía a la vida espiritual.

En la iglesia sentí en mi interior un ardiente celo que me inclinaba a estudiar cuidadosamente la oración interior continua, y pedí a Dios que me quisiera ayudar. Después pensé que me sería difícil ir a ver al starets para confesarme o pedirle consejo; en la hospedería nadie puede permanecer más de tres días, y junto a la soledad no hay lugar donde alojarse… Por suerte, pude enterarme de que a cuatro verstas había una aldea. Me encaminé a ella a fin de encontrar posada, y por suerte Dios me favoreció. Allí pude colocarme como guardián en casa de un campesino, a condición de pasar el verano, solo, en una pequeña cabaña que había en un rincón de la huerta. Gracias a Dios, había dado con un lugar tranquilo. De esta manera me puse a estudiar la oración interior según los medios indicados, yendo a menudo a visitar al starets.

Durante una semana, en la soledad de mi jardín me ejercité en el estudio de la oración interior, siguiendo exactamente los consejos de mi maestro. Al principio, todo parecía ir muy bien. Más tarde, sentí gran pesadez, pereza, tedio, un sueño que no podía vencer, y los pensamientos cayeron sobre mí como las nubes. Busqué al starets lleno de tristeza y le manifesté mi estado. Me recibió con bondad y me dijo:

-Hermano muy amado, todo cuanto te sucede no es sino la guerra que te declara el mundo oscuro, porque no hay cosa que tema tanto como la oración del corazón. Por eso trata de entorpecerte y de hacer que aborrezcas la oración. Mas el enemigo sólo obra según la voluntad y el permiso de Dios, y en la medida en que esto nos es necesario. Sin duda es imprescindible que tu humildad sea sometida a prueba; es demasiado pronto para llegar, con un celo excesivo, hasta las puertas del corazón, pues correrías el riesgo de caer en la avaricia espiritual. Voy a leerte lo que dice la Filocalía a este propósito. -Buscó el starets en las enseñanzas del monje Nicéforo y leyó: «Si, no obstante tus esfuerzos, hermano mío, no te es posible entrar en la región del corazón, como te lo tengo recomendado, haz lo que te digo y con la ayuda de Dios hallarás lo que andas buscando. Tú sabes bien que la razón de todo hombre está en su pecho… Quítale, pues, a esta razón todo pensamiento (esto puedes hacerlo si quieres) y pon en su lugar el "Señor Jesucristo, ten piedad de mí". Esfuérzate en reemplazar por esta invocación interior cualquier otro pensamiento, y a la larga ella te abrirá la entrada del corazón, como lo enseña la experiencia» 20.

-Ya ves lo que enseñan los Padres en tal caso -me dijo el starets-. Por eso tú debes aceptar este mandamiento con confianza y repetir cuanto te sea posible la oración de Jesús. Aquí tienes un rosario con el que podrás hacer, para comenzar, tres mil oraciones al día. De pie, sentado, acostado o caminando, repite sin cesar: «¡Señor Jesucristo, ten piedad de mí!», suavemente y sin precipitación. Y recita exactamente tres mil oraciones al día sin añadir ni quitar una sola. Por este camino llegarás a la actividad continua del corazón.

Recibí estas palabras con gran júbilo, y dejando al starets volví a casa, y me puse a hacer exacta y fielmente lo que me había enseñado. Los dos primeros días tuve alguna dificultad, pero luego lo encontré tan fácil que cuando no decía mi oración sentía gran necesidad de rezarla, y me resultaba fácil y suave, sin la dificultad del principio. Conté esto al starets, y éste me ordenó rezarla seis mil veces al día y me dijo:

-Sigue tranquilo y esfuérzate por atenerte con toda fidelidad al número de oraciones que te he prescrito: Dios se compadecerá de ti.

Durante toda una semana, permanecí en mi solitaria cabaña recitando cada día mis seis mil oraciones sin ocuparme de cosa alguna y sin tener que luchar contra los pensamientos; únicamente pensé en cumplir el mandato del starets. ¿Y qué sucedió? Me acostumbré tan bien a la oración que, si me detenía un solo instante, sentía un vacío como si hubiera perdido alguna cosa; y en cuanto volvía a mi oración, sentíame de nuevo aliviado y feliz. Al encontrar a alguna persona, no sentía ninguna gana de hablar, y sólo deseaba estar en la soledad y recitar mis oraciones; tanto me había acostumbrado a ellas en una sola semana.

El starets, que no me había visto desde hacía diez días, vino para saber qué me sucedía, y yo se lo expliqué. Después de haberme escuchado, me dijo:

-Ya estás acostumbrado a la oración. Mira: ahora has de conservar esta costumbre y fortalecerte en ella. No pierdas el tiempo, y con la ayuda de Dios hazte el propósito de recitar doce mil oraciones al día; sigue en la soledad, levántate un poco más temprano, acuéstate un poco más tarde y ven a verme dos veces al mes.

Me sometí en todo a las órdenes del starets y, el primer día, apenas si me fue posible recitar mis doce mil oraciones, que acabé ya de noche. Al día siguiente, lo hice con más facilidad y hasta con gusto. Al principio sentí fatiga, una especie de endurecimiento de la lengua y cierta rigidez en las mandíbulas, pero nada desagradable; luego noté una ligera molestia en el paladar, después en el pulgar de la mano izquierda que pasaba el rosario, mientras que el brazo se me calentaba hasta el codo, lo que me producía una deliciosa sensación. Y todo esto no hacía sino incitarme a recitar mejor mi oración. De esta manera, durante cinco días, terminé con toda fidelidad mis doce mil oraciones, y al mismo tiempo que la costumbre, iba recibiendo el placer y el gusto de la oración.

Una mañana temprano, fui como despertado por la oración. Comencé a decir mis preces de la mañana, pero mi lengua encontraba dificultad en hacerlo y ya no deseaba sino rezar la oración de Jesús. Comencé a hacerlo así y me sentí lleno de dicha y mis labios se movían solos y sin esfuerzo alguno. Pasé todo el día en gran gozo. Estaba como abstraído de todo y me sentía en otro mundo, dando fin a mis doce mil oraciones antes de que terminase el día. Con mucho gusto hubiera querido continuar, pero no me atreví a ir más allá del número indicado por el starets. Los días siguientes continué invocando el nombre de Jesucristo con facilidad y sin cansarme jamás.

Fui a ver al starets y le conté todo esto con detalle. Cuando hube terminado me dijo:

-Dios te ha dado el deseo de orar y la posibilidad de hacerlo sin dificultad. Esto es un efecto natural, producto del ejercicio y de la constante aplicación, lo mismo que una máquina cuyo volante soltamos poco a poco, que luego ya continúa moviéndose por sí misma; ahora bien, para que continúe moviéndose hay que engrasarla y darle a intervalos un nuevo impulso. Ahora ves qué maravillosas facultades ha dado Dios, amigo de los hombres, a nuestra naturaleza sensible; y te has dado cuenta de las extraordinarias sensaciones que pueden nacer aun en el alma pecadora, en la naturaleza impura a la que la gracia no ilumina todavía. Mas ¡qué grado de perfección, de gozo y de encanto alcanza el hombre cuando el Señor quiere revelarle la oración espiritual espontánea y purificar su alma de las pasiones! Es ese un estado indescriptible y la revelación de este misterio es un goce anticipado de las dulzuras del cielo. Y es el don que reciben aquellos que buscan al Señor en la simplicidad de un corazón que desborda de amor. En adelante te permito rezar cuantas oraciones quieras; procura consagrar todo el tiempo del día a la oración e invoca el nombre de Jesús sin preocuparte de otra cosa, entregándote humildemente a la voluntad de Dios y esperando su ayuda. Él no te abandonará y dirigirá tu camino.

Obedeciendo a esta regla, pasé todo el verano repitiendo sin cesar la oración de Jesús, y sentí una gran tranquilidad. Mientras dormía, soñaba a veces que estaba rezando la oración. Y durante el día, cuando me ocurría encontrarme algunas personas, me parecían tan amables como si hubieran sido de mi familia. Los pensamientos se habían calmado y sólo vivía en oración; comencé ya a inclinar mi espíritu a escucharla, y a veces mi corazón sentía como un gran ardor y una gran alegría. Cuando entraba en la iglesia, el largo servicio de la soledad me parecía corto y no me cansaba como antes. Mi solitaria cabaña me parecía un espléndido palacio y no sabía cómo dar gracias a Dios por haberme mandado a mí, pobre pecador, un starets de cuyas enseñanzas obtenía tanto bien.

Pero no gocé mucho tiempo de la dirección de mi bienamado y sabio starets, pues murió al final del verano. Le dije adiós con lágrimas en los ojos y, al darle gracias por sus paternales enseñanzas, le supliqué que me dejase como una bendición el rosario con el que él rezaba cada día. Luego quedé solo. Pasado el verano, se recogieron los frutos del huerto y yo ya no tuve donde vivir. El campesino me dio por salario dos rublos de plata, llenó mi alforja de pan para el camino, y yo continué mi vida errante. Pero ya no estaba en la indigencia, como antes; la invocación del nombre de Jesucristo me alegraba a todo lo largo del camino y todo el mundo me trataba con bondad; parecía como si todos se hubieran propuesto quererme.

Un día me pregunté qué debería hacer con los rublos que me había dado el campesino. ¿Para qué podrían servirme? ¡Ah sí! Ya no tengo al starets ni a nadie que me guíe; voy a comprar una Filocalía y en ella aprenderé la oración interior. Llegué a una ciudad cabeza de partido y me puse a buscar por las tiendas una Filocalía. Encontré una, pero el librero pedía por ella tres rublos y yo sólo tenía dos; en vano intenté convencerle para que me la dejase por dos, pues no me escuchó; pero al fin me dijo:

-Vete a ver en esa iglesia y pregunta por el sacristán; él tiene un libro viejo como este, y acaso te lo dé por tus dos rublos.

Me fui a la iglesia y, en efecto, compré por dos rublos una Filocalía muy vieja y deteriorada; mi alegría fue muy grande. La remendé lo mejor que pude con un trozo de tela y la puse en mi alforja, con la Biblia.

Así voy ahora, pues, recitando sin cesar la oración de Jesús, que me resulta más querida y más dulce que todas las cosas del mundo. A veces hago más de sesenta verstas en un día y no me doy cuenta de que camino; sólo siento que voy diciendo la oración. Cuando sopla un viento frío y violento, rezo la oración con más atención y en seguida entro en calor. Si el hambre es demasiada, invoco más a menudo el nombre de Jesucristo y no me acuerdo de haber tenido hambre. Si me siento enfermo y mi espalda o mis piernas comienzan a dolerme, me concentro en la oración y dejo de sentir el dolor. Cuando alguien me ofende, pienso tan sólo en la bienhechora oración de Jesús, y muy pronto desaparecen la ira o la pena y me olvido de todo. Mi espíritu se ha vuelto muy sencillo. Nada me preocupa, nada me da cuidado, nada exterior me distrae y quisiera estar siempre en la soledad; estoy habituado a no sentir sino una sola necesidad: rezar incesantemente la oración, y cuando lo hago así, una gran alegría invade todo mi ser. Dios sabe lo que sucede en mí. Naturalmente, no son éstas sino impresiones sensibles o, como decía el starets, el efecto de la naturaleza y de una costumbre adquirida; pero todavía no me atrevo a ponerme al estudio de la oración espiritual en el interior del corazón; soy muy indigno de ello y muy ignorante. Espero la hora de Dios, confiando en las oraciones de mi difunto starets. De modo que todavía no he llegado a la oración espiritual del corazón, espontánea 21 y continua; pero, gracias a Dios, ahora comprendo ya claramente el significado de las palabras del Apóstol que un día escuché en la iglesia: Orad sin cesar 22.

 


 

NOTAS AL CAPÍTULO I

1 Literalmente: perícopa 253. Este término designa los textos de la Biblia tal como se leen en los oficios o la misa.

2 I Tes., V, 17.

Ef., VI, 18.

4 I Tim., II, 8.

5 Dicho de otra manera: un pomieshchik, gentilhombre de la pequeña nobleza rural.

6 1 versta = 1,067 km.

7 Es la pregunta tradicional que el discípulo dirige a su maestro en los monasterios y eremitorios de Oriente

8 Breve tratado sobre la eficacia de la oración, escrito por San Demetrio de Rostov (1651-1709); (cfr. Obras, Moscú, 1895, pp. 107-114). Demetrio (en el siglo, Daniel SAVICH TUPTALO), hijo de un oficial de cosacos, tomó el hábito en 1668. Nombrado por Pedro el Grande para le sede episcopal de Rostov (cerca de Moscú), en 1701, luchó enérgicamente contra la relajación del clero y de los fieles, y restauró la disciplina en su eparquía. Autor de numerosos sermones y tratados, así como de una encuesta sobre las sectas, consagró la mayor parte de su vida a redactar elMenologio ruso, calendario litúrgico que contiene la vida de los santos en el orden de sus fiestas que Pedro Mohila no había podido llevar a término. La edición, comenzada en 1684, no se terminó hasta el 1705 en Kiev. En esta obra, lo mismo que en un sermón, se pronunció en favor de la Inmaculada Concepción, lo que le valió severas amonestaciones de Joaquín, metropolitano de Moscú. Habiendo sido hallado intacto su cuerpo en 1752, fue canonizado en 1757. Su fiesta se celebra el 21 de septiembre. Es el primer santo canonizado por el Santo Sínodo.

9 Pl. de starets. El starets, o el Anciano, es un monje o un solitario que hace vida ascética o de oración, y que, sin tener una función particular en el monasterio, es elegido por los monjes jóvenes o por los laicos como maestro espiritual. La caridad de parte del maestro y la humildad de parte del discípulo son las virtudes sobre las que se establece una relación espiritual más íntima que lo que en Occidente se llama la «dirección de conciencia». Además de la descripción del starets Zósimo en Los hermanos Karamazov, se dan muchos detalles sobre este particular en el libro tan completo de Igor SMOLITSCH: Leben und Lehre der Starzen, Viena, 1936.

10 Cant. V, 2. Esta cita hecha por el peregrino de un texto fundamental para el hesicasmo, en una época en la que ignora todavía esta escuela mística, parece dar a entender sin lugar a dudas que los relatos fueron redactados, después de ciertas conversaciones, por un monje que, al mismo tiempo que reproduce las palabras del peregrino, añade por su cuenta las citas que le son familiares.

11 I Tim., II, 1.

12 Rom., VIII, 26.

13 Isaac de Nínive, llamado también «el Sirio». Asceta y místico nestoriano de fines del siglo VII. Originario de Arabia (región del Beit Qataraya, en la costa del Golfo Pérsico frente a las islas de Bahrein), entró de joven en el convento de Mar Mattai en el _abal Makkub, a unos treinta kilómetros al norte de Mosul. Elevado a la sede episcopal de Nínive por el Patriarca nestoriano Jorge (660-680), no pudo mantenerse en ella sin duda a causa de los celos del clero local contra un extranjero, y se retiró a los cinco meses. Murió a una edad muy avanzada en el convento de Rabban Schabor, habiendo quedado ciego a consecuencia de sus austeridades y sus lecturas.

De sus obras, traducidas al griego en el siglo XVIII y publicadas por Nicéforo Theotoki (2.ª ed., Atenas, 1895), se encuentran algunos extractos en MIGNE, Patrologie grecque, t. 86. col. 8 11-886. Con el título de Liber de contemplu mundi están así reunidos 25 sermones diferentes, arbitrariamente distribuidos en 53 capítulos. La misma colección ha sido incluida en las Filocalías griega y eslava. Por este camino pasó a Rusia. Recuérdese que en Los hermanos Karamazov, Smerdiakov es un asiduo lector de Isaac el Sirio.

Cfr. WENSINK, De vita contemplativa de Isaac de Nínive, Trad. inglesa, 1930.

Cfr. asimismo, Marius BESSON, «Un recueil de sentences attribuées à Isaac le Syrien», Oriens Christianus, Roma, 1901, t. 1, pp. 46-60 y 288-298.

14 Esta definición de la oración continua, que con la «búsqueda del lugar del corazón» constituye el fundamento del hesicasmo, remonta a los primeros tiempos de la espiritualidad en Oriente. Se encuentra ya en Evagrio Póntico (muerto en 401), en Diádoco de Foticé (s. y), en Juan Climaco (s. VI), en Máximo el Confesor (s. VII) y en Simeón el Nuevo Teólogo (s. XI). La tradición de la oración continua se pierde luego. Reaparece en el siglo XIV, con la llegada al monte Athos de Gregorio el Sinaíta, bajo una forma técnica y aun «científica», como dicen sus partidarios, que da lugar a grandes deformaciones.

Introducida en Rusia por el starets Nilo Sorski (1433-1508), que vivió en Athos, se extendió por los eremitorios del Norte. Después de un nuevo eclipse, vuelve a tomar auge a fines del siglo XVIII, en el mundo griego, merced a Nicodemo el Hagiorita, que publicó la Filocalía en Venecia en 1782, y en el mundo eslavo gracias al starets Paisius Velichkovsky. En ella se inspirarán los grandes solitarios rusos del siglo XIX.

Los textos que damos a continuación podrán dar una idea de esta tradición:

EVAGRIO PÓNTICO, Practicos, II, 49: «El trabajo manual, las vigilias y el ayuno no nos están mandados en todo tiempo; pero es una ley que oremos sin cesar… La oración, en efecto, hace a nuestro espíritu robusto y duro para la lucha…» (Según HAUSHERR, «Traité de l'oraison d'Evagre le Pontique», Rev. Asc. et Mystique, t. XV, enero-abril 1934, p. 53.)

DIÁDOCO DE FOTICÉ, Cien capítulos sobre la vida del espíritu. Capítulo 59: «Nuestro espíritu, cuando le cerramos todas las salidas por el constante pensamiento en Dios, reclama alguna cosa sobre la cual obrar, porque por naturaleza tiene necesidad de estar constantemente en movimiento. Conviene, pues, darle el santísimo nombre del Señor, el cual puede satisfacer totalmente su celo. Pero importa saber que nadie puede decir: Jesús es el Señor, si no es por el Espíritu Santo…» (I Cor. 12, 3). Capítulo 97: «… Quien quiera echar de sí todo mal humor, no se ha de contentar con orar un poco y de cuando en cuando, sino que se ha de ejercitar en la oración en espíritu…

»Porque, así como aquel que quiere purificar el oro no debe dejar enfriar el crisol un solo instante, si no quiere ver la pepita purificada reducida a su primer estado, de la misma manera quien no piensa en Dios sino a intervalos, lo que adquirió por la oración lo pierde en cuanto ésta cesa.

»Quien ame la virtud debe consumir por el pensamiento de Dios toda la materialidad de su corazón a fin de que, por la progresiva evaporación del mal al contacto con este fuego ardiente, su alma aparezca finalmente por encima de las colinas eternas en todo el esplendor de su aurora.» (Textos de laFilocalía. Trad. rusa completada. Moscú, 1889).

15 Colección de textos patrísticos sobre la «oración espiritual» y la guarda del corazón o sobriedad (<Bn4H), reunidos y publicados en Venecia por un monje griego del Athos, Nicodemo de Naxos o el Hagiorita. Casi al mismo tiempo, el starets Paisius Velichkovsky (1722-1794) ordenaba unaFilocalia eslava (Dobrotoliubie), publicada en 1794. La traducción rusa, obra de Teófanes, obispo de Tambov, apareció en Moscú en 1889.

16 Monje del Athos (siglo XIV). Autor de un tratado sobre la «guarda del corazón» (MIGNE, P. G., t. 147, cols. 945 ss.) y quizá del Tratado sobre las tres formas de la oración o Método de la oración hesicasta, atribuido sin razón a San Simeón el Nuevo Teólogo (cfr. HAUSHERR, «La méthode d'oraison hésychaste», Orientalia Christiana, vol. IX, 2, junio-julio 1927). Estos escritos suministraron el punto de apoyo a las exageraciones quietistas de los hesicastas del siglo XIV.

17 Uno de los mayores místicos de la Iglesia griega (949-1022). Llevado a los 19 años a la corte imperial, entró muy pronto en el monasterio de Studion, y después de seis años, en San Mamas, del que fue higumeno durante veinticinco años. Después de un conflicto con el Patriarca Esteban de Nicomedia, hubo de abandonar Constantinopla durante algún tiempo, pero fue rehabilitado antes de morir.

Agraciado con visiones desde la edad de catorce años, compuso himnos en verso de un luminoso lirismo, los Amores de los himnos divinos, de los que existe una traducción alemana: SYMEON DER NEUE THEOLOGE, Licht vom Licht, Hymnen. Übersetzt von P. K. Kirchhoff, O. F. M., bei J. Hegner in Hellerau, 1930.

Su teología, por la excesiva importancia que da a las visiones y fenómenos místicos sensibles, hay que considerarla como el origen del hesicasmo del siglo XIV.

Cfr. en francés: «Vie de Saint Syméon le Nouveau Théologien», por Nicetas Stethatos, editada por el padre Hausherr, Or. Christiana, julio-octubre, 1928. En alemán: K. HOLL, Enthusiasmus und Bussgewalt, Leipzig, 1898, y N. ARSENIEV, Ostkirche und Mystik, Munich, 1925. En ruso: LODYCHENSKI, Luz invisible, San Petersburgo, 1912, y P. ANIKIEV, Apología de la mística en San Simeón el Nuevo Teólogo, San Petersburgo, 1915.

18 Monje del Athos (siglo XIV). Nacido en la segunda mitad del siglo XIII, murió hacia el 1346. Originario del Asia Menor y procedente del Sinaí, restauró en Athos la tradición hesicasta y puso en vigor la «oración continua». Durante las grandes controversias hesicastas (1320-1340), tuvo que salir del Athos y se instaló en Bulgaria, donde fundó un monasterio cerca de la actual ciudad de Kavaklu. El texto griego de su vida fue publicado por Pomialovski en San Petersburgo, en 1894 (en las Publicaciones de la Facultad de Historia y de Filología de la Universidad de San Petersburgo, t. 35); el texto eslavo, por P. Syrku, San Petersburgo, 1909. Obras en MIGNE, P. G., t. 150.

19 Calixto Xanthopoulos, patriarca de Constantinopla durante algunos meses en 1397, había recibido siendo monje la formación ascética en Athos. Compuso con su amigo Ignacio Xanthopoulos un tratado sobre la vida ascética (P. G., t. 147).

20 Extracto del tratado sobre la «guarda del corazón» (De Cordis custodia, MIGNE, P. G., t. 147, cols. 963-966).

21 Literalmente, «automática».

22 El peregrino no conoce pues todavía más que el primer grado de la oración. En los siguientes relatos expondrá sus progresos y el progresivo descubrimiento de la «oración espontánea del corazón». Hay que admitir, pues, o bien que el primer relato no tuvo lugar en Irkutsk, sino en una época anterior de la vida del peregrino, o más bien que fue redactado de manera didáctica, con cierto sentido de la composición, reuniendo todos los detalles dados por el peregrino sobre la iniciación en la oración. Es este un nuevo argumento para atribuir la redacción de los relatos a un religioso amigo del peregrino.

 

 

 

 CAPÍTULO SEGUNDO


Seguí viajando durante mucho tiempo por toda suerte de regiones, acompañado de la oración de Jesús, que me fortificaba y me consolaba en todos los caminos, en todas las ocasiones y en toda situación. Al fin, pensé que debía detenerme en algún lugar a fin de hallar mayor soledad y ponerme a estudiar la Filocalía, que sólo por la noche podía leer o durante la siesta del mediodía; grandes eran mis deseos de dedicarme de lleno a su estudio para extraer de ella con fe la verdadera doctrina de la salud del alma por la oración del corazón. Por desgracia, para satisfacer este deseo no podía emplearme en ningún trabajo manual, pues había perdido el uso de mi brazo derecho desde mi infancia; y así, en la imposibilidad de radicarme en ninguna parte, me dirigí a los países siberianos, hacia San Inocente de Irkutsk 1, en la creencia de que en las llanuras y bosques de Siberia encontraría mayor silencio y podría entregarme más cómodamente a la lectura y a la oración. Allá me fui, pues, recitando incesantemente la oración.

Al cabo de cierto tiempo noté que la oración se originaba sola dentro de mi corazón, es decir que mi corazón, latiendo con toda regularidad, se ponía en cierto modo a recitar las palabras santas a cada latido; por ejemplo: 1-Señor, 2-Jesu…, 3-cristo, y así con lo demás. Dejaba de mover los labios y escuchaba con atención lo que decía mi corazón, acordándome de cuán agradable es esto según me decía mi difunto starets. Después, sentía un ligero dolor en el corazón, y en mi espíritu tan grande amor a Nuestro Señor Jesucristo, que me parecía que, si lo hubiera visto, me hubiera echado a sus pies, los hubiera abrazado y bañado con mis lágrimas, dándole gracias por los consuelos que nos procuraba con su nombre, en su bondad y su amor por la criatura indigna y pecadora.

Muy pronto brotó en mi corazón un dulce calor que inundó todo mi pecho. Esto me condujo en particular a una atenta lectura de la Filocalía para ver qué decía de estas sensaciones y estudiar en ella el desarrollo de la oración interior del corazón; sin este control, temía caer en la ilusión, tomar las acciones de la naturaleza por las de la gracia y ensoberbecerme por tan rápida adquisición de la oración, según lo que me había explicado mi difunto starets. Por esta razón, caminaba sobre todo de noche y pasaba el día leyendo la Filocalía sentado en el bosque a la sombra de los árboles. ¡Cuántas cosas nuevas, profundas e ignoradas llegué a descubrir en estas lecturas! Mientras duraba esta ocupación, sentía una beatitud mucho más perfecta que todo lo que hasta entonces había podido imaginar. Indudablemente que ciertos pasajes quedaban sin que mi pobre espíritu pudiera entenderlos, pero los efectos de la oración del corazón aclaraban lo que yo no entendía. Además, a veces veía en sueños a mi difunto starets, que me explicaba muchas de las dificultades e inclinaba cada vez más a la verdad a mi alma tan poco inteligente. En esta absoluta felicidad pasé dos largos meses del verano. Viajaba sobre todo por los bosques y caminos de la campiña; cuando llegaba a una aldea, pedía un saco de pan, un puñado de sal, llenaba de agua mi calabaza y seguía caminando otras cien verstas.

 
EL PEREGRINO ES ATACADO POR LOS LADRONES 2

En castigo sin duda de mis pecados y de la dureza de mi alma, o para el progreso de mi vida espiritual, las tentaciones hicieron su aparición al fin del verano. Y fue así: una tarde que había salido a la carretera, encontré a dos hombres que tenían aspecto de soldados; me pidieron dinero. Cuando les dije que no tenía ni un céntimo, no quisieron creerme y gritaron brutalmente:

-¡Mientes! Que los peregrinos recogen mucho dinero. -Uno de ellos añadió: Es inútil hablar mucho con él-. Y me dio con un palo en la cabeza; caí sin sentido.

No sé si estuve mucho tiempo así, pero cuando volví en mí me di cuenta de que estaba en el bosque cerca de la carretera. Mis ropas estaban hechas jirones y mi alforja había desaparecido. Gracias a Dios, me habían dejado mi pasaporte, que llevaba escondido en el forro de mi viejo sombrero, a fin de poderlo enseñar fácilmente cuando fuera necesario. Me levanté y lloré amargamente, no tanto por el dolor cuanto por la pérdida de mis libros, la Biblia y la Filocalía, que estaban en la alforja que me robaron. Lloré y me afligí todo el día y toda la noche. ¿Dónde estaba mi Biblia, que yo leía desde pequeño y que siempre había llevado conmigo? ¿Dónde mi Filocalía, de la que tan grandes enseñanzas y consuelo sacaba? Infeliz, que he perdido el único tesoro de mi vida sin haberlo aprovechado como debía. Mejor me hubiera sido morir que vivir así sin mi alimento espiritual. Jamás podré volverlos a tener.

Por espacio de dos días apenas si pude caminar por la aflicción; al tercer día, caí sin fuerzas junto a un matorral y me dormí. Y he aquí que, en sueños, me vi en el eremitorio, en la celda de mi starets, a quien lloré mi dolor. El starets, después de haberme consolado, me dijo:

-Que este acontecimiento te sirva de lección de desapego de las cosas de la tierra, a fin de poder volar más libremente hacia el cielo. Esta prueba te ha sido enviada a fin de que no caigas en la voluptuosidad espiritual. Dios quiere que el cristiano renuncie a su propia voluntad y a todo apego a ella, para poder ponerse así enteramente en los brazos de la voluntad divina. Todo lo que Él hace es para el bien y la salvación de los hombres. Él quiere que todos los hombres sean salvos 3. De modo que ten ánimo y cree que Dios dispondrá con la tentación el éxito para que podáis resistirla 4. Pronto recibirás un consuelo mayor que todas tus penas.

Al oír estas palabras, desperté y sentí en mi cuerpo fuerzas renovadas y en mi alma como una aurora y una nueva tranquilidad. ¡Qué se cumpla la voluntad de Dios!, dije. Me levanté, hice la señal de la cruz y partí. La oración obraba de nuevo en mi corazón como antes, y durante tres días seguí tranquilo mi camino.

De repente, me encontré en él con una tropa de forzados, que eran conducidos bajo escolta. Al llegar junto a ellos, vi a los dos hombres que me habían robado, y como iban a la cabeza de la columna pude echarme a sus pies y suplicarles que me dijeran dónde estaban mis libros. Al principio fingieron no conocerme, pero al final uno de ellos dijo:

-Si nos das alguna cosa, te diremos dónde están tus libros. Necesitamos un rublo de plata.

Yo les juré que de un modo u otro se lo daría, aunque tuviese que mendigar para hacerme con él.

-Tomad en prenda, si os interesa, mi pasaporte.

Entonces me dijeron que mis libros estaban en los carros con los objetos robados que les habían recogido.

-¿Cómo podré conseguirlos?

-Pídeselos al capitán de la escolta.

Me fui donde estaba el capitán y le expliqué todo tal como había sucedido. En la conversación, me preguntó si sabía leer la Biblia.

-No sólo sé leerla, le contesté, sino que también sé escribir; vos mismo veréis en la Biblia una inscripción que indica que me pertenece; y aquí tenéis en mi pasaporte mi nombre y apellido.

El capitán me dijo:

-Estos ladrones son desertores; vivían en una cabaña y se dedicaban a desplumar a los viandantes. Un cochero muy hábil los detuvo ayer, cuando querían robarle su troica. Tendré sumo placer en devolverte tus libros, si acaso están allí; pero tendrás que venir con nosotros hasta la posada. Estamos a cuatro verstas solamente y yo no puedo detener todo el convoy para buscarlos ahora.

Lleno de alegría, me puse en marcha junto al caballo del capitán, y fui conversando con él. Pronto me di cuenta de que era un hombre honesto y bueno y que ya no era joven. Me preguntó quién era yo, de dónde venía y a dónde iba. Respondí a todas sus preguntas y poco a poco llegamos a la posada donde se hacía el alto. Fue en busca de mis libros, y me los entregó diciendo:

-¿Adónde piensas ir ahora? Es ya de noche; sería mejor que te quedases conmigo.

Y con él me quedé. Sentía tal contento por haber recobrado mis libros que no sabía cómo dar gracias a Dios; los apretaba contra mi corazón hasta sentir calambres en los brazos. Lágrimas de felicidad corrían por mis mejillas y mi corazón palpitaba de gozo y dicha.

El capitán me miró y me dijo:

-Veo que sientes placer en leer la Biblia.

En mi alegría, no me fue posible responderle una sola palabra. Yo no hacía más que llorar. Él continuó:

-Yo también, hermano, leo cada día con gran atención el Evangelio -Y al momento, entreabriendo su uniforme, sacó de él un pequeño Evangelio de Kiev 5 con cubierta de plata-. Siéntate y te contaré cómo me fui acostumbrando a ello. ¡Mesonero!, que nos traigan la cena.

 
HISTORIA DEL CAPITÁN

Nos sentamos a la mesa. El capitán comenzó su relato:

«-Desde mi juventud he servido en el ejército y nunca en una guarnición. Conocía bien mi oficio y mis superiores me consideraban como un oficial modelo. Pero yo era joven, al igual que mis amigos. Por desgracia empecé a beber, y de tal modo me entregué a la bebida, que caí enfermo. Cuando no bebía era un excelente oficial, pero al primer vaso que volvía a beber, tenía que guardar cama seis semanas. Me aguantaron durante mucho tiempo; pero al fin, por haber insultado a un jefe después de haber bebido, fui degradado y condenado a servir tres años en una guarnición; me amenazaron con un castigo más severo aún, si no abandonaba la bebida. En situación tan miserable, quise luchar por contenerme, pero fue inútil; me fue imposible renunciar a mi pasión y decidieron enviarme a un batallón disciplinario. Cuando me lo hicieron saber, yo no sabía lo que me cogía.

»Un día, sentado en mi dormitorio, iba pensando en todas estas cosas. Y en esto se presentó un monje que pedía para una iglesia. Cada cual daba lo que podía. Al llegar junto a mí, me preguntó por qué estaba tan triste. Yo hablé un poco con él y le conté mi desgracia. El monje se compadeció de mi situación y me dijo:

»-Lo mismo que a ti le sucedió a un hermano mío, y voy a contarte cómo consiguió vencer su vicio. Su padre espiritual le dio un Evangelio y le ordenó leer un capítulo cada vez que le vinieran ganas de beber; si las ganas volvían, debía leer el capítulo siguiente. Mi hermano puso en práctica el consejo, y de allí a poco tiempo quedó libre de la pasión por la bebida. Hace ya quince años que no ha probado ninguna bebida fuerte. Imita su ejemplo, y pronto verás cuánto bien te hace abstenerte como él. Yo tengo un Evangelio; si quieres, mañana te lo traeré.

»A lo que yo repliqué:

»-¿Y qué voy a hacer yo con el Evangelio, cuando ni mis esfuerzos, ni los remedios de los médicos han podido conseguir que me abstenga de beber? (Hablaba así porque jamás había leído el Evangelio.)

»-No digas eso, replicó el monje. Yo te aseguro que si haces lo que te he dicho, encontrarás provecho.

»Al día siguiente, en efecto, volvió el monje con el Evangelio que aquí ves. Lo abrí, lo miré, leí algunas frases y le dije:

»-No lo quiero, pues no entiendo nada. No estoy acostumbrado a leer los caracteres de iglesia 6.

»El monje continuó exhortándome, diciendo que en las mismas palabras del Evangelio se encierra una fuerza bienhechora; porque es el mismo Dios el que pronunció las palabras que en él están impresas. No importa que no entiendas nada; basta con que leas con atención. Un Santo ha dicho: "Si tú no comprendes la Palabra de Dios, los demonios comprenden lo que tú lees, y tiemblan." Y seguramente que el deseo de beber es obra de los demonios. Y te digo además esto: San Juan Crisóstomo escribe que hasta el lugar donde está el Evangelio espanta a los espíritus de las tinieblas y es un obstáculo a sus intrigas.

»No me acuerdo ya muy bien, pero creo que di alguna cosa al monje; tomé su Evangelio y lo eché en mi baúl entre mis otras cosas, olvidándolo completamente. Algún tiempo después llegó el momento de beber. Tenía unas ganas terribles de hacerlo; abrí el baúl para coger algún dinero y entrar en la taberna. El Evangelio se me presentó delante de los ojos y, acordándome de repente de todo lo que me había dicho el monje, lo abrí y comencé a leer el primer capítulo de San Mateo. Lo leí hasta el fin sin entender cosa alguna; pero me acordé de lo que me había dicho el monje: "No importa que no entiendas nada; basta con que leas con atención". ¡Está bien!, me dije; leamos un capítulo más. La lectura me pareció más clara. Veamos el tercero; apenas lo había comenzado, cuando se oyó una campana: era la retreta o llamada de la tarde. Y ya no había tiempo de salir del cuartel, con lo que me quedé sin beber por aquel día.

»Al día siguiente, por la mañana, estando para salir a comprar aguardiente, me dije: ¿Y si leyese un capítulo del Evangelio? Después veremos. Lo leí y no me moví. Algo después tuve de nuevo ganas de beber, pero me puse a leer y me sentí aliviado. Me sentí fuerte igualmente, y a cada asalto de la tentación de beber la vencía leyendo mi capítulo del Evangelio. Cuanto más tiempo pasaba, me iba mejor. Cuando hube acabado los cuatro Evangelios, mi pasión por el vino había desaparecido completamente; me era ya del todo indiferente. Y hace ya veinte años que no he llevado a mis labios ninguna bebida fuerte.

»Todos se extrañaron de mi cambio. Pasados tres años fui admitido de nuevo en el cuerpo de oficiales; fui ascendiendo los grados sucesivos y quedé nombrado capitán. Contraje matrimonio con una excelente mujer; hemos reunido algunos bienes y ahora, gracias a Dios, las cosas van marchando. Ayudamos a los pobres en la medida de nuestras posibilidades y damos alojamiento a los peregrinos. Tengo un hijo que ya es oficial y que vale mucho.

»Pues bien, después que me puse bueno del todo, prometí leer cada día, durante toda mi vida, uno de los cuatro Evangelios entero, sin admitir dispensa alguna. Y así lo hago. Cuando estoy abrumado de trabajo y me siento muy fatigado, me acuesto y le pido a mi mujer o a mi hijo que lean el Evangelio junto a mí, y de esta manera cumplo mi promesa. En testimonio de agradecimiento y para gloria de Dios, he hecho cubrir este Evangelio de plata maciza y siempre lo llevo sobre mi corazón.»

Yo le escuché con gran placer, y le dije:

-Yo he conocido un caso semejante: en nuestro pueblo, en la fábrica, había un excelente obrero, muy hábil en las cosas de su oficio; pero para su desgracia, bebía con demasiada frecuencia. Un hombre piadoso le aconsejó que, cada vez que le viniesen ganas de beber aguardiente, recitase treinta y tres veces la oración de Jesús en honor de la Santísima Trinidad y en memoria de los años de la vida de Jesús sobre la tierra. Y no es esto todo: tres años después entraba en un monasterio.

-¿Y qué vale más, la oración de Jesús o el Evangelio?

-Ambos son la misma cosa, le respondí. El Evangelio es como la oración de Jesús, porque el divino nombre de Jesús encierra en sí todas las verdades evangélicas. Los Padres dicen que la oración de Jesús es un resumen de todo el Evangelio.

Después de esta conversación dijimos nuestras oraciones; el capitán comenzó a Feer el Evangelio de San Marcos desde el principio; yo le escuchaba haciendo oración en mi corazón. El capitán terminó su lectura a las dos de la madrugada y nos fuimos a acostar.

Según tengo por costumbre, me levanté muy temprano cuando todos aún dormían. Apenas apuntaba el día cuando yo me enfrascaba ya en mi Filocalía. ¡Con cuánta alegría la abrí! Me parecía haber vuelto a encontrar a mi padre después de una larga ausencia o a un amigo que hubiera resucitado de entre los muertos. La abracé y di gracias a Dios por habérmela devuelto; comencé a leer a Teolepto de Filadelfia 7, en la segunda parte de la Filocalía. Quedé asombrado al leer que propone entregarse a la vez a tres diversas clases de actividad: cuando te sientes a la mesa, dice, da alimento al cuerpo, lectura a tu mente y oración a tu corazón. Pero el recuerdo de la bienhechora sobremesa de la víspera me explicaba prácticamente este pensamiento. Y entonces comprendí el misterio de la diferencia entre el corazón y la mente.

Cuando se despertó el capitán, quise darle gracias por su bondad y despedirme de él. Me sirvió el té, me dio un rublo de plata y nos dijimos adiós. Yo emprendí la marcha lleno de alegría.

Al fin de la primera versta, me acordé de que había prometido a los soldados un rublo, y ahora tenía uno en mi bolsillo. ¿Debía dárselo, o no? Por un lado, pensaba para mis adentros, te dieron de golpes y te robaron, y ya no pueden hacerte mal alguno porque están detenidos; pero por otro lado, acuérdate de lo que está escrito en la Biblia: Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer 8. Y el mismo Jesucristo dijo: Amad a vuestros enemigos 9; y en otro lugar: Y al que quiera litigar contigo para quitarte la túnica, déjale también el manto 10. Hechas estas reflexiones, volví sobre mis pasos y llegué a la posada en el preciso momento en que el convoy se estaba formando para iniciar la marcha. Corrí en busca de los dos malhechores y les puse el rublo en las manos, diciéndoles:

-Orad y haced penitencia; Jesucristo es el amigo de los hombres y nunca os abandonará.

Dichas estas palabras, me alejé siguiendo el camino en dirección contraria a la que llevaban ellos.

 

SOLEDAD

Después de haber caminado cincuenta verstas por el camino real, entré por unos caminos de campo, más solitarios y propios a la lectura. Durante un tiempo fui vagando por los bosques; de cuando en cuando encontraba una aldea. Con frecuencia, me quedaba todo el día en el bosque leyendo la Filocalía, en la que encontraba admirables y profundas enseñanzas. Mi corazón se inflamaba en deseos de unirse con Dios mediante la oración interior, que yo me esforzaba por estudiar y descubrir en la Filocalía. Al mismo tiempo estaba triste por no haber podido hallar un abrigo donde poder entregarme a la lectura en paz y sin distraerme en otras cosas.

Por esa época, leía también mi Biblia y veía que empezaba a entenderla mejor; encontraba en ella menos pasajes oscuros. Razón tienen los Padres al decir que la Filocalía es la llave que descubre los misterios encerrados en las Escrituras. Bajo su dirección, comencé a comprender el sentido oculto en la Palabra de Dios; descubrí lo que significan el hombre interior oculto en el corazón 11, la verdadera oración: la adoración en espíritu 12 el Reino de Dios dentro de nosotros 13, la intercesión del Espíritu Santo 14; entendí el sentido de estas palabras: Vosotros estáis en mi 15, dame tu corazón 16, revestíos del Señor Jesucristo 17, los desposorios del Espíritu en nuestros corazones 18, la invocación: ¡Abba, Padre! 19, y otras muchas cosas. Cuando oraba en lo más profundo de mi corazón, todas las cosas que me rodeaban aparecíanme bajo un aspecto encantador: árboles, hierbas, aves, tierra, aire, luz, todas parecían decirme que existen para el hombre y que dan testimonio del amor de Dios por el hombre; todas oraban, todas cantaban la gloria de Dios. Así llegué a comprender aquello que la Filocalía llama «el conocimiento del lenguaje de la creación», y veía cómo es posible conversar con las criaturas de Dios.

 
HISTORIA DE UN GUARDABOSQUES

Así anduve caminando durante mucho tiempo. Llegué al fin a un país tan apartado que estuve tres días sin ver una sola aldea. Había terminado mi pan y me preguntaba no sin inquietud cómo haría para no morir de hambre. Al momento de haber empezado a orar en mi corazón, desapareció mi angustia, me puse en las manos del Señor, y me volvió la alegría y la tranquilidad. Continué luego un poco por el camino a través de un inmenso bosque, cuando apareció ante mi vista un perro de guarda que salía de entre los árboles; le llamé y se me acercó muy cariñoso, dejándose acariciar. Yo me alegré y me dije: He aquí también la bondad de Dios; seguramente habrá en este bosque algún rebaño y este será el perro del pastor, o acaso sea el perro de algún cazador. De cualquier modo, ahora tendré ocasión de pedir un poco de pan, pues hace ya dos días que no pruebo bocado; o al menos me indicarán dónde puedo encontrar el pueblo más cercano. El perro, después de haber dado unas vueltas a mi alrededor, y al ver que no encontraba nada que comer, se volvió al bosque por el mismo sendero por donde había venido. Yo le seguí, y al cabo de unos doscientos metros volví a verlo, a través de los árboles, en una guarida de la que sacaba la cabeza, ladrando.

Luego vi que se acercaba por entre los árboles un campesino delgado y pálido, ya entrado en años sin ser viejo. Me preguntó cómo había llegado hasta allí, y yo le dije qué es lo que hacía en un lugar tan apartado, cambiando algunas palabras amistosas. Me rogó que entrase en su cabaña y me explicó que era guardabosques y que tenía a su cuidado aquel monte, que iba a ser talado. Me ofreció el pan y la sal, y entablamos conversación.

-Te envidio esta vida solitaria que llevas, le dije; no es como yo, que ando caminando de continuo y estoy en contacto con todo el mundo.

-Si te gusta, me respondió, puedes vivir aquí; ahí cerca hay una cabaña vieja que ha servido de vivienda al guarda que estuvo aquí antes que yo; está un poco en ruinas, pero para el verano puede valer. Tú tienes tu pasaporte; hay pan para los dos con lo que me traen cada semana del pueblo, y junto a nosotros corre este arroyo que no se seca jamás. Yo hermano, hace diez años que no como otra cosa que pan y no bebo más que agua. Para el otoño, cuando se hayan terminado los trabajos de la recolección, vendrán doscientos hombres para la tala de árboles; yo ya no tendré nada que hacer aquí y a ti tampoco te permitirán continuar en este lugar.

Al oír estas palabras sentí tanta alegría que me faltó poco para echarme a sus pies. No sabía cómo agradecer a Dios su bondad para conmigo.

Todo lo que yo podía desear y por lo que tanto había suspirado, aquí se me ofrecía en un momento. Hasta el otoño aún quedan cuatro meses y yo puedo, durante este tiempo, aprovechar el silencio y la paz del bosque para estudiar con ayuda de la Fiocalía la oración continua en el corazón. De modo que resolví instalarme en la dicha cabaña. Continuamos hablando y aquel buen hermano me contó su vida y sus ideas.

-En mi pueblo -me dijo- yo no era el último; tenía un oficio que consistía en teñir las telas de rojo y azul; vivía con holgura, pero no sin pecado; engañaba mucho a mi clientela y juraba continuamente; era grosero, bebedor y pendenciero.

En ese pueblo había un viejo chantre que tenía un libro antiguo, muy antiguo sobre el Juicio final 20. Iba a menudo a casa de los fieles ortodoxos para leer en ellas y recibía por ello alguna pequeña retribución; alguna vez también venía a mi casa. La mayor parte de las veces, le daba unos ochavos y él se quedaba a leer hasta el canto del gallo. Una vez estaba yo trabajando y oyéndole al mismo tiempo; leía un pasaje sobre los tormentos del infierno y sobre la resurrección de los muertos, cómo Dios vendrá a juzgar; cómo harán los Angeles sonar sus trompetas, el fuego y la pez que habrá allá y cómo los gusanos devorarán a los pecadores. De repente, sentí un miedo espantoso y me dije: ¡Yo no escaparé a esos tormentos! Desde ahora voy a dedicarme a salvar mi alma y acaso llegue a conseguir el rescate de mis pecados. Reflexioné detenidamente y decidí abandonar mi oficio; vendí mi casa, y como vivía solo me hice guardabosques, no pidiendo de salario más que el pan, vestido con que cubrirme y algunos cirios para encender durante las oraciones.

Y ya llevo viviendo así más de diez años. Solamente como una vez al día y no tomo sino pan y agua. Todas las noches me levanto al primer canto del gallo y hasta que amanece hago genuflexiones y salutaciones hasta tierra; mientras rezo enciendo siete velas delante de las imágenes. Durante el día, mientras recorro el bosque, llevo unas cadenas de sesenta libras sobre la piel. No juro, no bebo ni cerveza ni alcohol, ni peleo con nadie; mujeres, no las he conocido jamás.

Al principio me sentía muy contento de vivir así, pero de cuando en cuando me veo asaltado por reflexiones que no puedo echar de la mente. Dios sabe si podré alcanzar el perdón de mis pecados, pero esta vida es bien dura. Y además, ¿sería verdad lo que decía el libro? ¿Cómo puede resucitar un hombre? Pues de aquellos que murieron hace cien años y más, hasta el polvo ha desaparecido. Y ¿quién sabe si habrá un infierno o no? Por lo menos, ninguno ha vuelto del otro mundo; cuando el hombre muere, se corrompe y ninguna huella queda de él. Ese libro, acaso lo hayan escrito los popes o los funcionarios para asustarnos, a nosotros los imbéciles, a fin de tenernos cada vez más sumisos. De modo que en esta vida vivimos miserablemente y sin consuelo alguno, y a lo mejor en la otra no habrá cosa alguna. Entonces, ¿para qué continuar así? ¿No será preferible aprovechar inmediatamente las buenas ocasiones? Estas ideas me persiguen -añadió-, y tengo miedo de tener que volver a mi antigua ocupación.

Yo sentía gran compasión por él y me decía a mí mismo: Se dice que sólo los sabios y los intelectuales se hacen librepensadores e incrédulos, pero por lo visto también nuestros hermanos, los sencillos campesinos, se forman ideas bien raras y faltas de fe. Seguramente que el mundo oscuro llega a todos y acaso ataca más fácilmente aún a los simples. Hay que buscar las mejores razones posibles y fortalecerse contra el enemigo por la Palabra de Dios.

Por eso, a fin de sostener un poco a este hermano y confirmar su fe, saqué de mi bolsillo la Filocalía y la abrí en el capítulo 109 del bienaventurado Hesiquio 21. Le leí y expliqué que el miedo del castigo no es el único freno contra el pecado, porque el alma no puede librarse de los pensamientos culpables sino mediante la vigilancia del espíritu y la pureza del corazón. Todo esto se adquiere por la oración interior. Si alguno escoge el camino del ascetismo no sólo por miedo de las torturas del infierno, sino también por el deseo del reino celestial, añadí, los Padres comparan esta acción con la de un mercenario. Dicen que el miedo a los tormentos es la vía del esclavo, y el deseo de recompensa, la del mercenario. Pero Dios quiere que vayamos a Él como hijos; quiere que el amor y el celo nos empujen a comportarnos dignamente, y que gocemos de la perfecta unión con Él en el alma y en el corazón 22.

-En vano te agotarás y te impondrás las pruebas y penitencias físicas más duras; si no llevas constantemente a Dios en el espíritu y la oración de Jesús en el corazón, nunca estarás al abrigo de los malos pensamientos; estarás siempre dispuesto a pecar a la menor ocasión. Comienza, pues, hermano, a rezar de continuo la oración de Jesús; esto te resultará fácil en esta soledad, y pronto verás el provecho de esta oración. Las ideas impías desaparecerán, a la vez que la fe y el amor a Jesucristo se revelarán en tu interior. Y comprenderás cómo los muertos pueden resucitar, qué es verdaderamente el Juicio final y qué significa. Y encontrarás tanto gozo y ligereza en tu corazón, que quedarás admirado; y ya no te cansarás ni serás turbado por tu vida de penitencia.

Luego le expliqué como mejor pude, cómo debía recitar la oración de Jesús según el divino mandamiento y las enseñanzas de los Padres. Él parecía no desear otra cosa, y su turbación fue disminuyendo. Entonces, separándome de él, entré en la vieja cabaña que me había indicado.

 
TRABAJOS ESPIRITUALES

¡Qué alegría, Dios mío, y qué consuelo! ¡Qué embeleso sentía al penetrar en aquella cabaña, o mejor dicho en aquella tumba! Parecíame como un hermoso palacio lleno de alegría, y me dije: Ahora, en este silencio y esta paz, vamos a trabajar como Dios manda y pedir al Señor que esclarezca mi espíritu. Y así, comencé a leer la Filocalía con gran atención, desde el principio hasta el fin. En poco tiempo había acabado mi lectura y comprendía la sabiduría, la santidad y la profundidad de este libro. Mas como se trata en él de múltiples materias, yo no podía comprenderlo todo, ni reunir las fuerzas de mi espíritu sobre la única enseñanza de la oración interior para llegar a la oración espontánea y continua en el interior del corazón. Y no obstante, eran grandes mis deseos de ello, según el mandamiento divino transmitido por el Apóstol: Aspirad a los dones más perfectos 23; y en otro lugar: No apaguéis al Espíritu 24. En vano reflexionaba, pues no sabía lo que hacer. No tengo bastante inteligencia ni comprensión, ni a nadie que me enseñe. Voy a cansar al Señor a fuerza de oraciones, y acaso consienta en iluminar mi espíritu. Y así pasé un día entero rezando sin interrumpir ni un instante mi oración. Y he aquí que me vi, en sueños, en la celda de mi starets, que me explicó la Fiocalía diciendo:

-Este santo libro es de una gran sabiduría. Es un misterioso tesoro de enseñanzas acerca de los secretos designios de Dios. No en cualquier lugar, ni a todos es accesible este libro; pero encierra máximas escritas para cada uno: profundas para los espíritus profundos, y sencillas para los simples. Por eso, vosotros, las gentes sencillas, no debéis leer los libros de los Padres en el orden que están puestos aquí. Esta es una disposición conforme a la teología; pero aquel que no es instruido y desea aprender la oración interior en la Filocalía, debe practicar el orden siguiente: primero leer el libro del monje Nicéforo (en su segunda parte); segundo, el libro de Gregorio el Sinaíta entero, salvo los capítulos más cortos; tercero, las tres formas de oración de Simeón el Nuevo Teólogo y su Tratado de la Fe; y cuarto, el libro de Calixto e Ignacio. En estos textos cualquiera puede encontrar la enseñanza completa de la oración interior del corazón. Si quieres un texto todavía más inteligible, lee en la cuarta parte el modelo abreviado de oración de Calixto, patriarca de Constantinopla.

Yo, que tenía la Filocalía en mis manos, buscaba el pasaje indicado sin poder encontrarlo. El

, volviendo algunas páginas, me dijo:

-Yo te lo voy a enseñar: aquí está. -Y tomando un trozo de carbón del suelo, hizo una señal al margen de la página frente al pasaje indicado. Yo escuchaba con mucha atención todas las palabras del starets y procuraba grabarlas en mi memoria con firmeza y con detalle.

En esto, me desperté, y como todavía era de noche continué acostado, recordando todo lo que había visto en sueños y repitiendo lo que me había dicho el starets. Después me puse a reflexionar. Dios sabe si es el alma de mi difunto la que se me aparece así, o si son mis propias ideas las que toman forma, porque pienso con mucha frecuencia y durante mucho tiempo en la Fiocalía y en el starets. Me levanté en esta incertidumbre de espíritu, pues ya apuntaba el día. Y he aquí que, en la piedra que me servía de mesa, veo la Filocalía abierta en la página indicada por el starets y marcada con una raya de carbón, exactamente como en mi sueño; hasta el carbón estaba junto al libro. Me quedé impresionado, acordándome de que no había dejado el libro allí la noche anterior, sino que lo había cerrado y colocado junto a mí antes de dormirme; y me acordaba además de que no había en él raya alguna que marcase aquella página. Todas estas coincidencias me daban fe de la verdad de la aparición y me confirmaron en la santidad de la memoria de mi starets. De modo que comencé a leer la Filocalía según el orden que me había sido indicado. Lo leí una vez, luego otra, y esta lectura inflamó mi celo y mis deseos de ver confirmado en actos todo cuanto había leído. Descubrí claramente el sentido de la oración interior y los medios de llegar a ella y sus efectos; comprendí cuánto regocija al alma y cómo es posible distinguir si esta felicidad viene de Dios, de la naturaleza sana, o de la ilusión.

Y ante todo procuraba encontrar el lugar del corazón, según las enseñanzas de San Simeón el Nuevo Teólogo. Habiendo cerrado los ojos, dirigía mi mirada hacia el corazón, procurando representármelo tal como se encuentra en la parte izquierda del pecho y escuchando sus latidos.

Primero practiqué este ejercicio durante media hora, varias veces al día. Al principio, no veía más que tinieblas; pero bien pronto mi corazón apareció y comencé a sentir su profundo movimiento; después, conseguí introducir en mi corazón la oración de Jesús, y hacerla brotar de él, según el ritmo de la respiración, tal como lo enseñan San Gregorio el Sinaíta, así como Calixto e Ignacio. Para conseguirlo, miraba mentalmente a mi corazón, inspiraba el aire y lo retenía en mi pecho diciendo: «Señor Jesucristo», y lo espiraba añadiendo: «tened piedad de mí». Al principio me ejercité en esto durante una o dos horas, después me apliqué cada vez con mayor frecuencia a este ejercicio, y al fin me ocupaba en él casi todo el día. Cuando me sentía pesado, fatigado o inquieto, en seguida leía en la Filocalía los pasajes que tratan de la actividad del corazón, y pronto volvían a renacer en mí el deseo y las ansias por la oración. Al cabo de tres semanas, sentí un dolor en el corazón, y luego un agradable calor y gran sentimiento de consuelo y de paz. Esto me dio mayores fuerzas para ejercitarme en la oración, a la cual iban todos mis pensamientos, y comencé a sentir una gran alegría. A partir de aquel momento, de vez en cuando sentía diversas sensaciones nuevas en el corazón y en el espíritu. A veces era como una agitación en mi corazón y una agilidad, una libertad y un gozo tan grandes, que quedaba transformado y me veía en éxtasis. A veces, sentía muy ardiente amor a Jesucristo y a toda la divina creación. A veces las lágrimas 25 corrían sin esfuerzo de mi parte como un reconocimiento al Señor, que había tenido compasión de mí, pecador empedernido. A veces mi pobre y limitado espíritu se llenaba de tales luces, que comprendía con toda claridad cosas que antes yo no hubiera podido siquiera concebir. A veces el dulce calor de mi corazón se extendía por todo mi ser y empezaba a sentir con gran emoción la presencia del Señor. Y a veces, en fin, sentía una intensa y profunda alegría al pronunciar el nombre de Jesucristo y comprendía el significado de sus palabras: El Reino de Dios está dentro de vosotros 26.

En medio de estas bienhechoras consolaciones, iba echando de ver que los efectos de la oración aparecían bajo tres formas: en el espíritu, en los sentidos y en la inteligencia. En el espíritu, por ejemplo, la dulzura del amor de Dios, la tranquilidad interior, el arrobamiento del espíritu, la pureza de los pensamientos, el esplendor de la idea de Dios; en los sentidos, el agradable calor del corazón, la plenitud de dulzura en los miembros, el estremecimiento de gozo del corazón, la ligereza y vigor de la vida, la insensibilidad ante las enfermedades y el dolor; en la inteligencia, la iluminación de la razón, la comprensión de las Santas Escrituras, el conocimiento del lenguaje de la creación, el desapego de vanos cuidados, la conciencia de la suavidad de la vida interior, la certidumbre de la proximidad de Dios y de su amor por nosotros 27.

Después de cinco meses de soledad en estos trabajos y en esta felicidad, me iba habituando tan bien a la oración del corazón que la practicaba ininterrumpidamente, y al fin noté que ella se hacía de por sí sola, sin actividad alguna de mi parte; brotaba en mi espíritu y en mi corazón no sólo en estado de vigilia, sino también durante el sueño, y no se interrumpía ni un solo instante.

Llegó el tiempo de la tala de árboles, se fueron juntando leñadores y yo tuve que abandonar mi silenciosa morada. Después de haber dado las gracias al guarda y haber rezado una oración, besé aquel rincón de tierra en que el Señor se había dignado manifestarme tan claramente su bondad, eché mi saco sobre mis hombros y partí. Caminé durante mucho tiempo, y recorrí muchas regiones antes de llegar a Irkutsk. La oración espontánea de mi corazón me sirvió de consuelo durante todo el camino, y nunca dejó de alegrarme, si bien de diversas maneras; en ninguna parte, ni en momento alguno me fue impedimento para ninguna cosa, y nada la pudo tampoco disminuir. Si trabajo, la oración opera sola en mi corazón y realizo mi tarea con mayor ligereza; si escucho o leo alguna cosa con atención, la oración no sufre interrupción, y voy sintiendo a la vez una y otra, como si estuviera desdoblado o como si en mi cuerpo trabajaran dos almas. ¡Oh, Dios mío, y qué misterioso es el hombre!…

 
EL SALTO DEL LOBO

Qué grandes son tus obras, oh Señor: todo lo hiciste con sabiduría 28. En mis peregrinaciones me he encontrado con casos bien extraordinarios. Si debiera narrarlos todos, tendría para muchos días. Voy a contaros éste: una tarde de invierno iba yo caminando solo por un bosque con intención de pasar la noche a dos verstas más adelante, en un pueblecito que estaba ya a la vista. De repente un gran lobo saltó sobre mí. Yo tenía en la mano el rosario de lana 29 de mi starets que, como siempre, llevaba conmigo, e hice huir a la fiera con este rosario. ¿Y lo creeréis? El rosario se me fue de las manos y se quedó rodeando el cuello del lobo. Este retrocedió al instante y, saltando a través de las matas, quedó preso por las patas traseras en los espinos, mientras que el rosario quedaba enganchado de la rama de un árbol seco; el lobo se debatía con todas sus fuerzas, pero no conseguía desprenderse porque el rosario le apretaba la garganta. Yo hice con gran fe la señal de la cruz y corrí a soltar al lobo, temiendo sobre todo que arrancase el rosario y huyese con un objeto que yo estimaba tanto. Apenas me había acercado y puesto la mano sobre el rosario, el lobo, en efecto, lo rompió y echó a correr con toda la ligereza de sus patas. Dando gracias al Señor y acordándome de mi bienaventurado starets, llegué sin novedad al pueblo: me dirigí a la posada y pedí hospedaje. Entré en la casa, en la que dos viajeros estaban sentados a la mesa; el uno era ya viejo y el otro de edad madura y corpulento. Pregunté quiénes eran al campesino que guardaba sus caballos, y éste me contestó que el anciano era maestro y el otro escribano del juez de paz. Los dos son de origen noble y los llevo a la feria a veinte verstas de aquí.

Después de haber descansado un rato, pedí a la patrona aguja e hilo, me acerqué a la luz y comencé a recoser mi rosario. El escribano me miró y dijo:

-Mucho has debido de rezar para llegar a romper tu rosario.

-No soy yo quien lo ha roto, sino un lobo…

-¡Toma! ¿De modo que hasta los lobos rezan? -respondió riendo el escribano.

Les conté entonces al detalle lo que me había sucedido, y les dije la mucha estima en que tenía yo a este rosario. El escribano se echó a reír y dijo:

-Para vosotros, gente crédula, siempre existen milagros. ¿Qué ves de misterioso en eso que has contado? Tú le has tirado sencillamente algún objeto, el lobo ha tenido miedo y se ha puesto en fuga. Los perros y los lobos tienen siempre miedo de esos objetos que se les tira; y que se le hayan enredado las patas en la maleza no tiene nada de particular. De modo que no hay que creer que todo lo que sucede en el mundo es por milagro.

Entonces comenzó el profesor a discutir con él:

-No hable usted de esa manera, señor: que no entiende usted mucho de estos asuntos. Yo al menos, veo en la historia de este campesino un doble misterio, sensible y espiritual.

-¿Cómo se entiende eso? -preguntó el escribano.

-Escúcheme usted: aunque no posea usted una instrucción muy profunda, habrá estudiado seguramente la historia sagrada por preguntas y respuestas, que se edita para las escuelas. Usted se acuerda que cuando el primer hombre, Adán, se hallaba en el estado de inocencia, todos los animales le estaban sometidos; se le acercaban sin miedo y él les ponía a cada uno su nombre. El starets al cual pertenecía este rosario era santo; ¿y qué es la santidad?, pues no es otra cosa que la resurrección, en el hombre pecador, del estado de inocencia del primer hombre merced a sus esfuerzos por adquirir las virtudes. El alma santifica al cuerpo. El rosario estaba sin cesar en las manos de un santo; pues bien, por el contacto continuado con su cuerpo, este objeto ha sido penetrado por una fuerza santa, la fuerza del estado de inocencia del primer hombre. He aquí el misterio de la naturaleza espiritual… Esta fuerza la sienten naturalmente todos los animales, sobre todo por el sentido del olfato, ya que el olfato es el órgano esencial de los sentidos en el animal. He aquí el misterio de la naturaleza sensible…

-Para ustedes, los sabios, no hay sino fuerzas e historias de este género; pero nosotros vemos las cosas desde otro punto de vista: servirse un vaso de licor y echárselo al estómago, esto es lo que da fuerza y vigor -dijo el escribano, y se dirigió hacia el armario.

-Diga usted lo que quiera -respondió el maestro-, pero por lo menos no pretenda usted negar lo que creen quienes saben más que usted.

Mucho me gustaron las palabras del maestro; y así me acerqué a él y le dije:

-Permítame usted contarle alguna cosa a propósito de mi starets.

Le expliqué cómo se me había aparecido en sueños, y cómo después de haberme enseñado, había hecho una señal con carbón en la Filocalía. El maestro escuchó mi relato con atención. Pero el escribano refunfuñaba, recostado sobre un banco.

-Ahora veo claro que hay gentes que se vuelven locas de tener siempre la nariz metida en la Biblia. No hay más que ver y oír a este buen hombre. ¿Quién será el coco que viene de noche a manchar tus libros con carbón? Seguramente que has dejado caer tu libro al suelo, mientras dormías, y los residuos de la ceniza te lo han manchado… En eso ha consistido todo tu milagro. ¡Ay, estos cortos de alcances! ¡Si no os conociéramos a ti y a todos los de tu cofradía!

Después que hubo hablado de este modo, se volvió hacia la pared y se durmió. Oídas estas palabras, me incliné hacia el maestro y le dije:

-Si usted quiere, yo le enseñaré el libro que lleva esta marca y no unos residuos de ceniza.

Saqué la Filocalía de mi saco y se la enseñé diciendo:

-Yo nunca puedo entender que sea posible a un alma incorpórea tomar un carbón y escribir…

Miró el maestro la señal sobre el libro y dijo:

-Este es el misterio de los espíritus. Y te lo quiero explicar:

Cuando los espíritus aparecen a un hombre bajo una forma corpórea, forman su cuerpo visible de luz y de aire, empleando para esto los elementos de los que había estado hecho su cuerpo mortal. Y como el aire está dotado de elasticidad, el alma que de él se reviste está dotada de la facultad de obrar, de escribir, de apoderarse de objetos. Pero ¿qué libro es ese que tienes en la mano? Déjame que lo vea.

Lo abrió y se encontró con el tratado de Simeón el Nuevo Teólogo.

-Esto debe ser sin duda un libro teológico. No lo conozco.

-Este libro, abuelo, contiene casi únicamente la enseñanza de la oración interior del corazón en el nombre de Jesucristo; esa enseñanza está explicada aquí en todos sus detalles por veinticinco Padres.

-¿La oración interior? Ya sé lo que es -replicó el maestro.

Me incliné profundamente delante de él y le supliqué que me dijera algunas palabras sobre la oración interior.

-Muy bien. Está escrito en el Nuevo Testamento que el hombre y toda la creación están sometidos a su pesar a la vanidad, y que todas las cosas suspiran y tienden hacia la libertad de los hijos de Dios 30: este misterioso movimiento de la creación, este deseo innato de las almas es precisamente la oración interior. No es posible aprenderla, porque se halla en todos y en todo…

-Pero, ¿cómo adquirirla, descubrirla y sentirla en el corazón? ¿Cómo adquirir conciencia de ella y aceptarla voluntariamente, conseguir que opere activamente, regocijando, iluminando y salvando al alma? -le pregunté.

-No sé si hablaran de esto los tratados teológicos -respondió el maestro.

-Sin duda que sí; porque aquí todo esto está escrito -repliqué…

El maestro cogió una pluma y anotó el título de la Filocalía y dijo:

-Voy a pedir este libro a Tobolsk y lo quiero leer.

Y sin más palabras, nos separamos. Al marcharme, di gracias a Dios por mi conversación con aquel hombre y rogué al Señor que concediera al escribano la gracia de leer alguna vez la Filocalia y de comprender su sentido para el bien de su alma.

 
LA JOVEN DE LA ALDEA

En otra ocasión, por primavera, llegué a un pueblecito y me detuve en casa del sacerdote. Era éste un hombre excelente que vivía solo. Pasé tres días en su casa. Habiéndome examinado durante esos días, me dijo:

-Quédate conmigo y yo te pagaré un salario, pues tengo necesidad de un hombre de confianza. Ya has visto que está en construcción una iglesia nueva de piedra junto a la vieja que es de madera. No me es posible encontrar un hombre de conciencia para vigilar a los obreros y estar en la capilla para recoger las limosnas para la construcción; veo que tú serías a propósito para esto y que este género de vida te convendría mucho. Podrás estar solo en la capilla para rezar y pedir a Dios, pues hay en ella un lugar solitario donde pasar el día. Quédate, por favor, al menos hasta que la iglesia esté terminada.

Yo me resistí cuanto pude, pero al fin debí ceder a las súplicas apremiantes del sacerdote. Me quedé pues hasta el otoño, y me instalé en la capilla. Al principio tuve bastante tranquilidad y pude ejercitarme en la oración; pero los días de fiesta, sobre todo, venía mucha gente, unos a rezar, otros a bostezar, y otros para sisar algunas monedas de la bandeja de la colecta. Y como yo leía la Biblia o la Filocalía, algunos de los visitantes solían conversar conmigo, y otros me pedían que les hiciera un poco de lectura.

Al cabo de algún tiempo, observé que una joven del lugar venía con frecuencia a la capilla y se quedaba en ella largo tiempo haciendo oración. Como yo prestase atención a lo que rezaba, oí que decía oraciones muy raras, y hasta algunas totalmente desfiguradas. Le pregunté quién le había enseñado aquellas cosas. Y me respondió que su madre que era ortodoxa, mientras que su padre era un cismático 31, de la secta de los «sin sacerdotes». Esta situación me pareció muy triste y le aconsejé recitar las oraciones correctamente, según la tradición de la Santa Iglesia. Le enseñé el Padre Nuestro y el Ave María. Al fin le dije:

-Reza sobre todo la oración de Jesús; ella nos acerca a Dios más que todas las demás oraciones y por ella conseguirás la salvación de tu alma.

La joven me escuchó con atención y se condujo con toda sencillez según mis consejos. ¿Y lo creeréis? Poco tiempo después me anunció que se había acostumbrado a la oración de Jesús y que sentía el deseo de repetirla incesantemente siempre que le era posible. Cuando rezaba, sentía alegría y finalmente un gran gozo, así como el deseo de continuar rezando. Todo esto me causó gran contento, y le aconsejé que siguiera rezando cada día más, invocando el nombre de Jesucristo.

El verano tocaba a su fin. Muchos de los visitantes de la capilla venían a visitarme, no solamente para pedir un consejo o una lectura, sino para contarme sus dificultades familiares y aun a preguntarme cómo hacer para encontrar los objetos perdidos; indudablemente muchos me tomaban por un adivino. Y he aquí que un día de aquellos, vino la joven, toda llena de amargura, a preguntarme qué es lo que debía hacer. Su padre quería casarla contra su voluntad con un cismático como él y el oficiante sería un campesino. «¿Es esto un matrimonio legal?», clamaba la pobre; ¡esto no es sino puro libertinaje! Quiero huir a cualquier lugar que sea. Yo le repliqué:

-¿A dónde huirás, que no te encuentren en seguida? En estos tiempos, en ninguna parte podrás ocultarte, pues careces de toda documentación; fácilmente darán contigo. Es mejor rogar a Dios con fervor y celo que desbarate por sus caminos los propósitos de tu padre y que guarde tu alma del pecado y de la herejía. Esto es siempre mejor que tu idea de fuga.

Pasaba el tiempo. El ruido y las distracciones me resultaban cada vez más penosas. Y por fin, al terminar el verano, decidí abandonar la capilla y volver a peregrinar como antes. Me presenté al sacerdote y le dije:

-Padre mío, usted conoce mi manera de ser. Yo necesito tranquilidad para ocuparme en la oración, y aquí no encuentro sino bulla y distracciones. Ya he cumplido con lo que usted me había pedido, quedándome todo el verano; ahora, permítame seguir mi camino y bendiga mi solitaria ruta.

El sacerdote no quería dejarme ir y buscó convencerme aún con un discurso:

-¿Qué es lo que te puede impedir orar en este lugar? Ninguna ocupación tienes más que permanecer en la capilla, y la mesa la encuentras puesta. Continúa rezando aquí día y noche si así te place, y vive con Dios. Tú vales y eres útil aquí; no dices tonterías a los visitantes, eres fiel y honrado y además aseguras ciertas limosnas a la iglesia de Dios. Esto es mejor a los ojos del Señor que tu oración solitaria. ¿Por qué vivir todo el día solo? Entre la gente, la oración se hace con mucha más alegría. Dios no creó al hombre para que no se conozca más que a sí mismo, sino para que cada uno ayude a su prójimo, comunicándose unos a otros la salvación, según las posibilidades de cada cual. Fíjate en los santos y en los doctores ecuménicos: día y noche estaban en movimiento y preocupados por la Iglesia, predicaban en todas partes y no se ocultaban en la soledad lejos de sus hermanos.

-Cada uno recibe de Dios el don que más le conviene, padre mío: muchos predicaron a las muchedumbres y otros muchos vivieron en la soledad. Cada uno obraba según su propia inclinación, creyendo que era el camino de salvación que Dios mismo le indicaba. Pues ¿cómo explicará usted que tantos santos hayan rechazado todas las dignidades y los honores de la Iglesia huyendo al desierto, a fin de no ser tentados en el mundo? San Isaac el Sirio abandonó de esta manera a sus fieles, y el bienaventurado Atanasio el Athonita 32 dejó su monasterio: consideraban estos lugares como demasiado seductores, y creían en verdad en las palabras de Jesucristo: ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? 33.

-Pero es que esos eran grandes santos -contestó el sacerdote.

-Si los santos se guardaban con tanto cuidado del contacto con los hombres -respondí yo-, ¿qué no deberá hacer un desgraciado pecador?
Finalmente, dije adiós a aquel buen sacerdote y nos separamos afectuosamente.

Después de caminar diez verstas, me detuve para pasar la noche en un pueblecito. Había allí un campesino enfermo de muerte. Yo aconsejé a su familia que le hiciera comulgar con los santos misterios de Cristo, y llegada la mañana mandaron al pueblo en busca del sacerdote. Yo me quedé allí a fin de inclinarme delante de los Santos Dones y rezar durante la administración de tan gran sacramento. Estaba sentado en un banco delante de la casa esperando la llegada del sacerdote, cuando de repente vi venir corriendo hacia mí a aquella joven que había visto rezando en la capilla.

-¿Cómo llegaste hasta aquí? -le pregunté.

-Es que en mi casa estaba ya todo preparado para casarme con el cismático, y he huido.

Y luego echándose a mis pies, me suplicó:

- ¡Ten compasión de mí! Tómame contigo y llévame a un convento; yo no quiero casarme, sino vivir en el convento rezando la oración de Jesús. A ti te escucharán, y me recibirán.

-¿Qué es lo que dices? ¿A dónde quieres que te lleve, si no conozco un solo convento por estos lugares? ¿Ni cómo llevarte conmigo no teniendo, como no tienes, pasaporte? En estas condiciones no te será posible detenerte en ninguna parte; te harán volver a tu casa y te castigarán por vagabunda. Mejor será que te vuelvas a casa y ruegues a Dios; y si no quieres casarte, finge alguna incapacidad. Se llama a esto una ficción piadosa; así obró la santa madre de Clemente, la bienaventurada Marina 34, que se santificó en un monasterio de hombres, y otros muchos.

Mientras hablábamos de esta manera, vimos llegar a cuatro campesinos en un carricoche galopando derechos adonde estábamos nosotros. Apoderándose de la joven, la hicieron subir al carro y la enviaron por delante con uno de ellos; los otros tres me ataron mano con mano y me volvieron al lugar donde había pasado el verano. A todas mis explicaciones, respondían vociferando:

-¡Vaya con el santito este! ¡Ya te vamos a enseñar a seducir a las muchachas!

Hacia el atardecer, me llevaron a la cárcel, me pusieron el cepo en los pies y me encerraron para juzgarme por la mañana siguiente. El sacerdote, al saber que me hallaba preso, vino a visitarme, me trajo de comer, me consoló y me dijo que él tomaría a su cargo mi defensa y declararía, como confesor, que yo estaba bien lejos de tener las intenciones que me querían atribuir. Estuvo un poco de tiempo conmigo y se fue.

Al llegar la noche, el preboste de la jurisdicción vino a pasar por aquel lugar, y le contaron lo que sucedía. Dio orden de convocar la asamblea comunal y de llevarme a la casa de justicia. Entrados en ella, permanecimos de pie, esperando. En esto llegó el preboste dispuesto a proceder inmediatamente. Se sentó en el estrado, guardando su sombrero, y gritó:

-A ver, Epifanio: esta joven, tu hija, ¿no se ha llevado nada de tu casa?

-Nada, señor.

-¿No ha hecho alguna bellaquería con este idiota?

-Ninguna, señor.

-Entonces el asunto está terminado y juzgado, y decidimos:

Con tu hija, arréglate como mejor te parezca; a este tunante le pediremos que se vaya lejos de aquí, después de haberle impuesto un buen correctivo, para que nunca se le ocurra poner de nuevo los pies en este pueblo. Y se acabó.

Y sin añadir una palabra más, el preboste se levantó y se fue a dormir. A mí, me devolvieron a la prisión. Al día siguiente, muy de mañana, vinieron dos gañanes 35 que me dieron mis buenos azotes dejándome luego en libertad. Yo me alejé, dando gracias a Dios que me había permitido padecer en nombre suyo. Todo esto me llenó de grandísimo consuelo y me animó más y más a la oración.

Estos acontecimientos no me causaron la más pequeña aflicción. Parecía como si se le acaecieran a otra persona y yo no fuera más que un espectador; y esto aun cuando me estaban dando los azotes. La oración, que llenaba de alegría mi corazón, no me permitía prestar atención a cosa alguna. Cuando llevaba recorridas cuatro verstas, me encontré con la madre de la joven, que volvía del mercado. Se detuvo y me dijo:

-El novio de la niña nos ha dejado. Se ha enojado contra Akulka 36, y todo por haberse ido de casa.

Luego me dio un pan y un pastel, y yo seguí mi camino.

El tiempo era seco y yo no tenía ganas de dormir en poblado. En esto vi en el bosque dos montones de heno, y a ellos me fui para pasar la noche. Me quedé dormido y empecé a soñar que iba camino adelante, leyendo los capítulos de San Antonio el Grande 37 en la Filocalia. En esto, se presentó el starets y me dijo: «No es esto lo que tienes que leer»; y me indicó el capítulo treinta 1cinco de Juan de Cárpatos 38 en donde está escrito: «… a veces el discípulo se ve expuesto al deshonor, pero sobrelleva estas pruebas por aquellos a quienes ha ayudado espiritualmente». Y me señaló asimismo el capítulo cuarenta y uno en el que se dice: «… todos aquellos que se entregan con mayor ardor a la oración están más expuestos a terribles y fortísimas tentaciones».

Luego me dijo:

-¡Animo y no decaigas nunca de valor! No olvides las palabras del Apóstol: Mayor es quien está en vosotros que quien está en el mundo 39. Ahora has visto por experiencia que no hay tentación que esté sobre las fuerzas del hombre. Porque Dios dispondrá con la tentación el éxito para que podáis resistirla 40. Por la esperanza en el auxilio del Señor fueron sostenidos los santos, que no pasaron la vida solamente rezando, sino que buscaron, por amor, enseñar y dar luz a los demás. Mira lo que dice a este propósito San Gregorio de Tesalónica 41: «No basta orar incesantemente según el mandamiento divino, sino que debemos exponer esta enseñanza a todos: monjes, laicos, inteligente o simples, hombres, mujeres o niños, a fin de despertar en ellos el celo por la oración interior.» El bienaventurado Calixto Teicoudas 42 se expresa de la misma manera: «La actividad espiritual (es decir, la oración interior) -escribe--, el conocimiento contemplativo y los medios de elevar el alma no se han de guardar para uno mismo, sino que se deben comunicar por la escritura o por el discurso a fin de procurar el bien y el amor de todos. Y la Palabra de Dios declara que el hermano a quien su hermano ayuda es como una ciudad alta y fortificada 43. En todas estas cosas hay que huir de la vanidad con toda la fuerza del alma, y vigilar para que la buena semilla de las divinas enseñanzas no sea arrastrada por el viento.»

Cuando me desperté, sentí una gran alegría en mi corazón y muy renovado vigor en mi alma. Y sin más continué mi camino.

 
CURACIONES MARAVILLOSAS

Bastante tiempo después, todavía tuve otra aventura. Os la voy a contar si no os parece enojoso.

Un día, el 24 de marzo, sentí grandísima necesidad de comulgar con los Santos Misterios de Cristo el día consagrado a la Madre de Dios en recuerdo de su divina Anunciación. Pregunté si había por aquellos lugares alguna iglesia, y me dijeron que había una a treinta verstas.

Emprendí la marcha, caminando lo que quedaba del día y toda la noche a fin de llegar a la hora de Maitines. El tiempo era muy malo: a ratos nevaba, a ratos llovía y soplaba además un viento violento y frío. La ruta atravesaba un riachuelo; y daba sobre él los primeros pasos, cuando el hielo se rompió bajo mis pies. Caí al agua hasta la cintura, y llegué todo empapado a Maitines, que oí, así como la Misa, durante la cual Dios permitió que pudiera comulgar.

Para poder pasar el día en paz, sin que nada turbase, mi gozo espiritual, pedí al guardián que me permitiera estar hasta el día siguiente en la casilla de guardia. Pasé este día en medio de una dicha indecible y en la paz del corazón; tendido en un banco en esta helada cabina, estuve tan bien como si reposara en el seno de Abraham; la oración obraba con eficacia. El amor a Jesucristo y a la Santa Madre de Dios recorría mi corazón en oleadas bienhechoras y tenía sumergida mi alma en un éxtasis lleno de consuelo. En el momento de echarse la noche encima, sentí de repente un violento dolor en las piernas y recordé que me las había mojado. Pero rechazando esta distracción, me concentré de nuevo en la oración y ya no volví a sentir el mal. Cuando por la mañana quise levantarme, me fue imposible mover las piernas, que estaban sin fuerzas y tan blandas como unos algodones. El guardián me tiró del banco abajo, y allí me quedé dos días por no poderme mover. Al tercer día, el guardián me echó de la barraca diciendo:

-Si mueres aquí, aun tendremos el trabajo de correr y ocuparnos de ti.

Arrastrándome con las manos, pude llegar hasta la escalinata de la iglesia y allí quedé echado por tierra. Las gentes que pasaban no prestaban la menor atención ni a mí ni a mis ruegos.

Hasta que al fin un campesino se acercó a mí y empezó a hablarme. Después de algunas palabras vino a decir:

-¿Qué me darás si te curo? Yo tuve exactamente lo mismo que tú, y conozco un remedio. -Le respondí que no tenía nada que darle-. ¿Qué es lo que tienes entonces en tu alforja?

-No tengo sino pan seco y algunos libros.

-Bueno, entonces dame palabra de trabajar en mi casa durante un verano si llegas a sanar.

-Tampoco puedo trabajar. ¿No ves que no tengo más que un brazo que pueda valerse?

-¿Qué es lo que sabes hacer, entonces?

-Nada, fuera de leer y escribir.

-¡Ah! ¿Con que sabes escribir? Bueno; entonces podrás enseñar a escribir a mi hijo; sabe leer un poco, pero yo quiero que aprenda a escribir. Pero los maestros piden mucho: veinte rublos para aprender toda la escritura.

Llegamos, pues, a una avenencia, y con la ayuda del guardián me transportaron a casa del campesino en la que me pusieron en un viejo baño 44 al fondo del cercado.

Comenzó el campesino a curarme: reunió en el campo, en el corral y en los hoyos de la basura una gran olla de viejos huesos de animales, de aves y de cualquiera otra alimaña; los lavó, los hizo pedazos muy pequeños rompiéndolos con una piedra y los echó en una gran marmita; la tapó con una tapadera que tenía un agujero en el centro y lo echó todo en un recipiente que había puesto bien hondo en tierra. Untó con gran cuidado el fondo de la marmita con una espesa capa de tierra arcillosa y la cubrió de troncos que dejó arder durante más de veinticuatro horas. Al colocar los troncos decía: «Todo esto va a formar un alquitrán de huesos.» Al día siguiente, desenterró el recipiente, en el cual se había depositado por el orificio de la tapadera como un litro de un liquido espeso, rojizo y aceitoso que olía a carne fresca. Los huesos que quedaron en la marmita, de negros y podridos que eran, tenían ahora un color tan blanco y transparente como el nácar o las perlas. Cinco veces al día me friccionaba las piernas con este líquido. ¿Y lo creeréis? Al día siguiente, noté que podía mover los dedos; al tercer día, ya podía doblar las piernas; y al quinto me podía tener de pie y caminar por el patio con la ayuda de un bastón. Al cabo de una semana, mis piernas habían recobrado la normalidad. Di gracias a Dios y me decía a mí mismo: la sabiduría de Dios échase de ver en sus criaturas. Unos huesos secos, o podridos, prontos a convertirse en tierra, conservan en sí una fuerza vital, un color y un olor, y ejercen una acción sobre los cuerpos vivientes, a los que son capaces de devolver la vida. Prueba es todo esto de la Resurrección futura. ¡Con qué placer hubiera hecho conocer todas estas cosas al guarda forestal en cuya casa había yo vivido, quien dudaba de la resurrección de los cuerpos!

Habiendo recobrado la salud, como queda dicho, comencé a ocuparme del niño. Escribí como modelo la oración de Jesús y se la hice copiar enseñándole cómo ir formando las letras con arte. Tal ocupación me resultaba muy cómoda, pues el niño servía durante el día en casa del intendente, y sólo venía a buscarme mientras aquél dormía, es decir, por la mañana muy temprano. El niño era inteligente, y pronto aprendió a escribir casi correctamente.

El intendente, al verle escribir, le preguntó:

-¿Quién es el que te da lecciones de escritura?

Respondió el niño que era el peregrino manco que vivía en la casa de su padre en el viejo baño. El intendente, curioso -era un polaco-, vino a verme y me encontró cuando yo empezaba a leer la Filocalía. Habló unos momentos conmigo y me dijo:

-¿Qué es lo que lees ahí?

Yo le enseñé el libro.

-¡Ah, es la Filocalía! -dijo---. Yo vi ese libro en casa de nuestro cura, cuando vivía en Vilna. Pero he oído decir que contiene fórmulas muy raras de oraciones, inventadas por algunos monjes griegos a ejemplo de los fanáticos de la India y de Bukhara, que hinchan sus pulmones y creen tontamente, en cuanto empiezan a sentir cierta sensación en el corazón, que esta sensación natural es una oración dada por el mismo Dios. Hay que orar con toda sencillez, para cumplir los deberes para con Dios; al levantarse, hay que rezar el Padre Nuestro como lo enseña Jesucristo, y ya basta para todo el día. Pero si se repite siempre la misma cosa, hay peligro de volverse loco y de enfermar del corazón.

-No habléis así de este libro santo, pues no son unos monjes griegos cualesquiera quienes lo escribieron, sino unos antiguos y santos personajes que vuestra Iglesia también venera, como Antonio el Grande, Macario el Grande 45 Marcos el Asceta 46, Juan Crisóstomo y otros. Los monjes de la India y de Bukhara han imitado de ellos la técnica de la oración, pero la han desfigurado y echado a perder, según me lo ha contado mi starets. En la Filocalía, todas las enseñanzas están tomadas de la Palabra divina, de la Santa Biblia, en la cual, Jesucristo, al propio tiempo que mandaba rezar el Padre Nuestro, enseñaba que había que orar sin cesar, al decir: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente 47; velad y orad 48 permaneced en mí y yo en vosotros 49. Y los Santos Padres, citando el testimonio del Rey David en los Salmos: Gustad y ved cuán bueno es el Señor 50 lo interpretan diciendo que el cristiano debe esforzarse mucho por conocer la dulzura de la oración, que en todo momento debe buscar consuelo en ella y no contentarse con decir una sola vez el Padre Nuestro. Escuchad y os leeré lo que dicen los Padres de aquellos que no ponen cuidado alguno en estudiar la bienhechora oración del corazón. Declaran que los tales cometen un triple pecado; porque: 1º., se ponen en contradicción con las Sagradas Escrituras; 2°., no admiten que exista para el alma un estado superior y perfecto. Contentándose con las virtudes exteriores, permanecen ignorantes del hambre y sed de justicia y se privan de la beatitud de Dios; y 3º., considerando sus virtudes exteriores, a menudo caen en el contentamiento de sí mismos y en la vanidad.

-Muy elevado es eso que has leído, dijo el intendente; pero nosotros, los laicos, ¿cómo podríamos ir por tan alto camino?

-Mirad, voy a leeros cómo muchos hombres de bien han podido, en su estado de laicos, aprender la oración incesante y nunca interrumpida. Abrí la Filocalía en el tratado de Simeón el Nuevo Teólogo sobre el joven Jorge 51, y empecé a leer.

Gustó la lectura al intendente, y me dijo:

-Dame este libro, que lo iré leyendo en mis ratos libres.

-Si queréis, os lo prestaré para un día, pero no para más, pues yo lo leo sin cesar y me es imposible pasar sin él.

-Pero por lo menos podrás copiarme ese pasaje; hazlo y te daré algún dinero.

-No tengo necesidad de vuestro dinero; pero os lo copiaré de muy buena gana, esperando que Dios os dé celo por la oración.

Sin pérdida de tiempo, saqué una copia del pasaje que le había leído. Se lo leyó él a su mujer y ambos lo encontraron muy interesante y hermoso. Desde aquel día, me enviaban a buscar de vez en cuando. Iba yo a su casa con la Filocalía y les hacía alguna lectura, que ellos escuchaban tomando el té. Un día, me hicieron quedar a comer. La mujer del intendente, una muy amable señora de edad, estaba comiendo pescado asado a la parrilla, cuando, de repente, se tragó una espina. A pesar de todos nuestros esfuerzos, nos fue imposible sacársela; la señora sufría mucho de la garganta y al cabo de dos horas hubo de acostarse. Enviaron a buscar al médico, que vivía a treinta verstas de allí, y yo me volví a casa entristecido.

Durante la noche, como yo durmiera con un sueño ligero, oí de repente la voz de mi starets, sin ver a nadie. La voz me dijo:

-Tu patrón te curó a ti, y tú ¿nada puedes hacer por la intendente? Dios nos mandó compadecernos de los males del prójimo.

-De buena gana le ayudaría, pero ¿cómo he de hacerlo? Yo no conozco remedio alguno.

-Esto es lo que has de hacer: esa señora sintió siempre gran repugnancia por el aceite de ricino, cuyo solo olor le produce náuseas. Ve, pues, y dale una buena cucharada de ese aceite; con esto la señora vomitará, la espina saldrá fuera y además el aceite le suavizará la herida de la garganta y sanará.

-¿Y cómo podré yo hacerle tomar el aceite, si tanto horror siente por él?

-Pídele al intendente que la tenga bien por la cabeza, y échale por la fuerza el liquido en la boca.

Me desperté y fui inmediatamente a casa del intendente, a quien le conté todo al detalle. Él me replicó:

-No sé para qué podrá servir tu aceite. Mí esposa tiene ya fiebre y delira, y su cuello está muy inflamado. Mas si quieres probar tu remedio, puedes hacerlo; si el aceite no hace bien alguno, tampoco hará ningún mal.

Echó el intendente aceite de ricino en un vasito, y al fin pudimos conseguir hacérselo tragar. Inmediatamente tuvo un fuerte vómito y echó la espina 52 con un poco de sangre; se sintió mejor y se durmió profundamente.

Al día siguiente, por la mañana, volví para ver cómo iban las cosas, y la encontré con su marido tomando el té; estaba muy admirada de su curación y sobre todo de lo que me había sido dicho en sueños acerca de su repugnancia por el aceite de ricino, porque nunca habían hablado de eso con nadie. En aquel momento llegaba el médico; le contó el intendente cómo había sido curada, y yo le referí cómo me había curado las piernas el campesino. El médico declaró que ninguno de los dos casos tenía nada de sorprendente, pues una fuerza de la naturaleza había intervenido en ambas ocasiones.

-Pero -añadió- los voy a anotar para no olvidarme. -Sacó una pluma de su bolsillo, y escribió algunas líneas en su cuaderno.

Muy pronto corrió el rumor de que yo era adivino, curandero y brujo; de todas partes venían a verme para consultarme, me traían regalos y comenzaron a venerarme como a un santo. Pasada una semana, comencé a reflexionar sobre el caso, y tuve miedo de caer en la vanidad y en la disipación. A la noche siguiente, abandoné la aldea en secreto.
 

LLEGADA A IRKUTSK

Así me vi de nuevo caminando por el camino solitario, y me sentía tan ligero como si de mis hombros hubiera caído una pesada montaña. La oración me consolaba cada vez más. A veces mi corazón hervía en un infinito amor a Jesucristo; y este hervor maravilloso corría en oleadas bienhechoras por todo mi ser. La imagen de Jesucristo estaba tan fuertemente grabada en mi espíritu que, al pensar en los hechos del Evangelio, me parecía como si los contemplase con mis propios ojos. Esto me emocionaba y lloraba de alegría, y en algún momento sentía en mi corazón una felicidad tal que no acierto a describirla. A veces, me quedaba durante tres días lejos de la gente y de las casas, y como en éxtasis me sentía solo en la tierra, yo miserable pecador delante del Dios misericordioso y amigo de los hombres. Esta soledad era mi felicidad, y la dulzura de la oración me resultaba en ella mucho más sensible que viviendo con los hombres.

Llegué por fin a Irkutsk. Después de haberme postrado ante las reliquias de San Inocente, me preguntaba a dónde iría después. No tenía ganas de estar en la ciudad por mucho tiempo, pues era muy populosa. Y así iba caminando y pensando en estas cosas. Encontré, de repente, a un comerciante del país, que me detuvo y me dijo:

-Tú eres un peregrino. ¿Por qué no vienes conmigo a mi casa?

Llegamos a su rica morada. Me preguntó quién era, y yo le conté mi viaje y andanzas. A esto me contestó:

-Tú deberías ir hasta la antigua Jerusalén. Allí hay una santidad tal como no se la encuentra en parte alguna.

-De muy buena gana iría allí -le respondí-; pero la travesía cuesta muy cara y yo no tengo dinero con qué pagarla.

-Si te parece bien, yo te indicaré un medio para hacerlo -dijo el mercader-; el año pasado envié allí a un amigo nuestro.

Yo caí a sus pies, y él me dijo:

-Mira, yo te daré una carta para uno de mis hijos, que está en Odesa y hace el comercio con Constantinopla; allí, en sus oficinas, te pagarán el viaje hasta Jerusalén. No es tan caro como te imaginas.

Estas palabras me llenaron de alegría; di las gracias emocionado a este bienhechor y sobre todo se las di a Dios, que tan paternal amor demostraba hacia mí, pecador empedernido, que ni a Él ni a los demás hacía bien alguno y comía inútilmente el pan ajeno.

Permanecí tres días en casa de este generoso comerciante. Me dio una carta para su hijo y yo me dirigí a Odesa con la esperanza de llegar a la santa ciudad de Jerusalén, pero ignorando si el Señor me permitiría postrarme de hinojos delante de su sepulcro vivificador.

NOTAS AL CAPÍTULO II

1 Inocente (Kulchitski), primer obispo de Irkutsk (1682-1731). Originario de la provincia de Chernigova en la Pequeña Rusia, hizo sus estudios en el colegio de Kiev; fue profesor en la Academia eslavo-greco-latina de Moscú, hieromonje, después superior en la Laura de San Alejandro Nevski en San Petersburgo. Enviado en misión a China con el título de obispo, hubo de pasar casi cinco años en Selenginsk, y en 1727 fue nombrado obispo de Irkutsk. Su lucha contra los abusos, su celo por la mejora de las costumbres, su paciencia, su mansedumbre y su caridad le crearon gran reputación de santidad. Sus reliquias fueron solemnemente expuestas a la veneración de los fieles en 1805, y su fiesta fijada el 26 de noviembre, con el título de pontífice y taumaturgo. volver

2 Esta historia recuerda un episodio de la vida de San Serafín de Sarov. En el otoño de 1801, estando cortando leña en el bosque, el monje fue atacado por unos ladrones que querían quitarle el dinero. Como les dijera que no tenía nada, le golpearon en la cabeza y le hirieron gravemente. El solitario no quiso dejarse cuidar por los médicos, confiando en el socorro del Señor que le había dado una visión mientras yacía en tierra. Y pidió que no se persiguiera a sus agresores, según las palabras del Evangelio: No temáis a aquellos que matan el cuerpo, que al alma no pueden matarla; temed más bien a aquel que puede perder el cuerpo y el alma en la gehena (Mt., X, 28). volver

3 I Tim., II, 4. 

4 I Cor., X, 13. 

5 Se trata de un libro publicado por la célebre imprenta de la Laura de Kiev. 

6 El alfabeto eslavo tiene treinta y siete letras. Sus caracteres son bastante diferentes de los del alfabeto ruso. 

7 Vivió a fines del siglo XIII. Muchas de sus obras están inéditas todavía. Hay en MIGNE (P. G., t. 143, cols. 381-408) muchos de sus escritos ascéticos, una polémica contra los cismáticos y algunos himnos en traducción latina.

8 Prov., XXV, 21. 

9 Mt., V, 44. 

10 Mt., V, 40. 

11 I Pe., III 4. 

12 Jn. IV 23. 

13 Lc. XVII 21. 

14 Rom., VIII, 26. 

15 Jn., XV, 4. 

16 Prov., XXIII, 26. 

17 Rom., XIII, 14 y Gál., III, 27. 

18 Cf. Ap., XXII, 17. 

19 Cf. Rom., VIII, 15-16. 

20 Se trata sin duda de un sermón de Efrén el Sirio, en el cual se describe el Juicio en forma particularmente dramática. 

21 De Jerusalén. Sacerdote y exegeta, sin duda del siglo V. Autor de comentarios alegóricos sobre el Antiguo y el Nuevo Testamento según el método de Orígenes y de los Alejandrinos. El texto al que hace alusión el peregrino se debe a otro monje del mismo nombre, Hesiquio de Batos (siglos VI-VII), discípulo de Juan Clímaco. Se halla en la segunda centuria dedicada a Teódulo, sentencia 7 (Cfr. MIGNE, P. G., t. 93, cols. 1480-1544).

22 Cfr. Gregorio DE NISA, Vie de Moïse, ed. Daniélou, p. 174. «Porque en eso está realmente la perfección; no en abandonar la vida pecadora por miedo del castigo, al modo de los esclavos, no en hacer el bien con la esperanza de la recompensa, sino en temer una sola cosa: perder la amistad divina, y en no estimar sino la única cosa estimable y amable: llegar a ser amigo de Dios.» 

23 I Cor., XII, 31. 

24 I Tes., V, 19. 

25 Cfr. Isaac el Sirio. «El corazón se vuelve como un niño pequeño, y cuando se empieza a rezar, corren las lágrimas.» (Citado por ARSENIEV en Die Religion in Geschichte und Gegenwart, Tubinga, 1927-1931, art. Mystik.)

26 Lc., XVII, 21.

27 Hay aquí una analogía con la división tripartita de la vida espiritual, tal como la define Máximo el Confesor y antes que él Evagrio: «El espíritu que triunfa en la acción corre hacia la prudencia; si triunfa en la contemplación, avanza hacia la ciencia. La primera conduce al que lucha a la distinción de la virtud y del vicio; la segunda conduce al que en ella participe a la ciencia de los seres incorporales y corporales. En cuanto a la gracia del conocimiento de Dios, la obtiene cuando, habiendo atravesado todo lo demás con las alas de la caridad y llegado a Dios, considera con el espíritu la ciencia divina cuanto es posible al hombre.» (MÁXIMO, Centurias sobre la caridad, II, 26. Citado por VILLER, «Aux sources de la spiritualité de saint Maxime», Revue d'Asc. et Mystique, t. XI, abril-julio de 1930, p. 165).

28 Sal., CIV, 24. 

29 El rosario, que los religiosos rusos tienen constantemente alrededor de la mano, está formado por un largo cordón de seda o de lana en el cual los nudos hacen las veces de las cuentas de los rosarios occidentales. 

30 Rom., VIII, 19-20. 

31 Dicho de otro modo un raskolnik, un «viejo-creyente». Hacia mediados del siglo XVII (1652-1658), las reformas emprendidas por el patriarca Nikón dieron origen a un cisma dentro de la Iglesia rusa. Las raskolniki, dirigidos por Avvakum, se separaron de ésta antes que aceptar los cambios. Este cisma fue agravado por los decretos «modernistas» de Pedro el Grande, que instituyó en 1721 un sínodo en lugar del Patriarca, arrebatando así a la Iglesia la independencia que Nikón reclamaba. El cisma dio lugar a la creación de múltiples sectas, entre las que se distinguen dos ramas principales: la de los que conservaron la jerarquía eclesiástica, los popovtsy, y los que la rechazaron desde el principio, los bezpopovtsy o «sin sacerdotes». Entre estos últimos se desarrollaron tendencias a la mística naturalista, o por el contrario al rigor moral de tipo jansenista. Véase a este propósito LEROY-BEAULIEU, L'Empire des Tsars et les Russes, t. III, y sobre todo P. PASCAL, Avvakum et les débuts du Raskol: La crise religieuse au XVII siècle en Russie, Ligugé, 1938, y del mismb autor: La vie de l'Archiprêtre Avvakum écrite par lui-méme, París, 1938. 

32 Fundador del monasterio de la Gran Laura del monte Athos. Nacido en Trebizonda hacia el 920, tomó el hábito en el monte Kyminas en Bitinia. Hizo allí vida eremítica, huyendo después al monte Athos para no ser nombrado higúmeno superior (hacia el año 958). Oculto entre los solitarios con el nombre de Doroteo, fue encontrado por su amigo Nicéforo Focas, quien le hizo aceptar, contra su voluntad, una suma de dinero para construir un convento y una iglesia dedicada a la Virgen. Este fue el monasterio de la Laura, el primero del monte Athos. En 963, proclamado emperador Nicéforo Focas, Atanasio huyó a Chipre para escapar de los honores que le reservaba su amigo. Volvió, no obstante, y después de varias disputas con los ermitaños, a los que quería imponer la vida cenobítica, murió en 1003, aplastado, con otros cinco monjes, por la caída de una arcada en el momento de colocarle la clave. Su fiesta se celebra el 5 de julio. volver
33 Mt., XVI, 26.

34 Su fiesta es celebrada por la Iglesia latina el 17 de julio, y por la griega el 12 de febrero. Probablemente originaria de Bitinia, vivió en el siglo VIII. Su padre, Eugenio, que había entrado en el monasterio al enviudar, no podía soportar vivir separado de su hija. No atreviéndose a manifestarlo al padre abad, hízole creer que se trataba de un hijo. Habiendo sido autorizado a tener a su hijo consigo, vistió a Marina de chico, le dio el nombre de Marino y la instaló en el monasterio. Tenía 17 años cuando su padre murió. Habiéndose quedado en el convento, dio siempre pruebas de una gran piedad. Acosada de haber forzado a una joven, se sometió a una dura penitencia. Solamente después de su muerte pudo descubrirse su identidad. (Cfr. Acta Sanctorum [Bol.], julio, tomo IV, pp. 278-287.) 

35 Literalmente: el «centenero» y el «decenero». Elegido por la asamblea comunal, el «centenero» era el agente activo de la policía rural, bajo el control directo del comisario de policía. Estas funciones, que remontan a la Edad Media, no recibieron una definición precisa hasta 1837, año de la fundación de la policía rural. Los «centeneros» tenían bajo sus órdenes a los «deceneros», elegidos igualmente por la asamblea comunal. 

36 Akulka es un diminutivo de Akulina, forma popular de Acylina, santa cuya fiesta cae el 7 de abril y el 13 de junio en la Iglesia griega. 

37 Se trata de las Instrucciones de San Antonio en 170 capítulos, que abren las Filocalías griega y eslava. Pueden leerse en MIGNE, P. G., t. 40. Son ciertamente apócrifas, lo mismo que los demás escritos atribuidos al iniciador de la vida anacoreta (excepto la carta al abad Teodoro, P. G., t. 40, cols. 1065-1066), y se reducen a un escrito esencialmente estoico con ligeras interpolaciones por una mano cristiana. (Cfr. HAusherr, Orientalia Christiana, t. XXX, 3 de junio de 1933.) Cfr. igualmente: Antoine le Grand, pare des moines. Su vida, por San Atanasio. Traducida y presentada por el padre Benoit Lavaud, Friburgo, 1943. 

38 Vivió probablemente en los siglos VII y VIII. A veces se lo menciona como obispo, a veces como monje, y habría vivido en la isla de Cárpatos. Sus obras conocidas comprenden:

1ª. Capitula Consolatoria C ad monachos Indiae (Filocalia, Venecia, 1782, páginas 241-257; MIGNE, P. G., t. 85, cols. 791-812).

2ª. Ad eosdem Capitula physiologico-ascetica CXVI (MIGNE, ibid., cols. 812-826).

3ª. Capitula moralia, etc., reproducidos en MIGNE bajo el nombre de Elías el Ecdico, P. G., t. 127, cols. 1148-1176. Los manuscritos prueban que estos «Capítulos» han de ser atribuidos a Juan de Cárpatos. 

39 I Jn., IV, 4. 

40 I Cor., X, 13. 

41 Llamado también Gregorio Palamas. Véase el cuarto relato, nota 17. volver
42 Asceta de la escuela de Calixto y de Ignacio Xanthopoulos. Se conoce de él un opúsculo: Sobre la práctica hesicasta, reproducido por MIGNE (P. G., t. 147, cols. 817-825). volver
43 Prov. XVIII, 19. 

44 Es una casita especialmente dispuesta para los baños de vapor en uso en toda Rusia. Para evitar los peligros de incendio se la coloca en un rincón del cercado, bien alejada de los demás edificios.

45 También llamado Macario el Egipcio (300-390), anacoreta durante sesenta años en el desierto. Originario del Alto Egipto, fue sin duda discípulo de San Antonio. De las obras publicadas con su nombre, sólo la carta a los monjes jóvenes (MIGNE, P. G., t. 34, cols. 405.410), conocida desde el siglo V, puede serle atribuida con probabilidad. Las cincuenta homilías que llenan el tomo 34 de la Patrología griega de Migne han suscitado muchas discusiones y generalmente son consideradas como apócrifas. Cfr. STOEFFELS, Die mystiche Theologie Makarius des Aegypters, Bonn, 1908. 

46 Conocido también por Marcos el Ermitaño (muerto hacia d año 430), es autor de escritos ascéticos y parece haber vivido a principios del siglo y. Discípulo de San Juan Crisóstomo, fue abad de un monasterio en Ancyra de Galacia (Ankara) y después ermitaño en el desierto de Judea. Escritor de un ascetismo «sobrio y de buena ley», dejó nueve tratados ascéticos, el más conocido de los cuales es el De Lege spirituali, y dos tratados dogmáticos, uno de los cuales está escrito contra los nestorianos. Sus obras están en MIGNE, P. G., tomo 65, cols. 905-1140. Cfr. KUNZE, Marcus Eremita, em neuer Zeuge für das altchristliche Taufbekenntnis, Leipzig, 1895. 

47 Mt., XXII, 37. 

48 Mc., XIII, 33. 

49 Jn., XV, 4. 

50 Sal., XXXIV, 9. 

51 Este tratado es una Catequesis de San Simeón reproducida en MIGNE, P. G., t. 120, cola. 693-702.

52 Un episodio análogo se encuentra en la vida del arcipreste Avvakum (Pierre PASCAL, op. cit., pp. 205-210). El arcipreste se ahogaba con una espina de pescado, pero su hija Agripina «tomó aliento, y con sus pequeños codos me golpeó en la espalda; saltó un poco de sangre de la garganta y pude respirar». 

 

 

 

 

CAPÍTULO TERCERO

 



Antes de mi partida de Irkutsk, volví a visitar al padre espiritual con el que había tenido antes varias conversaciones y le dije:

-Estoy a punto de partir para Jerusalén; he venido a deciros adiós y agradeceros la caridad que habéis tenido para conmigo, miserable peregrino.

Él me respondió:

-Que Dios bendiga tu camino. Pero no has contado nada de ti: quién eres y de dónde vienes. He oído muchas historias de tus viajes, y me gustaría saber algo de tus orígenes y de tu vida hasta el momento de comenzar tu vida errante.

-De muy buena gana os quiero dar gusto en lo que me pedís, le respondí; además, no es muy largo de contar.

 
LA VIDA DEL PEREGRINO

Nací en un pequeño pueblo de la provincia de Orel. A la muerte de mis padres, quedamos dos solos, mi hermano mayor y yo. Él tenía diez años, yo sólo tres. Nuestro abuelo nos llevó a su casa para darnos educación; era un anciano honorable y en buena posición; tenía una posada al borde del camino real, y como era muy buena persona, muchos pasajeros se detenían en su casa. Fuimos, pues, a vivir con él. Mi hermano era muy inquieto y todo el día andaba corriendo por el pueblo, mientras que yo casi nunca me movía de casa de mi abuelo. Los días de fiesta, nos llevaba a la iglesia, y en casa a menudo leía la Biblia, esta misma que yo llevo conmigo. Mi hermano creció y comenzó a beber. Yo tenía siete años. Un día que estábamos acostados los dos en la estufa 1, él me dio un empujón y me tiró abajo. Me lastimé el brazo izquierdo, y desde entonces estoy imposibilitado para hacer uso de él; se me quedó como seco.

Mi abuelo, viendo que no le sería posible emplearme en los trabajos del campo, decidió enseñarme a leer y, como no tenían abecedarios, se sirvió para ello de esta Biblia. Me enseñaba las letras y me obligaba luego a deletrear las palabras, y más tarde a escribir las letras. Así que, a fuerza de repetir con él, acabé sabiendo leer. Más tarde, cuando él ya no veía mucho, me hacía leer la Biblia en voz alta y me iba corrigiendo. A menudo se detenía en nuestra casa un escribano que tenía una letra muy bonita, y a mí me gustaba mucho ver como escribía. Yo solo comencé a formar palabras haciendo tal como le veía hacer a él. Entonces él me indicó cómo debía hacerlo, me dio papel y tinta y me cortaba plumas. De modo que poco a poco aprendí a escribir. Esto le agradó mucho a mi abuelo, que me decía:

-Ya ves que Dios te ha concedido saber letras; así te harás un hombre. Da gracias a Dios y rézale más a menudo.

Ibamos a la iglesia a todos los oficios, y también en casa rezábamos con frecuencia. Me hacían repetir: «Tened piedad de mí, Señor»; y el abuelo y la abuela hacían inclinaciones hasta el suelo o se ponían de rodillas. Así llegué a la edad de diecisiete años, cuando murió mi abuela. Mi abuelo me dijo:

-Ya ves que estamos sin patrona en la casa, ¿y cómo arreglarse sin mujer? Tu hermano mayor no vale para nada, así que voy a casarte.

Me negué alegando que era lisiado, pero el abuelo insistió y me casaron con una joven seria y muy buena, de veinte años. Pasado un año, mi abuelo enfermó de muerte. Me llamó junto a él, me dijo adiós y añadió:

-Te dejo la casa y todo lo que tengo; vive como Dios manda, no engañes nunca a nadie y sobre todas las cosas reza siempre a Dios; de Él nos viene todo lo que tenemos. No pongas tu esperanza sino en Dios, no dejes de ir a la iglesia, lee la Biblia y acuérdate de nosotros en tus oraciones. Aquí tienes mil rublos de plata; guárdalos, no los gastes en cosas inútiles, pero tampoco seas avaro; reparte entre los mendigos y las iglesias de Dios.

Murió y lo enterré. Mi hermano tuvo envidia por haber yo recibido la posada en herencia; me puso muchas dificultades, y le tentó tanto el Enemigo que decidió matarme. Una noche, mientras dormíamos y no había ningún viajero, penetró en el cuarto de las provisiones y le pegó fuego después de haber cogido todo el dinero que había en un cofre. Nos despertamos cuando toda la casa estaba ya en llamas y apenas tuvimos tiempo para saltar por la ventana tal como estábamos.

Teníamos la Biblia bajo la almohada y pudimos llevarla con nosotros. Vimos cómo ardía nuestra casa y nos dijimos: Gracias a Dios que hemos podido salvar la Biblia; así podremos al menos consolarnos en la desgracia. De este modo consumieron las llamas todos nuestros bienes, y mi hermano desapareció de la región. Más tarde, se glorió de estas cosas estando bebido, y así supimos que había sido él quien se había llevado el dinero y pegado fuego a la casa.

De modo que nos quedamos desnudos y sin cosa alguna, como verdaderos mendigos. No sin dificultades, pidiendo prestado, pudimos levantar una pequeña cabaña y allí vivimos como unos miserables. Mi esposa no tenía igual para hilar, tejer y coser. Recibía encargos de la gente y trabajaba noche y día para poder darme de comer. Por el estado de mi brazo, yo no era capaz ni siquiera de tejer calzados de cortezas. Por lo general, ella hilaba o tejía y yo, sentado junto a ella, leía la Biblia; ella escuchaba y a veces se echaba a llorar. Cuando yo le preguntaba: «¿Por qué lloras? Gracias a Dios, aunque con dificultades, podemos vivir», ella me respondía: «Me emociono al oír las cosas tan bien escritas de la Biblia.»

También nos acordábamos de las recomendaciones que nos había hecho el abuelo; ayunábamos a menudo, leíamos todas las mañanas el himno acatista 2 y por la noche hacíamos cada uno mil saludos delante de las imágenes para que nos libraran de la tentación. Así vivimos tranquilamente durante dos años. Mas he aquí algo notable: no sabíamos nada de la oración interior hecha en el corazón, ni siquiera habíamos oído hablar de ella; hacíamos las inclinaciones como unos ignorantes, y sin embargo el deseo de orar estaba allí, esta larga oración exterior no se nos hacía difícil y hasta la rezábamos con gusto. Sin duda tenía razón aquel maestro que me dijo en cierta ocasión que en el interior del hombre existe una oración misteriosa de la cual ni él mismo sabe cómo se produce, pero que mueve a cada uno a orar según sabe y puede.

Al cabo de dos años de esta vida, mi mujer cayó con intensa fiebre, y al noveno día, después de haber comulgado, murió. Me quedé solo, completamente solo, y no podía hacer nada. No me quedaba más remedio que ir por el mundo pidiendo limosna, pero ello me daba mucha vergüenza; además, me sentía tan desgraciado pensando en mi mujer, que no sabía donde esconderme. Cuando entraba en la cabaña y veía cualquiera de sus vestidos o su pañuelo de la cabeza, me ponía a. sollozar y perdía el conocimiento. Viviendo en casa no podía soportar tanta tristeza; por lo tanto, la vendí por veinte rublos y repartí entre los pobres mis ropas y las de mi mujer. En razón de mi brazo lisiado, me dieron un pasaporte perpetuo, cogí mi querida Biblia y me fui de allí sin rumbo.

Cuando salí al camino, me pregunté: ¿A dónde iré ahora? Primero iré a Kiev, me postraré ante los santos de Dios y les pedirá que me sean propicios en mi desgracia. En cuanto tomé esta decisión, me sentí mejor y con gran consuelo llegué a Kiev.

Hace ya trece años que voy caminando sin descanso; he visitado muchas iglesias y monasterios, pero ahora voy caminando más bien por las estepas y los campos. No sé si el Señor me permitirá llegar a la santa Jerusalén: Si esta es la voluntad de Dios, acaso pueda llegar para dar allí tierra a mis huesos pecadores.

-Pues, ¿qué edad tienes ahora?

-Treinta y tres años.

-La edad de Cristo.

NOTAS AL CAPÍTULO III

1 En las izbas, la estufa es un importante edificio de ladrillos que se mantiene siempre caliente. En invierno sobre todo, los campesinos colocan su cama en la parte superior. Los ancianos pasan generalmente el día entero en ella. León TOLSTOI ha descrito esta costumbre en su célebre relato Tres muertes.

2 Es un himno u oficio en honor de la Virgen María y se canta de pie. Compuesto en memoria de la milagrosa victoria alcanzada por el emperador Heraclio contra los escitas y los persas que sitiaban a Bizancio en el año 626. Un súbito huracán dispersó la flota enemiga que vino a estrellarse cerca de la iglesia de la Virgen de las Blachernas.

El himno contiene veinticuatro estancias en orden alfabético, entre las cuales se intercalan aleluyas y letanías. En él se va narrando los principales pasos de la vida de la Virgen María, en términos de una profunda y bella poesía:
Dios te salve, dice la letanía después de la estancia de la anunciación:¡Dios te salve, tú por quien la dicha va a brillar en el mundo!¡Dios te salve, tú por quien el mal va a terminar!¡Dios te salve, tú que levantas a Adán caído!¡Redención de las lágrimas de Eva! 

 

 

 

Continuará... 

  
VALLENATOS

ir arriba