HOMILIA DEL DOMINGO

Estas son algunas reflexiones que nos iluminarán cada domingo para comprender mejor aún el sentido de la Palabra de Dios dirigida a cada uno de nosotros.  Una feliz meditación (Padre Carmelo Mele, O.P.).

 

Domingo, junio 10 de 2012__________________________________

 

LA SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

(Éxodo 24:3-8; Hebreos 9:11-15; Marcos 14:12-16.22-26)

El otro día se anunció la supuesta fecha exacta de la crucifixión del Señor.  Según el reportaje Jesús murió en el 3 de abril del año 33 d.C.  Se basa esta fecha en el dato que da el evangelio según san Mateo acerca de un terremoto inmediatamente después de que Jesús expiró.  Pero ¿Mateo entiende el terremoto como un evento histórico?  A lo mejor el evangelio quiere decir que el mundo fue sacudido figurativamente por la muerte de su salvador.  Bueno, en el evangelio hoy tenemos otra incidencia de un hecho histórico dando paso a la verdad de nuestra salvación. 

 Escribe san Marcos que Jesús manda a sus discípulos a preparar la cena de Pascua.  Sin embargo, el evangelio según san Juan señala que la “última cena” tiene lugar el día antes de la Pascua y que Jesús muere cuando los corderos de Pascua están siendo degollados.  ¿Cuál de los dos relatos tiene razón? Los eruditos han discutido esta cuestión por siglos sin conclusión definitiva.  Pero realmente no importa porque los dos relatos llegan al mismo fin que vamos a ver pronto.  Es como cuando en la confesión el sacerdote nos pregunta cuando cometimos un pecado y no recordamos si fue hace dos meses o tres.  La desgracia de haber pecado es  solo lo que tiene relevancia.

 De hecho podemos decir que Jesús ha venido para aliviarnos del pecado.  La trayectoria del evento – su encarnación, su ministerio y ya su cumplimiento -- fue planeado por Dios desde el principio.  Por eso, Jesús puede precisar todo lo que va a ocurrir cuando envía a sus discípulos: “Vayan…encontrarán…síganlo y díganle…y él les enseñará”.  El hecho que Jesús sabe en adelantado todo lo que pasará atestigua su cercanía con Dios Padre.

 El desarrollo de esta parte del plan de Dios culmina en la cena cuando Jesús toma el pan.  Una vez más se precisa lo que tiene lugar: lo toma, pronuncia la bendición, lo parte y lo da “a sus discípulos diciendo: ‘Tomen: esto es mi cuerpo’”.  Sea en la cena acostumbrada de la Pascua o sea en una Pascua anticipada, Jesús está transformando el significado del evento para sus discípulos.  No más les va a significar la liberación de Israel de la esclavitud en Egipto con el sacrificio de un cordero degollado.  No, de ahora en adelante sus seguidores van a estar celebrando la Pascua como su salvación del pecado por Jesús crucificado.  Cuando consumimos este pan transformado en él, nos asume en su cuerpo libre de egoísmo.  Ya podemos vivir sin mentiras, codicias, y odios.

 Pero ¿cómo vamos a dejar para atrás la tendencia de tergiversar la realidad por nuestros intereses?  ¿Cómo vamos a vencer los deseos materialistas que surgen en nuestro ser como  un potro bronco?  Y ¿cómo vamos a amar a personas que nos desprecian?  Bueno, para superar el mal y crecer en la virtud tenemos que someternos a la tutela de Jesús.  Eso es, tenemos que meditar sobre sus enseñanzas, imitar sus modos, y orar que nos mande al Espíritu Santo.  Lizzie Velásquez ha terminado este curso con resultados espectaculares.  Una vez llamada “la mujer más fea en el mundo” porque una enfermedad le deja pura piel y huesos, Lizzie ha superado la tentación de la venganza.  Ni tiene resentimiento a Dios.  Al contrario, dice que su enfermedad es una bendición de Dios porque le hace consciente que la verdadera belleza no es externa sino interna, la conformidad del alma con lo bueno.  Cuando los discípulos beben de la misma copa de vino que Jesús declara como su sangre, se comprometen a seguir a él como Lizzie Velásquez.  Es la misma sangre que tomamos y el mismo compromiso que hacemos en la Eucaristía.

 "Somos el Cuerpo de Cristo”, cantamos bilingüemente. Somos mujeres y hombres; latinos, asiáticos, africanos y americanos; mayores, jóvenes, y niños. Superamos la tentación de la venganza. Vivimos sin mentiras. Oramos que a Jesús nos mande al Espíritu Santo. Somos el Cuerpo de Cristo.

 

Domingo, junio 3 de 2012__________________________________

 

Santísima Trinidad
(Deuteronomio 4:31-34.39-40; Romanos 8:14-17; Mateo 28:16-20)
Imaginémonos por un momento que somos de la familia Kennedy.  No cualquier familia Kennedy sino parientes del antiguo presidente de los Estados Unidos.  Un millón de dólares fueron depositados en una cuenta bancaria para nosotros el día de nuestro nacimiento.  Cualquiera universidad nos aceptaría con ganas como estudiantes.  Es igual con las compañías: no iríamos faltando trabajo.  Y si querríamos entrar en la política, un ejército de trabajadores estaría dispuesto a ayudarnos en las elecciones.  Sería interesante, pero el evangelio hoy nos cuenta del nacimiento en una familia aún más grande que la de los Kennedy.
 Jesús manda a sus discípulos a bautizar a gentes de todas las naciones “en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.  En otras palabras, quiere que les introduzcan en la familia Dios.  Tendrán nueva identidad, “cristianos”, que proviene del otro nombre para el Hijo, “Cristo”, significando el ungido para servir. También, tendrán nuevo patrimonio: ni dinero ni tierras sino la vida eterna.  Por hermanos tendrán una cuarta parte de la población mundial, los hombres y mujeres que comprenden la Iglesia.  Sin embargo, estos privilegios llevan responsabilidades.  Tendrán que servir a los demás junto con Cristo.
 La familia es de Dios Padre lo cual pensamos como el Creador.  No es que el Hijo y el Espíritu no participaran en la creación.  No, lo que se dice de uno, se puede decir de los tres excepto que sólo el Hijo se hizo hombre.  De hecho, cada uno comprende la totalidad de ser Dios.  Sin embargo, se asocia el Padre con la creación porque se la describe en el Antiguo Testamento que se enfoca en Dios como Soberano de todo.  Podemos asociar a Dios Padre también con el amor. Pues, el Hijo lo reveló cómo quien ama al mundo, aun a los hijos que lo deja para derrochar su herencia con ajenos.  Miramos a Dios Padre para proveer las necesidades y le agradecemos porque siempre nos ha respondido generosamente.  ¿Dios nos ama como madre también?  Es cierto.  Existen unos pasajes bíblicos indicando que el amor de Dios es entrañable como el vientre materno.  Realmente en Dios no hay ni masculino ni femenino porque no tiene cuerpo.  Lo llamamos “Padre” siguiendo a Jesús. 
 También la familia de Dios es del Hijo que tomó la misma carne como nosotros.  Estamos tan acostumbrados a pensar en Jesús como divino que nos olvidamos de la lucha para establecer esta verdad.  Por un tiempo en el siglo cuarto la mayoría de los cristianos – pero no de los obispos – estaban de acuerdo con un teólogo llamado Arrio lo cual enseñó que Jesús no fue igual con el Padre.  Razonó Arrio que Dios no podía encarnarse porque tiene una naturaleza infinita mientras el ser humano tiene límites.  Según su modo de pensar si Dios fuera a hacerse hombre sería como poner una montaña en una caja.  Entretanto san Atanasio, el gran defensor de la tradición católica, ofreció un argumento en contra de Ario. Dijo que la naturaleza de Dios es misterio completamente fuera de la comprensión humana.  Por eso, no se puede decir que Dios no hiciera hombre, y porque el evangelio lo dice, no hay razón de no aceptarlo como la verdad.  Ciertamente nos consuela mucho la doctrina de la divinidad de Jesucristo. Implica no sólo que él conoce nuestra precaria sino también puede hacer lo necesario para ayudarnos.
 Si ha sido retador para algunos pensar en Jesucristo como Dios, ha sido más difícil aún ver al Espíritu Santo como una persona distinta de Dios Padre y Dios Hijo.  Es así porque a veces la Biblia lo identifica como “el Espíritu de Dios” o “El Espíritu de Cristo” como si fuera una dimensión del Padre o del Hijo.  Sin embargo, sabemos tanto por la reflexión teológica como por otros pasajes bíblicos que el Espíritu es una persona distinta.  Se le asocia a Él con la misión de presenciar a Dios en el mundo actual.  Es el Espíritu que nos guarda del mal y que nos transforma el pan en el Cuerpo de Cristo.  Nos aprovechamos de varios objetos naturales para simbolizar al Espíritu Santo que por sí mismos indican la imposibilidad de describir a Dios adecuadamente.  El Espíritu es como el agua que apoya la vida, la luz que nos ilumine las trampas del mundo, y la brisa que nos alivia el peso del día.  Sobre todo el Espíritu es como fuego que enciende el amor en nuestro ser.
 Algunos describen a Dios con un círculo porque es infinito.  Sin embargo, el círculo no transmite la idea que Dios es de tres personas.  Otros simbolizan a Dios por un triangulo equilátero, pero los ángulos y los lados no conllevan la idea que cada persona comprende la totalidad de Dios.  Tal vez queramos imaginar a Dios como un retrato familiar, pero ¿cómo nos vamos a imaginar a Dios Espíritu y Dios Padre?  No, no se puede imaginar adecuadamente a Dios porque es fuera de la comprensión humana.  Sin embargo, podemos contar con Él.  Nos conoce y nos ama. Podemos contar con Él.

 

Domingo, mayo 27 de 2012__________________________________

 

DOMINGO DE PENTECOSTÉS



(Hechos 2:1-11; I Corintios 12:3-7.12-13; Juan 15:26-27.16:12-15)



 
Se puede entender la primara pentecostés por la lente del libro de Génesis.  Según la historia antigua, después de varias generaciones los descendientes de Noé se hicieron en un pueblo grande. Emigraron del oriente para ocupar las tierras que actualmente comprenden el sur de Irak.  Porque todos hablaban la misma lengua, fácilmente podían colaborar en empresas comunes.  Un tal proyecto fue la construcción de una torre para llegar al cielo.  Detrás de la torre quedaba el orgullo; pues, los constructores querían ser considerados grandes como Dios.  En el mundo actual las gentes están llevando a cabo un proyecto tan ambicioso.  Utilizando el mismo lenguaje de la ciencia, los diferentes países están construyendo bombas nucleares.  Primero, los Estados Unidos produjeron la bomba, entonces Rusia, Inglaterra, Francia, y China.  Ya la tienen también Israel, la India, Pakistán, y a lo mejor Norte  Corea.  Es posible que Irán lo desarrolle dentro de poco.  Los motivos de tener la bomba son múltiples, pero incluyen, como en el caso de los primeros descendientes de Noé, el deseo para el prestigio.
 
 
Casi parece que los dueños de bombas nucleares no aprecian el riesgo que corren.  Si habría guerra en que se estallan varias bombas nucleares, la vida humana como la conocemos terminaría.  Millones de personas morirían como efecto directo de las explosiones.  Además decenas de millones de otros contratarían el cáncer de la radiación emitida a la atmósfera.  Habría carencias de comida de modo que los hombres les traten a los extranjeros como adversarios en búsqueda de los mismos recursos de supervivencia.  Asimismo, en el pasaje de Génesis que trata del programa de construir una torre al cielo, los hombres también se arriesgaron mucho.  Realmente no amenazaban a Dios como si pudieran alcanzar al cielo.  De hecho, se retrata a Dios como teniendo que inclinarse sólo para vislumbrar el proyecto.  A lo mejor, sintió misericordia para los hombres traviesos entrañando la ilusión de alcanzar su lugar.  Para que no se hicieran daño a si mismos en el intento, les confundió  las lenguas.  Entonces los hombres abandonaron el proyecto para irse a diferentes partes de la tierra.
 
 
Sin embargo, las gentes no pueden vivir aislados para siempre.  Más tarde o más temprano, querrán eliminar el odio que ronda entre extranjeros.  En la lectura de Hechos hoy vemos el envío del Espíritu Santo a los discípulos de Jesús para que prediquen el amor en su nombre.   Cada ser humano escuchará que puede haber la paz sólo cuando todos se dispondrán a sacrificarse por el bien de los demás.  Así, Dios Padre está fortaleciéndonos hoy en día con el mismo Espíritu para salvar la humanidad del desastre nuclear.  El Espíritu Santo nos ilumina la mente para reconocer las virtudes de otras gentes, los defectos en nuestra sociedad, y la necesidad de superar las diferencias. Entonces el Espíritu nos enciende al corazón para compartir la buena voluntad entre pueblos. Ciertamente es una tarea gigante, pero se desempeña con cada esfuerzo de reconciliarnos con diferentes tipos de personas.    Cuando animamos a nuestros jóvenes a donar un par de años a un proyecto misionero, estamos apoyando la paz.  Cuando participamos en una oración interreligiosa, estamos aportando el mayor entendimiento entre gentes.  Cuando tomamos un minuto para acogernos a la persona nueva en nuestra compañía, estamos movido por el Espíritu Santo.


Hay un nuevo juguete sencillo que llama la atención.  Es sólo margarita plástica que baila por el poder de la luz.  Mueve en sintonía su flor como si fuera cabeza y las hojas como brazos para poner sonrisas en nuestras caras.  El Espíritu Santo funciona en una manera parecida.  Nos anima con su poder para hacernos hacedores de paz entre los pueblos.  No vamos a desarmar a los dueños de bombas nucleares de una vez.  Pero en tiempo por sacrificarnos vamos a crear una atmósfera de buena voluntad.  En fin se transformará el odio a la buena voluntad y la amenaza a la misericordia. En fin habrá la paz.

 

 

Domingo, mayo 20 de 2012__________________________________

 

LA ASCENCIÓN DEL SEÑOR

 

(Hechos 1:1-11; Efesios 1:17-23; Marcos 16:15-20)

 
 

Es domingo.  Toda la familia está en la casa del patriarca y matriarca.  Han tomado mucha comida y no poco vino.  Ya es la hora de conversar.  Hablan del precio de gasolina que por fin está bajando y los planes para el verano.  Entonces el tema cambia a la política.  Una persona toca la pregunta que domina el aire estos días: “¿Por quién vas a votar en las elecciones este año?”  La escena es parecida a la primera lectura hoy y la pregunta tan pujante.

 
 

“Señor, ¿ahora sí vas a restablecer la soberanía de Israel?”  los discípulos preguntan a Jesús.  Han visto maravillas, particularmente al mismo Jesús resucitado de la muerte.  Ya, les parece, es tiempo para realizar otro prodigio: el fin del sometimiento de Israel.  Pues, en su manera de ver, Jesús es el Mesías, el cacique encargado por Dios para entregar al pueblo Israel de las garras duras de Roma.  Son como nosotros hoy en día.  Vivimos en un mundo de gobiernos corruptos, pobreza masiva, y enfermedades matadoras.  Sin embargo, ha llegado el Internet que -- según algunos – nos capacita para superar los grandes problemas sociales.  ¿No ha facilitado el derrocamiento de algunas dictaduras el año pasado?  ¿No ha aportado la reducción de la extrema pobreza mundial por una mitad desde el año 1990?  ¿No está contribuyendo a la distribución de información que limita el impacto de SIDA y otros retos a la salud?

 
 

Sí, el Internet ayuda el progreso de la humanidad en algunos aspectos, pero apenas representa el adviento del Reino de Dios.  De hecho, en algunos modos el Internet causa dificultades más complejas e igualmente amenazantes que nos ayuda resolver.  Ha facilitado muchísimo la mercancía de la pornografía que corrompe almas.  También ha distanciado al individuo del ambiente en que vive para crear relaciones superficiales con personas en otras partes.  Por eso, vemos la disolución de comunidades, sean religiosas con la menor participación en la misa o sean sociales con la membrecía muy reducida en las organizaciones como los Leones.  Así en la lectura Jesús reprocha a sus discípulos por ser demasiado optimistas en cuanto al triunfo final.  Les dice: “A ustedes no les toca conocer el tiempo y la hora que el Padre ha determinado…”  Indica que el Reino de Dios es de Dios, no de ellos para conocer cuando y mucho menos para realizar como su proyecto.



Pero ellos tienen su propio propósito en el mundo.  Jesús les envía a ser sus testigos primero en Jerusalén, entonces entre los pueblos cercanos, y finalmente en los rincones del mundo.  Han de dar buen ejemplo por vivir sanamente como el reportaje de los cristianos antiguos: “Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el cielo.  Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes”.  Nosotros hoy en día seguimos atestiguando a Jesús por nuestra caridad.  Nos aprovechamos del Internet no tanto como un medio de traer la auto-satisfacción sino para ayudar a los demás en el nombre del Señor.  Cuando se usa para informar a toda la familia de las actividades del joven voluntario del Cuerpo de Paz, para ordenar café de “comercio justo”, o para actuar un millón de otras posibilidades, el Internet nos sirve como testigos de Jesús.



De hecho, el Internet nos ha conectado a gentes no sólo en países extranjeros sino en nuestra ciudad de modo que no más podamos ignorarnos de los pobres. Tenemos que responder o vamos a sufrir una conciencia culpable.  Encontramos una exigencia parecida en el pasaje.  Cuando los hombres angélicos dicen a los discípulos que Jesús volverá como lo han visto alejarse, está proponiendo una advertencia.  No deben mantenerse parados sino tienen que cumplir el mandato porque Jesús regresará para juzgarlos.  Si cuentan de Jesús a las gentes y les apoyan en su nombre, van a ser premiados en su regreso.  Si no, van a ser desilusionados.



“Vean cómo aman a uno y otro”.  Dice un reportaje de los cristianos antiguos.  Según ello los seguidores de Jesús ponen monedas en la alcancía común para apoyar a los pobres, mantener a los huérfanos, y socorrer a los prisioneros de conciencia. Atestiguan a Jesús por acciones de caridad.  Es nuestro propósito en el mundo hoy. Hemos de atestiguar a Jesús por la caridad.

 

 

Domingo, mayo 13 de 2012__________________________________

 

EL SEXTO DOMINGO DE PASCUA


(Hechos 10:25-26.34-35.44-48; I Juan 4:7-10; Juan 15:9-17)
 

Es un reto universal.  Se encuentra en todas culturas y en todas las épocas.  Sea “el Buen Samaritano” del evangelio, el joven Romeo del drama de Shakespeare, o el teniente Cable de la obra música “Pacífico Sur”, el hombre siente inquieto con los prejuicios.  Desea extender su afecto a personas de diferentes familias, tribus, y razas.  En la primera lectura hoy el apóstol Pedro confronta este desafío en la casa de un oficial romano.
 
 Pedro ve a Cornelio como un hombre piadoso.  Si no fuera por su nacionalidad lo bautizaría tan pronto como lleguen al río.  Pero es pagano, come puerco, y no asiste en la sinagoga.  Aun ahora sufrimos el dilema de Pedro.  Tenemos que luchar contra la tendencia de sentir como superiores a gente de diferentes razas, naciones y orientaciones sexuales.  Particularmente personas de esta última categoría nos causa la dificultad hoy en día.  Muchos no quieren aceptar a los homosexuales como sus amigos mucho menos como miembros de su familia.   
 Es posible que digan que la fe católica condena a los homosexuales.  Pero eso es mentira.  La Iglesia dice abierta y fuertemente que es malo despreciar a otra persona por su orientación sexual.  Como los demás, los homosexuales son creados en la imagen de Dios, tienen la dignidad humana, y merecen el respeto.  Escuchamos a Pedro llegar a una conclusión parecida cuando dice: “…Dios no hace distinción de personas sino que acepta al que lo teme y practica la justicia…”  
“Mira esto” – dice el escéptico – “uno tiene que practicar la justicia para ganar el favor de Dios y es cierto que los homosexuales viven en pecado”.  Replicamos: “No, señor”.  En primer lugar, muchos homosexuales se esfuerzan por vivir castamente.  Y segundo, si Dios amaría sólo a los perfectos, ninguno de nosotros se encontraría en Su presencia.  Sin embargo, decir que es malo odiar al homosexual no significa que aprobemos los actos homosexuales.  Vale la pena clarificar lo que queremos decir cuando tratamos este tema. 
Se prohíben las relaciones homosexuales porque la intimidad sexual es para unir una pareja en el matrimonio.  Las relaciones sexuales entre los no casados -- sean parejas heterosexuales u homosexuales, sea uno con sí mismo o sí misma, sea con una persona extraña como en el caso de la pornografía – comprenden abusos de la sexualidad y, hechos con la deliberación, pecados graves. 
“Entonces, ¿por qué no se permite que se casen los homosexuales?” pregunta nuestro amigo escéptico.  Desde que vamos a escuchar esta pregunta repetida durante este año de elecciones, que nos dirijamos a ello con preciso.  Dicen los proponentes del “matrimonio gay”: “Si el propósito de la intimidad sexual en el matrimonio es para mostrar el afecto o por el placer, se puede tener el matrimonio tanto entre dos homosexuales como entre dos heterosexuales.  Pero la Iglesia, junto con la larga tradición humana, ve el acto matrimonio en una manera distinta.  Según ella su propósito es la unificación total -- eso es corporal, espiritual, y mental – de un hombre y  una mujer que se construyen para hacerla de modo que pueda servir la procreación y crianza de niños.  Ver la intimidad sexual como menos que esta unión interpersonal – simplemente por el apoyo mutuo, el placer, o aun por la procreación -- es despreciarla como un instrumento para el uso humano, semejante a un Ford Focus o un IFono. 
Tenemos que seguir nuestra línea de pensar por preguntar acerca de las parejas que no pueden tener hijos por la edad avanzada o por la infertilidad.  ¿Es permisible la intimidad sexual en tales casos?  La respuesta es “Sí”.  No se espera que todo caso de intimidad matrimonial desemboque en una criatura aunque debe ser abierta a este fin.  La intimidad sexual entre los conyugues infértiles sigue uniendo a los dos, como dice Jesús, “en una sola carne”, cumpliendo su propósito. Entonces queremos preguntar: “Si la pareja no puede tener relaciones sexuales más por razones de enfermedad, ¿sigue el matrimonio?  Otra vez la respuesta es “Sí” porque se han consolidado permanentemente por la intimidad sexual en el inicio. 
Terminemos nuestra reflexión sobre la necesidad de dos personas de distintos sexos en el matrimonio por considerar el significado de este día.  Hoy celebramos a nuestras madres.  Las apreciamos precisamente porque son mujeres.  Eso es, porque se construyen como blandas y simpáticas de modo que nos amamanten en la infancia, nos cuiden en la niñez, y nos aporten en la juventud.  Aunque no nos hayan tratado así, todavía querríamos reconocerlas por su papel distintivamente femenino en nuestras vidas.  Y si nuestros padres nos han hecho las mismas cosas que las madres (al menos pueden darnos una botella de leche en la infancia), no les celebramos ahora porque tienen estructura distinta.  Hay otro día en que reconoceremos sus virtudes.  Dios hizo nuestra madre y nuestro padre con diferentes estructuras pero no para vivir aparte.  Al contrario se difieren para que se unan totalmente “en una sola carne” con la posibilidad de darnos la vida.  Se difieren para que se unan totalmente.

 

 

Domingo, mayo 6 de 2012__________________________________

 

EL QUINTO DOMINGO DE LA PASCUA

 (Hechos 9:26-31; I Juan 3:18-24; Juan 15:1-8)

 

¿Quién recuerda el libro El Poder del pensamiento tenaz? ¿Y Cómo ganar amigos e influir sobre las personas?  ¿Y Los siete hábitos de las personas altamente efectivas? Cada uno fue fabulosamente popular, traducido en español y probablemente cincuenta otros idiomas.  Los tres fueron parte del movimiento “auto-ayuda” que tuvo lugar durante el siglo pasado. En el evangelio hoy Jesús nos imparte su idea sobre cómo tener éxito en la vida.
 
 
Según Jesús, para vivir bien el cristiano tiene que mantenerse cerca de él.  Se compara a sí mismo como una vid y a nosotros como los sarmientos.  Como un sarmiento no puede producir uvas si se quita de la vid, nosotros no podemos hacer buenas obras aparte de él.  No podemos dar alivio a los pobres como las hermanas de la congregación de Madre Teresa.  Ni siquiera podemos guiar a nuestros propios hijos a la madurez verdadera.
 

Dios nos prepara a producir fruto por la acción de la Eucaristía.  Pues, la misa es el lugar provechoso para escuchar la palabra de Dios que nos limpia de las ideas erróneas.  En la misa hoy, por ejemplo, la segunda lectura propone el amor mutuo como nuestro objetivo en la vida.  Este tipo de amor vale mucho más que divertirse o enriquecerse a sí mismo.  También la Eucaristía nos provee con el sumo testimonio de este amor en el cuerpo de Jesús entregado en la cruz y su sangre allí derramada. Tomados con la reverencia, estos elementos nos fortalecen a visitar a los internados o tomar otro ministerio en la parroquia.  Hecha posible por el Espíritu Santo, la Eucaristía representa la acción de Dios podando nuestros vicios.


Cortados de Jesús, nos hacemos espiritualmente secos a pesar de que aparezcamos grandes en los ojos de muchas personas.  Recientemente se contó la historia de la Srta. Yvette Vickers en un artículo sobre la soledad creciente en la edad de comunicación.  Como joven la Srta. Vickers era una conejita de Playboy y estrella del cine horror.  Se divorció dos veces y tenía a un amante por muchos años.  La tragedia es que cuando se encontró muerta en su casa hace dos años, no pudo determinar exactamente cuando falleció.  Pues su cuerpo estuvo momificado después de un largo tiempo no atendido con la calefacción encendida.  Por las facturas telefónicas se piensa que en los meses antes de su muerte, la mujer no buscó compañía de ningún pariente o amigo sino de algunos aficionados distantes que le habían contactado por el Internet.  Es un caso extremo, pero se puede decir con confianza que el rechazo de darse por el bien de los demás conduce a una vida rodeada por extranjeros si no enemigos.


En contraste la vida entregada al amor de Cristo espera no sólo el apoyo de los compañeros en el Señor sino también la ayuda de Dios mismo.  En la lectura Jesús promete a aquellos que permanecen en él cualquiera cosa que pidan.  Por supuesto esto no es formula para conseguir vacaciones en Cancún.  Pues la gente arraigada en Jesús no pide cosas tan superficiales.  Pero se puede esperar dones tan preciosos como la valentía para hacer frente a la muerte y la paciencia para cuidar a los bebés.


“Yo soy la vid” – leyó el astronauta Buzz Aldrin en la superficie de la luna en 1969 – “ustedes son los sarmientos”.  Fue la segunda persona humana para pisotear la luna justo después del comandante Neil Armstrong.  Como la primera cosa que hizo en la luna consumió los elementos de la Eucaristía, la hostia y el vino, que trajo de su iglesia en Houston.  Aunque el coronel Aldrin no era católico, creía tanto como nosotros que conectados a Jesús, se puede hacer muchas obras buenas.  Conectados a Jesús, podemos hacer obras buenas.

 

 

Domingo, abril 29 de 2012__________________________________

 

EL CUARTO DOMINGO DE PASCUA 

(Hechos 4:8-12; I Juan 3:1-2; Juan 10:11-18)


 Si estuviéramos a llamar a Alberto Einstein sólo “listo” o a Marilyn Monroe sólo “bonita”, muchos se nos opondrían.  No estaríamos mintiendo, pero tampoco estaríamos describiendo adecuadamente la realidad.  Pues estas palabras no aproximan la capacidad de Einstein a pensar o de Monroe a voltear cabezas.  Tenemos otro ejemplo de la falta de palabra a describir la realidad en el evangelio hoy. 

Llamamos a Jesús, “el buen pastor”, y ciertamente es.  Pero es mucho más.  De hecho, la palabra original en griego kalos significa “noble” o “modelo”.  Jesús es el “pastor noble” que entrega su vida por sus discípulos.  Y es el “pastor modelo” que ejemplifica la vida que nosotros queremos imitar. Profundamente en nuestros corazones queremos vivir tan honestos, compasivos, y libres como Jesús.  Si habría una encuesta de los humanos más admirados en la historia, ¿quién dudaría que el nombre de Jesús se ponga alto en la lista de todos? 
 


¿Cómo podemos nosotros dar la vida como Jesús?  Apenas es probable que nos maten por predicar en el centro de la ciudad, al menos en los países occidentales.  Sin embargo, Jesús da su vida mucho más antes que el Viernes Santo.  Desde la primera manifestación de su gloria en Caná, Jesús jamás ha dejado de sacrificarse por los demás.  Cuando cura al tullido por la piscina de Betesda, se le incurre la ira de los líderes del pueblo.  Cuando les da de comer a la muchedumbre, se le quita la tranquilidad.  Y cuando cuenta de la necesidad de comer su carne y beber su sangre, sufre la pérdida de algunos discípulos.  Nosotros también podemos dar la vida por vivir sin la búsqueda de la comodidad que caracteriza la sociedad contemporánea.  Un joven tenía una empresa cibernética que valió al menos un millón de dólares.  Al mismo tiempo sentía el llamado de ser sacerdote religioso.  Por eso, hace siete años puso al lado su negocio para entrar en la orden de los dominicos.  Precisamente ayer él hizo sus votos permanentes como religioso, el paso más decisivo en el camino a la ordenación. 

 

No es necesario que nos integremos en un convento para sacrificar la vida como Jesús.  Los padres de familia lo hacen por comprometerse a sus familias.  Una pareja tenía seis hijos cuando quedó embarazada de nuevo.  No hubo ninguna cuestión de aborto, pero cuando su hijo nació con el síndrome Down, sintieron devastados.  Aunque había algunos momentos duros en el principio, aceptaron a su hijo, llamado José, completamente.  Ahora, a los siete años, José se ha hecho, en un sentido, el maestro de la familia.  Dice la mamá: “…una vez que José te conozca, meramente te ama. Él ha respaldado todo lo que siempre creíamos como importante”.  La historia ilustra lo que Jesús significa cuando dice que da su vida para retomarla.  En darse a la voluntad de Dios Padre, Jesús sabe que el sacrificio le conducirá a la resurrección.  Asimismo cuando nosotros lo seguimos, no tenemos que angustiarnos ni por el dolor o ni por cualquiera pérdida de valor.  Pues, el Padre va a premiarnos cien por uno.

 

El Vaticano II nos asegura que todos humanos tienen la vocación a la santidad.  Para saber si Dios quiere que la persona se haga sacerdote o religiosa, médica o mecánico, casado o soltera se requiere el discernimiento.  Hoy en día los jóvenes se acostumbran a consultar los test que les informan para cuales carreras tengan aptitud.  Sería provechoso también desarrollar una vida interior para entablar a Dios en diálogo.  Se hace este tipo de vida por la oración diaria y por compartir de vez en cuando con un confesor o guía espiritual.  En el día que cumplió ochenta y cinco años hace poco el papa Benedicto nos recordó como podemos contar con Jesús para la dirección.  Dijo que la luz de Jesús“es más fuerte que cualquier oscuridad, que su bondad es más fuerte que cualquier mal de este mundo…”

 

En los primeros días del Cristianismo no se usaban imágenes de Jesús.  Pues en el Antiguo Testamento la Ley prohíbe todas tales representaciones de Dios.  En tiempo los teólogos razonaron que porque Jesús es la imagen verdadera del Padre, sería solamente justa tener una imagen de él. De todos modos en el principio los artistas cristianos buscaron otras cosas para representar a Jesús: una vid, porque dice, “Soy la vid”; el dios del sol, porque dice, “Soy la luz del mundo”; y, sobre todo, un pastor porque dice “Soy el Buen Pastor”.  Es el pastor que nos guía por el camino de la vida eterna.  Jesús nos guía a la vida eterna.

 

 

Domingo, abril 22 de 2012__________________________________

 

EL TERCER DOMINGO DE LA PASCUA

(Hechos 3.13-15.17-19; I Juan 2:1-5; Lucas 24:35-48)

La Pascua celebra la victoria de Jesús sobre el pecado y la muerte.  Tal vez nos fijemos más en la segunda porque la muerte surge como una montaña en el horizonte que cada uno de nosotros tiene que cruzar.  Sin embargo, es el pecado que afrontamos diariamente que nos desgasta más.  Este es el tema que concierne el autor de la segunda lectura hoy.

Llamamos el texto “la Primera Carta de San Juan”.  Pero ello no muestra las características asociadas con la mayoría de las otras cartas en el Nuevo Testamento.  No hay ningún saludo en el principio ni una conclusión con recuerdos e instrucciones.  Por eso, se cree que fue escrito para explicar el Evangelio según San Juan a la comunidad a la cual fue originalmente dirigido.  A lo mejor dos facciones se han levantado.  Un grupo tiene la idea que no importa lo que haga el cristiano mientras cree en Jesús.  Piensa que la persona pueda acceder a la vida eterna simplemente por ser contado entre la membrecía de los salvados.  Entretanto el autor del documento – a veces llamado el “presbítero Juan” – escribe al otro grupo subrayando la necesidad de practicar el amor de Jesús.

En el pasaje Juan menciona la posibilidad del pecado.  Diríamos, “la probabilidad del pecado” con todas las seducciones que nos afligen en el mundo actual.  Desde la avaricia de tener la mitad de las cosas que vende Target hasta la pornografía instantánea del Internet estamos apremiados con tentaciones a traicionar a Cristo.  Pero el presbítero nos asegura que se puede contar con Jesús para remediar cualquiera falta que hayamos hecho.  Pues, él está con Dios Padre como nuestro abogado pidiéndole la misericordia.

Pero no sólo pide por nosotros sino también por los demás.  El autor nos recuerda que Jesús murió por todo ser humano.   A veces olvidamos que personas de diferentes razas, lenguas, clases sociales, y orientaciones sexuales conocen a Cristo tanto como nosotros.  De veras, por su experiencia a través de los siglos, la Iglesia no mira ni siquiera a los ateos como necesariamente privados de la gracia del Espíritu Santo.  La cuestión siempre es si o no la persona sigue su conciencia con corazón sincero.

El presbítero indica una prueba para determinar si o no tenemos conciencia pura.  Dice que conocemos a Dios si cumplimos sus mandamientos.  De hecho, resalta la enseñanza por reformularla en el modo negativo: “Quien dice: ‘Yo lo conozco’, pero no cumple sus mandamientos, es un mentiroso…”  ¿De cuáles mandamientos está refiriéndose?  ¿Los Diez Mandamientos o los dos mandamientos de Jesús en los evangelios de Mateo, Marcos, y Lucas?  Para el Evangelio según San Juan se guardan todos estos mandamientos cuando se cumple el único mandamiento: “Que se amen unos a otros como yo les he amado”.  Este amor va más allá que la buena voluntad y se muestra en hechos.  Es el servicio que Jesús rinde a sus discípulos cuando lava sus pies.  Vemos este amor en las catequistas que preparen sus clases con cuidado y las entreguen con entusiasmo.  También atestiguan este amor los que rezan por los bebés abortados y sus mamás enfrente de las clínicas de Planned Parenthood.

Posiblemente nos preguntemos que sucederá con el amor para Dios si nos preocupamos tanto por otras personas humanas.  Parece que el presbítero tiene en cuenta nuestra inquietud cuando dice: “…el amor de Dios ha llegado en su plenitud” a la persona que cumple los mandamientos.  Eso es,  en su parecer cuando la persona ama a los demás es el amor para Dios que le mueve.  

Hay muchos cuentos del gran rabí Hilel que vivió un poco antes de Cristo.  En una historia se le acerca un hombre pidiendo que le enseñe toda la Ley mientras él se levanta sobre un pie.  El rabí lo hace diciendo: “Lo que es despreciable a ti, no lo hagas al otro.  Eso es todo la Ley; lo que queda es sólo comentario”.  Es un modo de poner en lo negativo lo que Jesús nos enseña en el evangelio.  De hecho, se puede resumir los mandamientos de Jesús con igual brevedad como el mandamiento del rabí Hilel. “Que se amen unos a otros como yo les he amado”.  Que nosotros atestigüemos este amor diariamente.  Que atestigüemos este amor.

 

Domingo, abril 15 de 2012__________________________________

 

EL SEGUNDO DOMINGO DE LA PASCUA

(Hechos 4:32-35; I Juan 5:1-6; Juan 20:19-31)

Para algunos era asunto privado. Sin embargo, para otros tocaba el bien público en el mero corazón. Por eso, cuando el juez Ken Starr buscaba evidencia en contra el presidente Bill Clinton, tuvo que hallar algo más convincente que el testimonio de testigos. Por encontrar el DNA de Clinton en la ropa de la mujer con quien estaba enredado, nadie podría negar que el presidente actuara mal. En el evangelio vemos otro caso de buscar evidencia más decisiva que testimonio.

En tiempos bíblicos ni si imaginaba DNA, el código genético que es único para cada persona. Sin embargo, cuando escucha a sus asociados hablando de la aparición de Jesús resucitado, Tomás quiere más prueba que las palabras de algunos aterrizados por miedo. Pone un doble criterio para aceptar la historia como verdad: 1) ver las heridas en las manos de Jesús y 2) tocar la cicatriz en su costado. El relato sigue con la aparición de Jesús a Tomás. Según la narrativa Jesús le ofrece sus manos y su costado, pero Tomás no viene a probarlos. Pues, sería una negación de la creencia que Jesús afirma cuando dice, “Tú crees porque me has visto…” 

La palabra “creer” viene de la palabra latín “credo”. Esto, en torno, es una amalgama de dos palabras cor que significa “corazón”, y do o, en español, “doy”. Por eso, se puede decir que cuando la persona cree en otra persona, le entrega su corazón. Por lo tanto, originalmente la palabra significaba más confianza que asentimiento intelectual. Esto es evidente a través de los cuatro evangelios. Casi siempre Jesús no les pide a sus escuchadores la convicción que Dios existe sino la confianza que está actuando en su favor. Cuando pregunta a Marta delante del sepulcro de Lázaro si ella cree en él, no quiere probar su catequesis. Más bien, prueba la fe para que ella vea un hecho maravilloso.

Vemos la fe vivida en la primera lectura hoy. Siempre al segundo domingo de la Pascua esta selección nos da un retrato de la vida comunitaria de los discípulos después de la resurrección. La gente que cree en Cristo resucitado entrega sus propios recursos para que todos tengan pan en la mesa y techo para cobijarse. Podríamos decir que la confianza en el Señor se está extendiendo a la imitación de sus modos. No sólo comparten los bienes personales sino también entregan sus propios caracteres para que todos tengan “un solo corazón y una sola alma”. Es la vida sin arrogancia ni engaño ni descortesía. Es la que se espera en un monasterio o la que se ve en los nuevos marineros al día una vez que cumplan el “boot camp”.

¿Puede ver este tipo de comportamiento en nosotros creedores de la resurrección de Jesús? No importa tanto lo que hagamos en compañía de nuestros amigos. Más al caso es cómo actuamos cuando no nos reconocemos – cuando estamos manejando en la carretera o cuando estamos en vacaciones. Una mujer ha administrado la dispensa parroquial de comida para los pobres por años. Era parroquia de su familia cuando se criaba pero la comunidad se ha cambiado y ahora viene de lejos para hacer el servicio. Aún se puede contar con ella para repartir diarios allá sin juicios ni críticas. 

Pauper sum ego – así comienza una cántico en latín, “Yo soy un pobre”. Nihil habeo – siguen las palabras, “no tengo nada”. Cor meum dabo, concluye, “Doy mi corazón”. Como muestra de creencia en su resurrección Jesús nos pide algo semejante. Quiere que le entreguemos nuestros corazones por vivir sin arrogancia, ni engaño ni descortesía. Quiere que le entreguemos nuestros corazones.

 

Domingo, abril 8 de 2012__________________________________

 

EL DOMINGO DE PASCUA

(Marcos 16:1-7)

Era duro para el viudo. Por más que cincuenta años estaba casado con su esposa. Entonces una tarde ella tuvo un infarto y dentro de horas murió. Por un tiempo el hombre fue a su fosa casi todos los días para estar cerca a su amada. Así encontramos las mujeres en el evangelio.

María Magdalena, María (la madre de Santiago), y Salomé traen perfumes al sepulcro de Jesús. Quieren ungirlo según la costumbre judía. Era su maestro, su amigo, y su compañero antes de que fuera injustamente ejecutado. Ya piensan que sólo les queda esta muestra de respeto. También nosotros buscamos a Jesús. Porque él murió para rescatarnos del pecado, creemos que merece nuestra atención.

Sin embargo, nos paramos en la tarea. Como las mujeres se dan cuenta de la piedra grande cubriendo la tumba, los obstáculos a la adoración asoman en nuestra mente. Tenemos varias responsabilidades – preparar la comida, cuidar a los niños, contestar correo en la computadora. Además, estamos cansados y ya televisan el torneo “Masters”. Otra cosa es que comenzamos a dudar la necesidad del rescate. Sí, somos pecadores – nos decimos a nosotros - pero del tipo ligero que sólo necesita buen consejo de vez en cuando y no la entrega de vida. Decidimos que si vamos al templo, no quedaremos por un tiempo largo.

Una vez dentro del sepulcro las mujeres no ven el cuerpo de Jesús. Es que lo buscan donde no está. Es nuestro predicamento también. Algunos de nosotros lo esperan en la escrupulosidad como si fuera un juez severo que cuenta cada pensamiento que corre en la miente como pecado. Otros lo buscan en lo opuesto, la vida placentera, como si fuera un epicúreo que disfruta viajes en barcos de crucero y carros de lujo. Otros lo buscan en el éxito humano como si pudiera ser encontrado a donde haya grandes números de gente y cantidades de dinero. A todas estas búsquedas el joven nos dice a nosotros tanto como a las mujeres: “…no está aquí; ha resucitado”. 

“…ha resucitado”. Entendemos las palabras, pero ¿realmente qué significan? Indican un misterio sobre que nosotros también debemos reflexionar. Jesús ha vuelto a vivir, pero no como Lázaro que ha de morir de nuevo. No, vive ya para siempre libre de enfermedad, tentación, y muerte. En algún modo es como el carbono que se transforma bajo la presión y temperatura masiva en diamante. La verdad ya se nos hace clara. Si vamos a realizar esta transformación, tendremos que entregarnos totalmente como Jesús. Aunque somos “buena gente” que trabajan duro para ganar plata por la familia, no mereceremos la resurrección de la muerte. Tendremos que soportar el dolor y aun la muerte si es necesario para alcanzar la vida eterna.

Por lo tanto, la resurrección de Jesús no nos quita la responsabilidad sino nos la incumbe. Como el joven envía a las mujeres a anunciar la resurrección a los discípulos, nosotros somos enviados a nuestras familias y comunidades. No es suficiente que les hablemos palabras piadosas -- “Dios te ama” y “Que Dios te bendiga”. Para comprobarnos sinceros, tenemos que mostrarles la coherencia entre nuestro compromiso a Jesús y su compasión para todos. Tenemos que actuar como los cursillistas visitando una prisión cuarenta millas de la ciudad cada ocho días sin faltar apenas una vez en varios años.

Sí, nos cuesta ser comprometidos. Sería imposible si no tuviéramos el apoyo. Pero el joven dice a las mujeres que Jesús va delante de los discípulos a Galilea. También va a acompañar a nosotros en nuestro servicio. No sólo nos ayuda sino también nos hace felices. Él es como nuestro mejor amigo con quien podemos contar para darnos una mano cuando nos encontramos en necesidad, una palmadita en la espalda cuando sentimos decepcionados, y tal vez una patada en el trasero cuando nos ponemos soberbios.

“…ha resucitado”. Se puede decirlo de un enfermo que se levanta de su cama de dolor o de un joven que se despierta de la decepción. Que se lo diga de nosotros por comprometernos a ser mejores amigos a todos. Pero sobre todo se lo dice de Jesús que brilla hoy como un diamante entre la gente. Por haber soportado la muerte para rescatarnos del pecado, Jesús brilla como un diamante.

 

Domingo, abril 1 de 2012__________________________________

 

EL DOMINGO DE RAMOS

(Isaías 50:4-7; Filipenses 2:6-11; Marcos 14:1-15:47)

“Te amo”. Tal vez nos hayamos oído estas palabras hoy. Pues, no sólo los novios las hablan como sus últimas palabras en la noche. Se ha hecho costumbre que las madres las dicen como las últimas palabras a sus hijos cuando los dejan en escuela. Los esposos también las repiten cuando terminan una conversación telefónica. “Te amo”. ¡Que distinto matiz tienen que las últimas palabras de Jesús en la Pasión según san Marcos!

En este evangelio Jesús dice sólo una frase de la cruz. No tiene que ver con la confianza como en san Lucas ni con la formación de su familia como en san Juan. No, como en san Mateo sus últimas palabras en san Marcos demuestran desaliento y desolación. “Eloí, Eloí, ¿lemá sabactani?”, Jesús grita en arameo. Sólo es humano que Jesús regresa al lenguaje de su niñez en el último momento de su vida natural. Es como si Jesús estuviera volviendo a su niñez para revisar su vida entera. Es como si él estuviera emitiendo estas palabras del mero corazón.

“Dios mío, Dios mío…” es la traducción que Marcos da para “Eloí, Eloí…” A veces en la exasperación pronunciamos el nombre del Señor, pero aquí Jesús se dirige a Dios en oración. Pues, su saludo es seguido por una declaración. Lo que no oímos es la intimidad con que Jesús rezaba antes. No dice, “Abba, Padre….” Como hizo en el jardín la noche anterior. Es como si ya Jesús sintiera la pérdida de su posesión más preciosa – que vale más que casa o campo – la relación íntima con Dios. 

Los predicadores han notado como “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” forman las primeras palabras del Salmo 21 que comienza en lamento pero termina en alabanza. Por eso, según algunos, el propósito de la frase no es indicar la decepción sino el triunfo. Sin embargo, decir que Jesús no tiene desilusión profunda en este momento sería privar del relato de Marcos lo que quiere comunicar. Es cierto que la crucifixión de Jesús termina en el resplandor de la resurrección, pero para evaluar la grandeza de la victoria de Jesús, hay que determinar primero las tinieblas en que se hundió. 

Realmente Jesús siente abandonado por Dios. La noche anterior pidió a su Padre que se le quitara de la ordalía que iba a soportar. Pero no ha visto ninguna respuesta positiva. Al contrario sólo ha encontrado rechazo y dolor. Sus propios discípulos lo traicionaron, se le huyeron, y lo negaron. Su pueblo prefirió a un asesino en lugar de él. Los romanos lo azotaron, se le burlaron, y lo crucificaron. Los líderes judíos lo condenaron falsamente, le escupieron, le mostraron el desdeño en la cruz. Aun los otros hombres crucificados con él lo trataron con desprecio. Jesús ha sufrido el abuso como si fuera Muammar Gadafi en Libia el año pasado. 

Sin embargo, no maldice a sus perseguidores, ni desespera en Dios, ni siquiera protesta la injusticia. Más bien, muestra el amor de Dios para el mundo por aceptar todo con paciencia. Merece el juicio del oficio romano que ha atestiguado su muerte: “De veras este hombre era Hijo de Dios”. También vale nuestra alabanza, nuestro seguimiento, y nuestra súplica. Debemos alabarlo porque nos ha liberado del pecado. Debemos seguirlo para evitar recaer en las trampas de soberbia, acedia, y lujuria. Y debemos suplicarle desde que aun con su ejemplo perfecto nos hace falta la gracia del Espíritu Santo. 

Acordémonos por un momento el cayado del Beato Juan Pablo II. Llevaba la imagen de Jesús crucificado. No parece como Jesús en san Juan que acaba de formar su familia desde la cruz. Ni necesariamente Jesús en san Lucas quien muere en completa confianza de Dios Padre. No, parece más como Jesús crucificado en san Marcos: exasperado y maltratado. Es como si quisiera decirnos: “Vi tanto te amo”. “Tanto te amo”.

 

Domingo, marzo 25 de 2012__________________________________

 

EL DOMINGO DE LA QUINTA SEMANA DE CUARESMA, 25 de marzo

(Jeremías 31:31-34; Hebreos 5:7-9; Juan 12:20-33)

El viejo yace en la cama hospitalaria. No dice nada. Tampoco responde a preguntas con cabeza o los ojos. Su familia tiene que decidir si o no tendrá puesta una sonda de alimentación. Pero a lo mejor él sabe que, como Jesús en el evangelio hoy, “ha llegado la hora”. Solamente le queda hacer las últimas preparaciones para la muerte. Es experiencia que la gran mayoría de nosotros tendremos un día. Pues, sea este año, en veinte años, o en el siglo próximo, como en el caso de los recientes nacidos, todos vamos a morir.

“Señor, quisiéramos ver a Jesús” dicen los griegos en el principio de la lectura. Querremos dar eco a esta frase en la última hora. Más que todo queremos ver cara a cara a quien hemos llamado “nuestro Señor” desde la niñez. Hasta ahora sólo hemos leído sus palabras y visto su reflexión en dibujos. Ahora anhelamos que se cumpla la profecía de Jesús, “…donde yo esté, también esté mi servidor”.

Sin embargo, no estamos calmados en la agonía. Más bien, sentimos la misma perturbación de Jesús cuando exclama, “Tengo miedo”. En nuestros casos reconocemos nuestros pecados que somos varios. En cuestiones de los apetitos, hemos silenciado la conciencia para seguir el instinto como bestias. En situaciones de responsabilidad, hemos mentido para evitar la culpa de nuestras indiscreciones. Y en cuanto a los necesitados, les hemos pistado las esperanzas en nuestro apuro. ¿Cómo va a juzgarnos el Señor – preguntamos a nosotros mismo – por todos estos delitos? Aún más inquietante persiste la duda que no vaya a ser juicio después la muerte, que la religión haya sido sólo un juego para mantener el respeto de los demás.

De algún modo agarramos la fe que pone detrás de nosotros las dudas. Hacemos la nuestra la oración de Jesús, “Padre, dale gloria a tu nombre”. Eso es, por el nombre de Dios que nuestros pecados sean perdonados y nuestras almas aceptadas en la vida eterna. No somos los únicos pecadores ni los más grandes. Más al caso, Dios desde siempre se ha revelado a Sí mismo como pura misericordia a aquellos que Le vuelvan con corazón sincero. Él es como la bahía que les da refugio a todos los barcos con el buen sentido a dirigirse a ella en la tormenta.

Al menos podemos decir que hemos tratado de servirlo. Asistíamos en la misa dominical, cuidábamos a nuestros niños, y aportábamos las caridades. Cada vez más procurábamos mostrar mayor prontitud en nuestra entrega. Nos ofrecíamos a nosotros como ministros en la parroquia. Aun declarábamos el amor para Dios ante los blasfemos. Ahora, en nuestros últimos momentos, queremos seguirlo a la vida eterna. Con todo corazón deseamos ver cumplidas sus palabras, “El que quiera servirme, que me siga”.

También rezamos en las últimas horas por nuestros niños y las generaciones futuras. En la lectura Jesús predice, “Cuando sea levantado atraeré a todos hacia mí”. Está refiriéndose al misterio pascual en que él será levantado tanto en la cruz como en la resurrección. Queremos que nuestras muertes atraigan a nuestros conocidos no a nosotros sino a él. No nos importa ahora que reciban títulos universitarios o que ganen millones, sino que sean gente generosa, fiel, y compasiva. Somos como el sabio poeta que al nacimiento de su hija le escribió deseándole la belleza pero no aquel tipo que pierda la bondad.

Ahora la genta está rayando las calles de México. Quieren ver al papa. Sí, tienen miedo de los narcotraficantes pero lo ponen detrás de ellos. Aunque han visto a Benedicto XVI en fotos, ya van a verlo cara a cara. Con el mismo corazón queremos ver el rostro de Jesús en la muerte. Queremos ver el rostro de Jesús.

 

Domingo, marzo 18 de 2012__________________________________

 

EL DOMINGO DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA

(II Crónicos 36:14-16.19-23; Efesios 2:4-10; Juan 3:14-21)

En el lado de la pantalla hay una publicidad. Se lo ha visto por años. No siempre lleva los mismos personajes pero siempre el mismo mensaje. Ofrece préstamos para comprar casas con intereses provechosos. Después de tanto tiempo la redundancia aburre. Se piensa, “¡Basta! ¿Por qué no cambian el mensaje?” Tal vez algunos sientan así con el evangelio hoy. 

Dios nos ama. Lo hemos escuchado diez mil veces. Y ¿por qué nos ama? ¿Posiblemente porque somos buenos? Que examinemos un momento lo que dice exactamente el evangelio: “Dios ama al mundo”. Eso es, Dios quiere no sólo a nosotros sino los generales en Afganistán que venden cocaína, los políticos en Nigeria que toman por sí mismos los lucros del petróleo del país, y los asesinos que rondan cada ciudad buscando problemas. Cuando pensamos en la cosa bien, a lo mejor no podemos declarar que somos inocentes. Pues, sin duda la mayoría de nosotros somos impacientes en la casa, vanidosos en el trabajo, o malhablado en la carretera. 

No obstante, Dios nos ha enviado a Su propio Hijo. Parece imprudente ¿no es cierto? No permitiríamos a nuestros hijos andar diez minutos con extranjeros. Pero el Padre ha compartido a Cristo con nosotros por una vida entera. Más temario aún, Él lo ha hecho a pesar de que sabía desde siempre que Su Hijo estaría maltratado, aun crucificado. Esta creencia ha consolado a aquellos que sufran contratiempos. En 1977 un incendio tomó las vidas de diez alumnas en una universidad católica. Naturalmente los padres de las muchachas estaban acongojados. Sin embargo, fueron aliviados por las palabras de un sacerdote administrador de la universidad. Les dijo que no sólo ellos sino Dios mismo conocen la angustia de la muerte violente de un hijo.

Habría sido justo si Jesús viniera para condenar al mundo. Pues no sólo los malvados merecen el castigo sino todos manchados por el pecado, incluso a nosotros. Habría servido como un intento para provocar el arrepentimiento. Sin embargo, no se encuentra ninguna mención del infierno en este evangelio según san Juan. No, Jesús viene con otra estrategia para llegar al mismo fin. Él nos demuestra lo que Dios espera de nosotros. Por escuchar a Nicodemo en la noche, por lavar los pies de sus discípulos, y – sobre todo – por colgar en la cruz, nos enseña que la voluntad de Dios Padre es que sirvamos al uno y otro como Sus hijos. Fuimos creados así pero el pecado nos ha ofuscado los ojos y tergiversado los deseos. Hoy en día cuando las novedades se convierten en necesidades, muchos de nosotros estamos listos a olvidar la misa dominical para ganar la plata a conseguirlas. Se dice que en una prisión los guardias se han hecho tan pegados al sobretiempo que se olviden de la importancia de pasar tiempo con sus familias.

La imagen de Jesús crucificado sirve como una lámpara de faro huyéndonos las tinieblas de los ojos. No podemos reflexionar en ella sin darse cuenta de que significa más que aparece. Sus brazos extendidos no sólo duelen bajo el suplicio sino levantan una oración a Dios Padre por nosotros. La corona que lleva no sólo indica la burla de los soldados sino significa la gloria que va a realizar. De pie delante de él, pedimos perdón de nuestras faltas. Igualmente allí nos comprometemos una vez más el seguimiento, cueste lo que cueste. Es el camino que emprendimos el Miércoles de Ceniza, en medio de que nos encontramos ahora, y que vamos a acabar en la Pascua, si no este año en la de eternidad.

En muchas parroquias cada año hay feria de ministerio. Se muestran las diferentes estrategias para servir a uno y otro. Ciertamente se encuentran los ministros extraordinarios de la Santa Comunión en el salón. Pero también están allí ministros más extraordinarios aún como aquellos que rondan las ciudades buscando a personas en necesidad. Queremos participar para conocer cómo podríamos nosotros cumplir la voluntad de Dios. Queremos nosotros cumplir la voluntad de Dios.

 

Domingo, marzo 11 de 2012__________________________________

 

DOMINGO DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA

(Éxodo 20:1-17; I Corintios 1:22-25; Juan 2:13-25)

El drama apareció en televisión hace cincuenta años. Era obra de ficción pero enseñó la verdad. Mostró a un hombre volviendo a su pueblo después de haber leído todos los libros en la biblioteca del Congreso. Para comprobar que ha cumplido tal tarea enorme, se convocó una asamblea del pueblo. A la hora indicada el hombre llegó para su discurso. Dijo que se podía resumir la sabiduría de las edades en diez puntos. “El primero – empezó – es ‘yo soy el Señor, tu Dios,…no te fabricarás ídolos ni imagen alguna…Segundo, ‘No harás mal uso del nombre del Señor, tu Dios….’” Entonces la gente presente cumplió los demás mandamientos del Decálogo que la primera lectura de hoy nos relata.

Algunos despiden los Diez Mandamientos como si fueran para niños. Es cierto que los Diez Mandamientos forman sólo la base de la moralidad, pero no son nada inestimable. Una cosa es que los Diez Mandamientos tienen un lugar privilegiado en la Biblia. Se encuentran varias veces, pero por la primera vez en Éxodo, el libro más apreciado por los judíos. Constituyen el núcleo no sólo del libro sino también de la Alianza entre Dios y Su pueblo. En una manera son el regalo más precioso del Señor a Su pueblo. Señala Éxodo que el Decálogo fue escrito con Su propio dedo indicando su trascendencia. En otra manera los Diez Mandamientos comprenden el compromiso del pueblo que vayan a cumplir Su voluntad. 

A la primera vislumbre parece que el Decálogo es propiedad de los judíos como las leyes de la Iglesia son particulares a la fe católica. Sin embargo, cuando están analizados, se descubre que los Diez Mandamientos aplican a todos pueblos, en todos tiempos. Los hombres del África tanto como de Australia tienen que honrar a sus padres y madres. Los trabajadores de Japón tanto como de Chile merecen un día de descanso cada semana. “Si es así, ¿cómo ha de tratar el primer mandamiento que exige el dar culto a un solo Dios?” algunos preguntarán. Sin embargo, ¿no es el fenómeno de Dios universal? ¿No es que toda sociedad tenga un ser más alto que todos los demás, sea el Buda en Tíbet y posiblemente la ciencia en varias culturas posmodernas? Por razón que se aplica en todas partes, dice el Catecismo que el Decálogo contiene “una expresión privilegiada de la ley natural”. 

Posiblemente pensemos que Jesús ha anulado los Diez Mandamientos con sus dos leyes de amor: amarás a Dios sobre todo y amarás al prójimo como sí mismo. Sin embargo, se ha notado como los primeros tres mandamientos tienen que ver con el amor para Dios y los últimos siete con el amor del prójimo. Podemos decir que se entienden los Diez Mandamientos correctamente cuando los ponemos como el mínimo de nuestro amor. En realidad, lo que Jesús ha añadido al Decálogo son dos cosas. En primer lugar se da a sí mismo como el mejor modelo del cumplimiento de los mandamientos. (Su amor para Dios Padre es sentido en su oración ferverosa. Su amor hacia nosotros es aún más palpable en la vista de él colgando en la cruz.) Sin embargo, el ejemplo de Jesús, tan inspirador que sea, no va a superar el orgullo y la pereza. Por eso, su segunda añadidura es imprescindible. Jesús nos imparte al Espíritu Santo para que nunca violemos ninguno de los diez.

Ahora, no menos que en los tiempos bíblicos, necesitamos una comprensión de los Diez Mandamientos para afrontar los grandes retos sociales. El quinto mandamiento, “No matarás”, va en contra a las fuerzas promoviendo el aborto y la eutanasia. No hay prohibición del matrimonio gay en el Decálogo porque este tipo de unión no era pensable en tiempos antiguos. Sin embargo, vemos en el noveno mandamiento la presuposición que el matrimonio es entre un hombre y una mujer y en el cuarto mandamiento al menos la esperanza que produce la prole. De manera semejante, por el primer mandamiento, que exige la obediencia a Dios ante el presidente, se les prohíbe a los obispos y párrocos pagar los seguros que provean anticonceptivos.

“¿Qué significa uno? Uno, yo lo sé. Uno es único Dios”. Así va un juego que los judíos ocupan en la Cena Pascual para enseñar a los niños las verdades de la fe. Sigue el juego: “¿Qué significa dos? Dos, yo lo sé. Dos son las tablas de la Ley”. De manera semejante Dios resume la Ley en Diez Mandamientos para enseñarnos Su voluntad. No comprenden todos los preceptos pero les da la base para que, como Jesús, cumplamos Su voluntad. Sí, es cierto. Siguiendo los Mandamientos, cumpliremos Su voluntad.

 

Domingo, marzo 4 de 2012__________________________________

 

DOMINGO DE LA II SEMANA DE CUARESMA

(Génesis 22:1-2.9-13.15-18; Romanos 8:31-34; Marcos 9:2-10)

Es una historia ya bien conocida. Algunos no la creen. No importa; pues la Iglesia no exige la creencia de revelaciones privadas. Sin embargo, las apariciones de Nuestra Señora a los tres niños en Fátima, Portugal han levantado la esperanza de gentes por casi cien años. Teniendo lugar durante la Primera Guerra Mundial, ellas dieron motivo a millones para seguir rezando por los esposos, hijos, y hermanos luchando en las trincheras. Después, pareció que los comunistas fueron derrotados con las oraciones año tras año a su insistencia para “la conversión de Rusia”. Además, se salvó la vida del papa Juan Pablo II, ya dedicado a ella, en el atentado el 13 de mayo, exactamente sesenta y cuatro años después de su primera aparición. 

Como la historia de Nuestra Señora de Fátima, el evangelio hoy nos presenta una visión de esperanza en medio de la tristeza. Jesús ha estado tratando de explicar a sus discípulos su pasión y su resurrección venideras. Pero ellos no quieren considerar la primera y la segunda queda completamente fuera de su perspectiva. Para enseñarles cómo no es inaudito que el Mesías muera por la gente, le da una vislumbre de la gloria que seguirá su prueba. Como los peregrinos en Fátima vieron el sol “bailando” el 13 de octubre de 1917 y como nosotros vemos una película por Stephen Spielberg, Pedro, Santiago y Juan atestiguan a Jesús cambiando su apariencia. A lo mejor tienen sus bocas abiertas cuando ven sus vestiduras “esplendorosamente” blancas.

Hoy en día nosotros también requerimos una vislumbre de Jesús en gloria. Pues, dicen los científicos que nuestra fe es infantil. ¿Cómo – nos desafían – podemos seguir creyendo en una Virgen dando a luz a un niño? ¿Quién – siguen en su modo cínico -- jamás ha visto una persona resucitado de la muerte? A veces nuestros jóvenes añaden sus críticas de nuestra fe. ¿Cómo puede ser – nos retan – que la cohabitación antes del casamiento sea mala cuando les ayuda a las parejas entender a uno y otro mejor antes de comprometerse?

Las personas que sufren necesitan de la visión de Jesús glorificado aún más. Una mujer pesa probablemente dos ciento libras más de la cuenta. Sabe que está destrozándose con sus propios dientes, pero siente frustrada cada vez que se emprende en una dieta. Aceptaría su peso excesivo como su condición personal, pero sabe que eso es mentira y tiene que hacer algo. Otro caso: un hombre ya tiene dos años desde que perdió su trabajo. A sesenta y tres años de edad le cuesta encontrar nuevo empleo. Sigue buscándolo pero ya con una actitud negativa. Habla como si el mundo estuviera arreglado en contra de él. 

Recibimos la vislumbre requerida de la Iglesia, la luz del mundo. El papa Benedicto nos asegura que Dios es más grande que la mente humana. Además, la mente siempre descubre cosas que una vez no pensaba posible. También, la Iglesia ha apuntado por mucho tiempo lo que ya está poniéndose de manifiesto. Por cuanto las parejas no se comprometan permanentemente, la intimidad sexual le conduce a la sociedad a la disminución del matrimonio y, consiguientemente, al daño de niños. Respeto a los sufridos, la Iglesia les sirve como refugio y apoyo. Es comunidad donde todos -- sean gordos o delgados, exitosos o fracasados – consiguen al menos los recursos espirituales para seguir luchando.

En la lectura Dios Padre amonesta a los discípulos que escuchen a Su hijo. Sus palabras dan eco en nuestros oídos ahora. Nos recalcan la necesidad de abrazar nuestras cruces individuales y seguir a Jesús. Los tropiezos y las caídas son partes del camino. No vamos a evitar enfermedades, dificultades en el trabajo, problemas en la casa, y eventualmente la muerte. Sin embargo, fieles a la tarea, nuestro destino es el mismo monte donde se encuentra a Jesús hoy brillando en la gloria.

En una película por Stephen Spielberg la genta queda con bocas abiertas. Ven una nave de espacio aterrizando esplendorosamente en un monte. Entonces atestiguan una comunidad de apoyo a borde. Es pura ficción pero nos llena con la idea que la realidad es más grande que la mente humana. Es así con Jesús y la Iglesia. Él brilla su luz en el monte que la Iglesia – nosotros -- refleja a través del mundo. La iglesia – nosotros -- refleja la luz de Cristo.

 

Domingo, febrero 26 de 2012__________________________________

 

EL DOMINGO DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA 

(Génesis 9:8-15; I Pedro 3:18-22; Marcos 1:12-15)

Tal vez todos hayamos oído la leyenda del arco iris. Dicen que en el final del arco iris existe una olla de oro. Los científicos tienen una explicación para el fenómeno. Según ellos la olla de oro refiere a los colores fuertes formados cuando las grandes gotas de lluvia son aplastadas por la resistencia del aire. De todos modos nosotros no buscamos una fortuna del arco iris. Su presencia en el cielo es en sí un premio. En la primera lectura aprendemos de qué consiste este obsequio. También es leyenda pero en este caso nos sirve como portador de una verdad profunda.

Noé ha estado en la arca por cuarenta días mientras las aguas crecían. La destrucción es completa. Ningún animal incluso a los humanos ha sobrevivido excepto aquellos a bordo de la arca. Por fin Dios ha hecho un alto a la muerte. Aun Él aparece sobrecogido por el daño que el diluvio ha causado. Promete que nunca jamás enviaría de nuevo aguas tan ruinosas. Como signo de este compromiso Dios pone el arco iris en el cielo. Le recordará Dios de su promesa, pero más importante el arco iris nos ayudará a nosotros recuperar la esperanza en tiempos apenados.

Todos hemos experimentado el lamento. Las lágrimas no son ajenas a nadie. Son particularmente tortuosas cuando nuestros pecados producen la tristeza. La muerte de un ser querido se hace más gravosa cuando no lo tratamos siempre con el amor debido. Por eso Pedro llora tanto después de negar a Jesús. Sin embargo, Dios no quiere que quedemos acongojados. Nos designa este tiempo de Cuaresma para reconocer nuestra culpa y volver al camino recto.

Se puede distinguir la Cuaresma por tres empeños. No son exactamente el ayuno, la caridad, y la oración sino algo semejante: la superación de la carne, la renovación del espíritu, y la misión apostólica. Los cuarenta días proveen un período bastante largo para establecer las modificaciones necesarias en nuestras vidas. Aunque a veces parece que todos los años enfrentemos la necesidad para los mismos cambios, poco a poco hacemos progreso. Este año los desafíos no son tan grandes como antes. Entretanto nos damos cuenta de otros cambios necesarios para llegar a nuestro destino que es Dios.

Oímos que deberíamos abstener de chocolate, cerveza y otras cosas agradables porque son de alguna manera malas. Pero este tipo de pensar es equivocado. La creación es buena aunque a veces la distorsionamos. No, chocolate y cerveza, pastel y Coca son buenos pero no son los mejores bienes. El mejor bien (la perla sin precio) siempre es Dios y para fijarnos en Él, nos privamos de los bienes menores por un rato. Una vez un padre de familia preguntó al cura si debería permitir a sus hijas ir a los bailes durante la cuaresma. El sacerdote respondió que sería severo prohibirles salir por tanto tiempo. ¿Es cierto? Se puede decir que sería desafortunado si nos quedamos en casa viendo la televisión y murmurando: “¿Cuántos días quedan de este tiempo horrible?” Sería mucho mejor si invitamos a nuestros vecinos para rezar el rosario y tomar café.

Se dice que el optimista lleva proyectos mientras el pesimista tiene excusas. Durante la cuaresma queremos hacernos grandes optimistas por la reflexión y el diálogo. Primero, que interroguémonos: ¿al fin de nuestras vidas cómo queremos ser recordados? ¿Que fuimos poderosos, ricos, o aun guapos? Apenas. No, como hijas e hijos de Dios nuestra meta es ser reconocidos como gente comprensiva, compasiva, y generosa como Dios. Para realizarlo todos los días tenemos que conversar con el Señor. Tal vez en el carro o aun en el baño podríamos decirle cómo lo amamos y cómo lo necesitamos para cumplir nuestros compromisos

Durante la Cuaresma ponemos de manifiesto la fe en Dios casi por casualidad. Eso es, no hacemos actos de fe y bondad para ser vistos sino para cumplir nuestros deberes. Al Miércoles de Ceniza anunciamos la fe con la cruz en nuestra frente. Señalamos nuestro compromiso a Dios cada viernes por pedir queso y no carne en la cafetería. Sin embargo, el testimonio más elocuente de la fe queda con los hechos como, por ejemplo, el hombre que llegaba al asilo con guitarra para darles serenata a los ancianos.

¿Recordamos a Rocky? Fue el protagonista de una serie de cines sobre el boxeo. En la primera película Rocky comienza su entrenamiento para el campeonato como una vaca tratando a volar. Apenas puede montar la gran escalera del museo en su ciudad. Pero después de unos meses levantándose a entrenar en la madrugada, él brinca a la cima de la escalera como un venado. Es así con nosotros durante la Cuaresma. En el principio nos parece puro lamento abstenerse de pastel o Coca. Pero en el final de los cuarenta días no nos cuesta brillar como un arco iris. Hemos llegado a nuestro destino: somos más comprensivos, compasivos, y generosos como Dios mismo. Hemos llegado a ser como Dios.

 

Domingo, febrero 19 de 2012__________________________________

 

EL DOMINGO DE LA VII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

Isaías 43:18-19.21-22.24-25; II Corintios 1:18-22; Marcos 2:1-12)

Nuestro avión está para aterrizarse. Vemos por la ventana. Abajo queda la ciudad que hemos hecho la base de nuestros negocios. Como en todas partes allí hay gente buena y mala, sana y enferma, ferviente y escéptica. Sentimos aliviados; es bueno regresar a casa. Tal vez Jesús sienta así en el evangelio hoy. Pues acaba de volver a Cafarnaúm, el lugar que se ha hecho el punto de partida de sus misiones.

Tan pronto que llega Jesús a casa, la gente lo busca. Quiere escucharlo hablar de Dios y a Dios. Entonces, viene un grupo de cinco – un hombre paralítico con cuatro portadores – que se distingue por la osadía de su fe. Porque la puerta está abarrotada con personas, ascienden la escalera al techo para bajar al incapacitado donde Jesús. Es como nosotros acudiendo el templo cada domingo a pesar de cansancio, inconveniencias, y compromisos. Queremos que el Señor nos ayude hacernos personas más cumplidas. 

Como el paralítico no puede caminar, nosotros estamos atascados. No sabemos cómo queramos vivir. En un lado deseamos todo lo que tengan nuestros vecinos sea un Lexus, una casa de alto, o el pasaje a Nuevo Orleans para el Mardi Gras. En el otro lado aspiramos vivir como verdaderos discípulos del Señor aportando las misiones y visitando a los internados. Sentimos debatidos como la persona puesta a dieta cuando se le ofrece un trozo de pastel de cumpleaños. 

Jesús no demora a diagnosticar el problema. “Hijo – le dice al paralítico – tus pecados te quedan perdonados”. Sí, es difícil ser paralizado. Le cuesta tener que pedir ayuda cada vez que necesite un vaso de agua. Pero es peor aún estar aislado de Dios buscando lo que no puede satisfacer. En nuestro pecado confundimos el amor con el deseo y la felicidad con el placer. Dios nos ha hecho para amar como Él ama apreciando el valor de cada uno. Pero hemos distorsionado el amor convirtiéndolo en la gratificación de nuestros propios deseos. Como resultados nos escapa la felicidad de ser tranquilos en un mundo pasajero y quedamos malcontentos con un superávit de placeres. 

Vemos a nuestros hijos cayendo en la trampa. Los medios les estimulan los hormones fuerte e frecuentemente. Tal vez las escuelas presenten el sexo como si fuera el apetito de comer que necesita satisfacerse siempre. Y sus propios compañeros se les atreven a experimentarlo. De algún modo tenemos que contrarrestar estas fuerzas con la sabiduría de Dios. Tenemos que modelar el verdadero amor por ser gozosos cuando hacemos sacrificios para el bien del otro. Tenemos que mostrar la modestia en nuestro vestido, nuestro comportamiento, y nuestro lenguaje. Y tenemos que dialogar con nuestros hijos larga y detalladamente para comunicar la verdad de la sexualidad. Queremos impartir la experiencia humana que la culminación de la sexualidad impacta a la pareja en maneras tan fuertes y numerosas que deba ser reservada para el compromiso matrimonial.

En el evangelio Jesús muestra que los pecados del paralítico son de verdad perdonados cuando le levanta de la camilla. De igual modo estamos mostrando la derrota del pecado cuando cambiamos nuestras casas en escuelas de verdadero amor. Por supuesto es una batalla cuesta arriba en un mundo como nuestro tan entregado al egoísmo. Por eso la primera arma es la oración al Espíritu Santo. Nos hacen falta su orientación para saber cada día la lección que los niños necesiten y la valentía para seguir enseñando cuando parece inútil el esfuerzo. 

A veces pensamos en Jesús como desamparado. Sin embargo, este evangelio muestra a él en casa. Podemos imaginar esta casa como una escuela de amor. En ella Jesús nos habla de Dios como un Padre que quiere ver a nosotros, Sus hijos, viviendo como personas cumplidas. Tal vez nos sirva un trozo de pastel con un vaso de agua para satisfacernos el apetito. Sobre todo en su casa Jesús muestra el sacrificio para nuestro bien por dialogar con nosotros larga y detalladamente. Su propósito es siempre que conozcamos la felicidad del amor verdadero. En su casa conocemos la felicidad del amor.

 

Domingo, febrero 12 de 2012__________________________________

 

EL DOMINGO DE LA VI SEMANA DE TIEMPO ORDINARIO

(Levítico 13:1-2.44-46; I Corintios 10:31-11:1; Marcos 1:40-45)

Se encuentra Jesús en Getsemaní. Está rezando desde el suelo. “Abbá (Padre) – dice – no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú”. Escuchamos una frase parecida de la boca del leproso en el evangelio hoy. También del suelo, el leproso se dirige a Jesús: “Si tú quieres, puedes curarme”. La similitud de las dos citas indica que el leproso no está desafiando a Jesús, que no está exigiéndolo: “No seas egoísta; ayúdame”. Más bien, lo reconoce como representante de Dios por poner su destino en sus manos. El leproso tiene la fe verdadera que deja a Dios ser Dios. Es la misma fe que profesamos cuando oramos: “…hágase Tu voluntad en la tierra como en el cielo”. 

A veces nos cuesta aceptar la voluntad de Dios. Una escritora admitió que no sabía que haría si Dios llamara a uno de sus hijos a Sí mismo. La cuestión del mal da pausa a todos los creyentes como si fuéramos caminantes entrando en un bosque habitado por una manada de lobos. Sin embargo, seguimos adelante porque creemos que la bondad de Dios alcance más allá que nuestra vista. Después de permitir a Su propio Hijo sufrir la muerte por nosotros, lo resucitó en la gloria. Del mismo modo sabemos que Él cambiará nuestras lágrimas a risas cuando quedamos fieles a Él.

Según los cuatro evangelios Jesús muere fuera de Jerusalén. El sitio nos llama la atención porque indica un intercambio de lo esperado. El Mesías, el hijo de David, se ha hecho extranjero de su propia ciudad terrenal para hacernos ciudadanos del cielo. Vemos un trueque semejante en el evangelio hoy. Por curar al leproso Jesús no puede entrar abiertamente en la ciudad. Más bien, tiene que quedarse fuera para atender a las muchedumbres que se lo acuden. En cambio, el leproso una vez curado de su enfermedad puede ir a dondequiera que le dé la gana. Este sacrificio de parte de Jesús está ilustrado en un libro y cine que impactó mucho la sociedad norteamericana. En el tiempo de segregación el autor John Howard Griffin tiñó el color de su piel para conocer cómo sería ser negro viajando por el sur de los Estados Unidos. Por seis semanas el Señor Griffin experimentó las desgracias de sentarse en el trasero del bus y tomar comida en secciones restringidas de los restaurantes. Como Jesús, el Señor Griffin se hizo extranjero para que los negros pudieran realizar los derechos de ciudadanos.

En el evangelio Jesús manda al curado hacer dos cosas. Para que la gente no conozca a Jesús meramente como un hacedor de maravillas, le dice que no cuentes a nadie cómo se curó. Entonces le ordena a al sacerdote para dar el ofrecimiento prescrito por Moisés. También para nosotros Jesús tiene dos órdenes aunque se difieren en parte de aquellos en el pasaje. Siempre deberíamos acudir al sacerdote para cumplir nuestros deberes a Dios. Pero en lugar de guardar el modo de nuestra salvación cómo secreto, hemos de hablar de Jesús con todos. Ya el mundo sabe, al menos un poco, de la historia de Jesucristo: cómo se entregó a sí mismo a la muerte para que la humanidad tenga la vida eterna. No hay mucho peligro que sea malentendido este mensaje. Pero sí hay gran posibilidad que la gente no lo crea por falta del testimonio nuestro hoy día. 

¿Qué quiere decir “dar testimonio” a Jesús? Significa que hablemos con los demás de nuestra experiencia personal de Jesús. Tal vez sea algo como rezábamos al Señor para un empleo y dentro de poco se nos ofrecieron dos. O sea que hemos escuchado una voz clara llamándonos a envolvernos en el ministerio eclesial. Un programa televisión acerca de la policía en Nueva York llamada “La ciudad desnuda” terminó cada episodio con la misma frase. Dijo el locutor: “Hay ocho millones historias en la ciudad desnuda. Ésta ha sido una de ellas”. Del mismo modo podemos decir: “Hay dos mil millones de historias acerca de Cristo en el mundo. La mía es una de ellas”.

 

Domingo, febrero 5 de 2012__________________________________

 

DOMINGO DE LA V SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

(Job 7:1-4.6-7; I Corintios 9:16-19.22-23; Marcos 1:40-45)

A lo mejor algo como esto pasó en tu vida. Tu madre te dijo que tuvo que quedarte en casa. No es que hicieras nada malo. Es que tu hermano tenía notas bajas y tu madre quería que le ayudara con sus tareas. “Es injusto – protestaste – él es quien tiene el problema, no yo”. Algo parecido pasa entre los corintios causando los comentarios de Pablo en la segunda lectura hoy. Pablo ha recomendado que los fuertes en la comunidad no comieran carne usada para sacrificios porque la práctica molesta a los sensibles. Dicen los fuertes – como tú a tu mamá – no es justo que sufran por los demás. En la carta Pablo defiende su posición.

Pablo ofrece a sí mismo como ejemplo de sacrificarse por el bien común. Dice que él no puede presumir de sus esfuerzos para predicar. Pues el Señor Jesús lo comisionó de modo que no fuera su propia voluntad. Ni puede aceptar plata para su predicación por la misma razón. Para agradar a Cristo – Pablo cuenta – está haciéndose esclavo de todos. De esta manera espera que se ganen todos por Cristo. Para sí mismo sólo desea un rinconcito en el cielo por sus labores. 

Como cristianos pensamos en nosotros como miembros de una parroquia y herederos de la tradición romana-católica. No nos vemos a nosotros como comisionados por el Señor. Sin embargo, hemos sido bautizados en Cristo donde él ha extendido a nosotros tanto como a los apóstoles la misión de divulgar el evangelio. Es cierto que el mundo va a distanciarse de nosotros si le gritamos por el camino. Ni es nuestro modo ir casa a casa tratando de convertir a la gente por el proselitismo. No, nosotros cumplimos nuestra misión de evangelizar por contar a los demás nuestra experiencia personal de Jesús.

Aunque muchos no se dan cuenta de la experiencia, la mayoría de nosotros hemos encontrado al Señor. Como la gente volviendo de un retiro de ACTS, podemos contar una historia en que hemos experimentado la Verdad que es el Amor. En la Edad Media la gente pensó en san Francisco de Asís como el “segundo Cristo” por su bondad envuelta en la sabiduría. En el siglo pasado un escritor convirtió al Cristo después de conocer la siempre caritativa y no menos brillante Madre Teresa. También es posible que hayamos visto huellas del Señor en la compasión de un pariente. Un sacerdote atribuye su llamada de Jesús a la vez que vio a su madre dándole a comer a un mendigo en la puerta trasera. 

Hay un dicho atribuido a san Francisco: “Siempre prediquen; y si es necesario, usen palabras”. Es cierto que las acciones hablan mejor que palabras. Sin embargo, más que nunca al mundo le falta testimonio de Jesús. Muchos se preocupan que vayan a ofender a los demás si ponen de manifestó su fe. Pero el futbolista Tim Tebow no tiene ninguna vergüenza a proclamar a Cristo. Este mariscal de campo ha llamado la atención por su actuación inspiradora en los playoffs de la Liga Nacional de Fútbol. Pero más importante a él es el hecho que está conquistando a las almas por Cristo dondequiera que vaya. Reza abiertamente en el campo llamando aun a los jugadores del equipo oponente tanto como a sus propios compañeros a juntarse con él. Siempre visita a los enfermos y los prisioneros porque así nos enseña el Señor. Como Tim Tebow nosotros podemos atraer a otros al consuelo de conocer a Jesús por contar cómo él ha entrado en nuestras vidas.

En una novela un hombre regala a una graduada una cadena con cruz. Ella la aprecia tanto que la lleve veinticuatro, siete dondequiera vaya. La cruz le marca como persona que conoce y ama a Jesús. Sugiere que ella no puede presumir de sus logros porque tiene a él como compañero. Finalmente, le presenta a Jesús al mundo, muchas veces injusto, como el esclavo que conquista por todos un rinconcito en el cielo. Sí, es la verdad. Jesús conquista por todos un rinconcito en el cielo.

 

Domingo, enero 29 de 2012__________________________________

 

EL IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

(Deuteronomio 18:15-20; I Corintios 7:32-35; Marcos 1:21-28)

El niño estuvo atemorizado. No sabía que pensar. Hace un par de años falleció su papa. Ahora acaba de morir la hermana de un compañero. ¿Será él el próximo de irse? Fue a su madre con su miedo. “Mama – dijo – “¿voy a morir?” Así encontramos a los hebreos en la primera lectura. Después de tener experiencias bruscas con Dios van a Moisés con sus preocupaciones.

Moisés conoce a Dios tanto como amigo como emperador. Ha discutido con él como compañeros de muchos años pero de diferentes partidos políticos. Habla con confianza cuando dice al pueblo Israel que no tiene que preocuparse. Dios no siempre les amenazará con el trueno. Tampoco les fastidiará con mandamientos. Más bien, les enviará a un profeta aún más íntimo con Sí mismo que Moisés para explicarles Su voluntad. A lo mejor nosotros aquí sentimos algo del disgusto de los Israelitas viviendo en miedo de Dios. Buscamos otro motivo para seguir creyendo que caer en el infierno cuando moramos.

Afortunadamente hemos sido testigos de la vida del beato Juan Pablo II. Él nos enseñó que la santidad no carece de gozos terrenales. Sus salidas para esquiar nos indicaron que el divertimiento tomado sensatamente es sano. Sin embargo, fueron los retratos de Juan Pablo rezando que lo más nos ayudan aquí. Fotografiado arrodillado ante el Santísimo, Juan Pablo nos muestra la posibilidad de comunicarnos con Dios. Nos recuerda de las muchas referencias de Jesús en los evangelios retirándose a orar. Sea en un lugar solitario, un cerro, o un jardín, Jesús pasa mucho tiempo dialogando con Dios Padre. 

Jesús es tan íntimo con Dios Padre que concluyamos que él es el profeta de que Moisés habla en la lectura. Su conocimiento de Dios sobrepasa aquel de Moisés. Donde Moisés sólo pudo ver las espaldas del Señor, Jesús nos revela Su cara. Es un rostro misericordioso como aquel de nuestras madres cuando éramos bebés. Nos intima que Dios está esforzándose para que consigamos la felicidad. Esto es el motivo que hemos estado buscando. Ponemos nuestra fe en Dios porque nos cuida.

Hace un año y medio se cayó la tierra sobre treinta y tres mineros en Chile. La situación era tremendamente precaria. Los hombres estaban enterrados 700 metros bajo tierra no estable. Si ocuparan las grandes taladradoras para alcanzarlos, a lo mejor habrían causado otro derrumbamiento, esta vez fatal. Pero el americano Greg Hall, un católico practicante, tuvo un plan. Rescataría a los mineros con su equipo de ingenieros usando un taladro-martillo. La operación tardó treinta y tres días taladrando metro por metro con oraciones acompañando cada golpe. Al final todos los mineros fueron rescatados. Al señor Hall fue la divina Providencia que dirijo la operación. Eso es, una vez más Dios respondió a los rezos de Su gente con cara misericordiosa.

Nos llaman la atención las caras de nuevos padres fijadas en su bebé. Siguen cada uno de sus movimientos como si estuviera caminando sobre tierra inestable. Hacen caso a todos los sonidos que emite como si estuvieron con el papa. Así es el diálogo entre Jesús y Dios Padre. Le conoce íntimamente de modo que podamos contar con su palabra cuando nos habla de Su misericordia hacia nosotros. Podemos contar con sus palabras cuando nos habla de Su misericordia.

 

Domingo, enero 22 de 2012__________________________________

 

III DOMINGO ORDINARIO

(Jonás 3:1-5.10; I Corintios 7:29-31; Marcos 1:14-20)

Imaginémonos por un momento. Después de volvernos a casa, revisamos el voice mail. Hubo una llamada de Jesús. No dejó un recado. Sólo dijo que nos necesita. Nos preguntamos: “¿Qué podría ser el propósito de su llamada?” Bueno, en el evangelio hoy encontramos pistas para la respuesta.

Encontramos a Jesús primero llamando a todos al arrepentimiento. Todos pecamos pero no es que todos quieran admitir que son pecadores. Para ganar el partido de tenis, una muchacha grita “fuera” cuando la pelota aterriza en la línea. Para pensar en sí mismo como una persona especial, un muchacho roba de la tienda cualquier cosa que le dé la gana. Algunos harían pretextos para estas acciones declarándolas como fases de la adolescencia a la madurez. Pero sabemos que si no reconocemos tales comportamientos como pecados y no nos arrepentimos de ellos, van a causarnos averías en el futuro.

Jesús nos llama a una conciencia más profunda que hemos tenido antes. Quiere que veamos a los demás como nuestros hermanos e hermanas y tratarlos así. Somos como el padre de Santiago y Juan en la lectura. El Santo de Dios ha pasado por él. ¿Cómo puede ser lo mismo como antes? No siente la llamada de seguir a Jesús como sus hijos pero, sí, se ha cambiado. De ahora y adelante va a considerar su trabajo como oportunidad a servir al Señor. Verá a sus empleados como hermanos que trabajan con él para ganar la vida. Mirará a sus clientes como hijos de Dios Padre que merecen un buen pescado para un precio justo. El Vaticano Segundo precisa su papel así cuando dice que a los laicos les “corresponde tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios”. 

Jesús no llama a todos nosotros para la misma tarea. Quiere que algunos profundicen su conocimiento de él para servir como ministros eclesiales. Invita a Pedro y Andrés a tal puesto. Ellos están para evangelizar a otros pueblos como “pescadores de hombres”. Así en la Iglesia contemporánea hay varios ministerios – ambos clérigos y laicales – para edificar la Iglesia. Contamos con los catequistas para instruir a nuestros niños en la fe. Nos hace faltan músicos para ayudarnos cantar las alabanzas a Dios. Algunos laicos sirven como evangelizadores predicando la palabra de Dios de una perspectiva familiar.

Para otros la llamada llega aún más adentro. Sienten la inquietud de dedicar cuerpo y alma al Señor hasta el derecho de tener su propia familia. Este grupo, representado por Santiago y Juan dejando a su padre en la barca, sigue al Señor en la vida religiosa. Su elección no tiene mucha popularidad hoy por varias razones. En primer lugar, el ambiente social dicta que debamos tener la intimidad sexual para realizar la felicidad. En segundo lugar, los padres, teniendo a pocos hijos, no promueven “la vocación religiosa” porque quieren ver sus familias aumentándose con nietos. Pero se precisa la vida religiosa ahora más que nunca para demostrar al mundo que ni el sexo ni el dinero ni cualquiera otra cosa de este mundo tienen el mayor valor. Más bien, este valor -- la perla más preciosa – es Dios mismo.

Si nos sentamos en cualquier centro público, vamos a escuchar una sinfonía de sonidos músicos. No habrá una familia de músicos en el fondo, sino el pueblo llevando celulares cada uno con su propio tono. Es como Jesús tiene su propia llamada para cada uno de nosotros. No importa nuestro sexo o el dinero que llevamos, nos llama: “Sígueme”. A los padres, los hijos, y los nietos, nos llama: “Sígueme”.

 

Domingo, enero 15 de 2012__________________________________

 

II DOMINGO ORDINARIO

(I Samuel 3:3-10.19; I Corintios 6:13-15.17-20; Juan 1:35-42) 

"¿Qué hay en un nombre?" pregunta Shakespeare. "Mucho", podríamos contestar. Los nombres y títulos no sólo identifican a personas sino las describen también. Ciertamente es el caso del doctor Martin Luther King. Por el nombre que le pusieron, se sabe que sus padres deseaban que su hijo se hiciera predicador. Además, el título "doctor" indica que era persona culta. Y al mencionar que era "laureado Nobel", se le distingue como hombre reconocido a través del mundo. Se aprovechará examinar los nombres y títulos usados para el guía de Martin Luther King lo cual encontramos en evangelio hoy.

Estamos tan acostumbrados a oír el nombre "Jesús" que olvidemos su significado. En hebreo "Jesús" quiere decir "Dios salva". "¿Nos salva de qué?" querremos preguntar. "Del pecado y sus consecuencias" es la respuesta exacta. Pecamos por dejar nuestras pasiones sofocar el juicio mayor. Al 31 de diciembre estaba en la calle un joven caminando borracho. A las nueve de la noche la embriaguez no estuvo causada por celebrar la entrada del año nuevo sino, con toda probabilidad, por la incapacidad de detenerse después de dos tragos. Todos nosotros susceptibles a un deseo excesivo – más bien, un pecado - semejante. Algunos se explotarían de otras personas sexualmente como si fueran muecas hechas para su entretenimiento. Otros mentirían en lugar de sufrir la pérdida de prestigio. A otros no les importaría abusar a un ser querido con palabrotas. Jesús nos salva de estos y otros géneros de pecado.

Sólo es justo a preguntar: "¿Cómo nos salva Jesús?" El evangelio nos indica la dinámica por los varios títulos dados a él. En primer lugar, es "rabí", eso es el que enseña. En este Evangelio según san Juan, Jesús nos instruye a amar a los demás como él nos ha amado. Un sabio distingue este modo de amar del amor para el prójimo como amamos a nosotros mismos. Muchas veces amamos a nosotros mismos en modos atroces. A lo mejor el joven borracho trataba de amar a sí mismo por saturarse con alcohol. Asimismo la mujer que aborta a su hijo porque habría sido inconveniente criar un niño también no ama a sí misma adecuadamente. Amamos al otro como Jesús nos ha amado cuando vamos más allá que la justicia exija para asegurar lo mejor para el otro. La mujer que telefonea a dos amigas para reconciliarlas a una y otra después de que se discutieron está imitando el amor de Jesús.

Estamos capaces de amar como Jesús no sólo porque él nos enseña sino también porque nos libera del egoísmo. Juan el Bautista lo llama "Cordero de Dios" porque se dará a sí mismo como rehén en cambio de nuestra libertad. Para apreciar este título tenemos que recordar la historia de los hebreos en Egipto. Cuando Faraón no les permitió irse al desierto, Dios mandó la décima plaga, la muerte de todos los primogénitos. Pero los hijos hebreos fueron escatimados de esta pena por la sangre del cordero rociada en las puertas de sus casas. La sangre de Jesús derramada en la cruz tiene aún más poder para aquellos que se arrepienten de sus pecados por las dos naturalezas que él tiene. Como hombre, Jesús representa a nosotros delante de Dios Padre. Como Dios, su sacrificio no tenga ninguna huella de egoísmo de modo que valga para derrotar las fuerzas pecaminosas que nos han tenido cautivos. 

Por llamarle "Mesías", Andrés sugiere que Jesús cumple el plan antiguo de Dios para salvar al mundo. Se le prometió al gran rey David que un descendiente reinara para siempre ganando todas las naciones bajo su soberanía. Ahora el momento ha llegado. Pero no por las hazañas de un cacique militar sino por la entrega de un Servidor Doliente Jesús logra esta finalidad. Viene curando a los enfermos, abriendo los ojos de los ciegos, y anunciando buenas noticias a los pobres. Interpretado para nosotros hoy día, el Mesías asegura que no es necesario buscar la salvación en otra persona u otra cosa. Barak Obama no va a salvarnos. Ni la plata, ni el placer, ni el poder van a ganarnos la felicidad. Sólo por mantenernos fieles al Mesías de Dios vamos a alcanzar nuestro destino. Olvidándolo, vamos a caminar borrachos en una forma u otra.

En el evangelio Jesús no sólo es llamado por diferentes nombres sino le llama a Simón por otro nombre. De ahora en adelante será "Kefás” o “Pedro" porque como una piedra dará apoyo a los demás discípulos. De igual manera nosotros somos llamados por otro nombre. No somos distinguidos sólo por el nombre de la familia o del país de origen sino por lo que se ha hecho el segundo nombre para Jesús: eso es, “cristianos”. Este nombre nos identifica como ungidos para cumplir la misión de nuestro Salvador. Hemos de detener los deseos excesivos para el placer y el poder. Hemos de alcanzar más allá que la justicia. Hemos de amar como Jesús nos ha amado.

 

 

Domingo, enero 8 de 2012__________________________________

 

La Epifanía del Señor

(Isaías 60:1-6; Efesios 3:2-3.5-6; Mateo 2:1-12)

Una vez era diferente. Entonces el tiempo navideño no era el gran salvador de la economía. La gente intercambiaba regalos de Navidad, pero no eran tarjetas de crédito mucho menos coches BMW. Más bien la gente prefería regalar dones que simbolizaran a sí mismo. Tal vez fuera un poema para los padres hecho de memorias de la niñez. O posiblemente fuera un reloj para un niño comprado con el dinero de la venta de nueces cultivadas cerca de la casa. El don de sí mismo es lo que vemos en el evangelio hoy. Los magos dan a Jesús regalos del más profundo significado.

Los magos no son reyes sino sabios que estudian la naturaleza para huellas de Dios. Ven en el cielo occidental una estrella nueva y brillante. Deducen que ella debe representar a un nuevo rey valiente de los judíos. Pues el rey David, unos mil años anteriormente, fue anticipado por un tal astro. Los magos vienen para darle homenaje con regalos de oro, incienso, y mirra. Tan deseoso que sea el oro, tan fragrante el incienso quemado, y tan útil la mirra para los entierros, no se dan estos tesoros porque al rey le hacen falta. No, los magos saben que el nuevo rey de los judíos tiene almacenes de riquezas aún más valiosas. Las regalan a Jesús porque simbolizan lo más grande de ellos mismos. El oro es la virtud, el atributo más noble de cualquiera persona. El incienso es la oración, el reconocimiento de Dios como el que guía a los soberanos. La mirra es el compromiso para ser fiel hasta la muerte. 

Nosotros damos regalos a otras personas en este tiempo porque nos recuerdan de Jesús. Pero nuestros obsequios, tan grandes como sean, no se acercan el valor del premio de Dios para nosotros. En primer lugar, el Padre nos ha concedido a Su propio Hijo, Jesús. Él nos enseña no sólo la voluntad de Dios Padre sino también Su amor que le da la vida. Como si no fuera suficiente el don de la presencia del Hijo de Dios, este mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, nos regala Su propia carne en el pan eucarístico. Este don nos mueve del amor teorético a la acción verdaderamente amorosa. Por su muerte en la cruz, representada en la Eucaristía, recibimos la fuerza para sacrificarnos como hizo él. Sí, Jesús nos regala la gracia que nos hace parecidos a él. Él nos hace en hijas e hijos de su Padre Dios.

 

Domingoo, enero 1 de 2012__________________________________

 

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios
(Números 6:22-27; Gálatas 4:4-7; Lucas 2:16-21)
Llamamos el primer mes del año “enero” por “Ianuarius”, el dios pagano de puertas. Las imágenes de Ianuarius siempre tiene dos caras como una puerta tiene dos lados – una dando para atrás y la otra para adelante. Ciertamente durante enero vemos en estas dos direcciones. En el principio del mes siempre nos referimos al año pasado como el presente, a veces poniendo su número en los cheques. Pero mientras el mes avanza, pensamos más en las posibilidades del año ya comenzado.
El nacimiento de Jesús también nos llama ambos para atrás y para adelante. El pesebre no se debe entender como indicación de la pobreza de José y María, sino para recordar la profecía de Isaías: “El buey reconoce a su dueño y el asno el establo de su amo; pero Israel, mi propio pueblo, no reconoce ni tiene entendimiento” (Isaías 1:3). Ahora con los pastores representando Israel, el pueblo de Dios sí reconoce a su Señor. Sin embargo, el señorío de Jesús será revelado a todas tierras sólo en el futuro. Después de que Jesús sea crucificado, levantado de la muerte, y entronado en el cielo, enviará al Espíritu Santo a los apóstoles para predicar su nombre a través del mundo.
El primer del año está reservado para el descanso y la renovación de relaciones con familiares y amigos. También la Iglesia nos llama a la misa para reflexionar una vez más en todo lo que ha sido celebrado durante la semana pasada. Hemos escuchado de nuevo la historia de Navidad. Hemos celebrado la venida de Cristo con actos de bondad y generosidad. Y nos hemos sido sumergidos en el ambiente de paz y gozo. Como María en el evangelio hemos de meditar todas estas cosas en el corazón para comprender su significado para el Año Nuevo.


 

Domingo, diciembre 25 de 2011__________________________________

 

LA NATIVIDAD DEL SEÑOR, Misa de la Aurora

(Isaías 62:11-12; Tito 3:4-7; Lucas 2:15-20)

Las noticias de Belén no son buenas. Sigue el enfrentamiento entre los israelís y los palestinos. Pero ya los palestinos están fracturados con los musulmanes acosando a los cristianos. Más lamentables aún los conflictos en Siria y Egipto pueden involucrar toda la región en incendios. Como si no fuera bastante peligroso, los Estados Unidos están retirándose de Irak dejando ese país, particularmente los cristianos, aterrados. Con todo este revuelto nos conviene a volver a Belén hace dos mil años cuando la esperanza de la paz nació.

El evangelio está mañana retrata a varios personajes cerca el pesebre del niño Jesús. Cada uno tiene algo para decirnos si le hacemos caso. Primero que escuchemos a los pastores. Son gente rústica que espera, como todos judíos, la venida del Señor. Atienden a las noticias del ángel que ha nacido en Belén el Salvador y llegan a darle homenaje. En un poema navideña un sacerdote anglicano pregunta si no es el caso que él sea pastor también. Ciertamente es porque tienen que pastorear las almas. De la misma manera todos somos pastores porque todos tenemos responsabilidades para atender. Entonces todos nosotros deberíamos acompañar a los pastores de Belén a ver al Salvador.

Pero desgraciadamente no es que todos tengan este deseo. A lo mejor por puro gozo los pastores cuentan a los ciudadanos de Belén todo lo que han experimentado. Pero estas personas, como la semilla que cae sobre tierra rocosa, sólo se maravillan con las noticias. No averiguan la cosa por su propia parte. Son como muchos de nuestros contemporáneos que celebran la Navidad con rompopo y regalos pero no se esfuerzan a seguir a él que festejan. Les falta la esperanza de realizar la promesa del Salvador recién nacido.

El evangelio sólo menciona la presencia de José, el esposo de María. Pero otros pasajes en este evangelio según san Lucas lo describen como justo - fiel a Dios y obediente al imperador. También dejan el sentido que es trabajador y atento a su papel como protector de Jesús y María. Queda como modelo para los padres y madres, trabajadores y ciudadanos.

Los ortodoxos tienen una oración tratando de María como el regalo humano más perfecto al niño Jesús. Ciertamente lo cuida bien pero aún más al caso guarda en su corazón todo lo que pasa. Es el mejor regalo porque se hace su mejor discípulo meditando la palabra de Dios – eso es su propio hijo -- para anunciar su significado en un tiempo futuro. Quizás Jesús le tenga en cuenta cuando habla de la semilla que cae sobre la tierra fértil para producir fruto cien por una. 

Finalmente queda el niño Jesús recostado en un pesebre. Al estudiante de la Biblia su paradero indica el cumplimiento de la profecía de Isaías que por fin Israel reconoce a su rey como un asno reconoce la pesebre de su amo (Isaías 1:3). A nosotros el niño Jesús recostado en el comedero nos sugiere que en tiempo él va darse a nosotros como comida. Algunos artistas han pintado al niño irradiando luz como una lámpara sobrecargada. Es decir como un faro la palabra de Dios ya arde para guiarnos a la vida eterna. 

Viendo la serenidad del nacimiento de Jesús nos parece irónico que algunos no quieren una replica en plazas públicas. Pero hay batalla sobre la religión y el estado en muchas partes. No obstante, lo importante no es que algunos se maravillen del nacimiento en el tiempo navideño sino que lo guarden en el corazón. De allí emite la luz que resuelve conflictos entre tanto familias como naciones. De allí produce los esfuerzos que cuidan a los niños para que crezcan en hombres y mujeres justos. De allí se siembra la semilla que da el fruto de la vida eterna.

 

Domingo, diciembre 18 de 2011__________________________________

 

IV DOMINGO DE ADVIENTO
(II Samuel 7:1-5.8-12.16; Romanos 16:25-27; Lucas 1:26-38)
“Ser joven de nuevo”, muchos suspiran. Lo hacen con razón. Pues, los jóvenes están en la cima de sus poderes. Miguel Ángel esculpió “la Piedad” cuando tenía apenas veinticuatro años. Einstein escribió su tratado sobre la relatividad especial con sólo veintiséis años de vida. Y Mozart había compuesto muchos de sus mejores obras antes de tener 24 años. En el evangelio hoy leemos de otra joven que logra un hecho sumamente valioso a una edad tierna.
El ángel saluda a María, “Alégrate, llena de gracia”. Hoy en día estas palabras nos indican su Inmaculada Concepción. Sin embargo, a la joven le preocupan. A lo mejor le parecen peligrosas, un piropo no buscado que va a resultar en problemas. Nosotros tenemos la misma reacción cuando nos salta en el Internet publicidad sugiriendo el cumplimiento de deseos por cliquear el botón. 
Pero no es que todas las ofertas nos perjudiquen. Es posible que Dios sea el que nos llame a cambiar la vida por emprender un nuevo proyecto. ¿Qué nos quiere hacer? Cada uno tiene que responder por sí mismo. Puede ser precisamente dejar de ver para siempre la pornografía de Internet. O posiblemente quiera que dejemos el grupo de chismosas con quienes andamos. Puede ser comenzar un nuevo ministerio: servir caldo a los desamparados o testimoniar contra aborto delante de “Planned Parenthood”. 
A María le llama Dios a ser madre del Salvador. Su hijo sería ambos el Hijo del Altísimo y el hijo de David. En la primera capacidad redimiría al mundo del pecado. Y en la segunda cumpliría la antigua promesa de levantar al pueblo Israel de nuevo a la preeminencia. Aunque tiene la gracia, María se da cuenta de límites que le impediría a llevar a cabo tal gran proyecto. Es virgen. Es poblana. Es humilde. “¿Cómo podrá ser esto?” responde a Gabriel como si el ángel estuviera equivocado.
Sería imposible si no fuera por el Espíritu Santo. El ángel le indica que no tiene que buscar ni hombre, ni la corte real, ni oro. Tendría al Espíritu Santo que le proveerá todo. Sólo tiene que confiar en Él. El mismo Espíritu viene en nuestro apoyo. No permitiría que la soledad, la letargia, el miedo, o cualquier otro obstáculo prohíban el cumplir de nuestro objetivo. Sólo tenemos que pedirle el acompañamiento. Una vez un niño de siete años estaba muriendo después de ser atropellado por un carro. La madre se determinó a salvar su vida, pero los médicos ni siquiera le mirarían en los ojos. Ella asaltó al cielo con oraciones pidiendo a Dios el socorro. Y el niño se recuperó. 
Después de definir el proyecto, analizar las dificultades, y rezar para la ayuda, tenemos que poner las pilas y mover con la decisión. El éxito depende del empeño total. Si no podemos darnos cien por ciento, vamos a caer como si estuviéramos corriendo con piernas atadas. En el evangelio María no tarda más. Se muestra a sí misma como el discípulo modelo por actuar sin vacilar. Escucha la palabra de Dios, la contempla en el corazón, y la pone en práctica sin titubear. Una vez que dice a Gabriel, “…cúmplase en mí lo que me has dicho”, no mira para atrás. 
Una vez una mujer se enfrentaba a gran reto. Quería hacerse católica pero el hombre con quien convivía, el padre de su niña, no tendría nada que ver con el proyecto. Sabiendo que sería deshonesto mantener una relación ilícita como católica, la mujer dejó al hombre. Vivía con su hija sirviendo caldo a los desamparados por muchos años. Después de su muerte la Iglesia le declaró una Sierva de Dios, un paso a la canonización. Con el mismo empeño queremos llevar a cabo el proyecto a la cual Dios nos llama. Con empeño queremos llevar a cabo nuestro proyecto.

 

Domingo, diciembre 11 de 2011__________________________________

 

EL III DOMINGO DE ADVIENTO
(Isaías 61:1-2.10-11; Tesalonicenses 5:16-24; Juan 1:6-8.19-28)
“¿Y tú quién eres?” Es el título de una película española. Tiene que ver con la enfermedad Alzheimer. Dice un personaje, “Si no recuerdas, ¿quién eres?” Tenemos que recordar el pasado para conocer a quienes somos. Es cierto para nosotros como sociedad y como individuos. En el evangelio hoy escuchamos esta pregunta propuesta a Juan el Bautista.
“¿…quién eres tú?” preguntan los sacerdotes a Juan en el desierto. A lo mejor vienen de Jerusalén para averiguar qué signifique su bautismo. ¿Es la purificación hecha por el Mesías para identificar a los salvados? “No”, dice Juan, “No soy el Mesías….Yo soy (sólo) la voz que grita… ‘enderecen el camino del Señor’”. Eso es, Juan predica al arrepentimiento moral para preparar a la gente para la venida del otro.
¿“Quién eres tú?” preguntan los colonos de la isla de Española a un fraile dominico hace exactamente 500 años. La gente sabe que se llama el sacerdote Antonio Montesino, pero quieren saber: ¿Quién piensa que sea este pichón padre? Pues, la semana anterior fray Antonio enfurió a los españoles con un sermón condenándoles de abuso de los indígenas. Usando el mismo evangelio que leemos hoy, él se identificó como “la voz clamando en el desierto”; entonces lanzó su diatriba. Comparó el desierto con la esterilidad de las consciencias de los colonos, y dijo: "… todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios?” Ya, después de una semana, la gente llena la iglesia esperando una disculpa. Sin embargo, el fraile sólo reafirma todo lo que había dicho.
“¿Quién eres tú?” piensa Juan Diego al encontrar a la mujer majestosa en la colina de Tepeyac. La tierra se ha hecho en desierto. Apenas diez años anteriormente los españoles conquistaron el país dejando en ruinas una cultura ilustre. No sólo eso, también trajeron plagas de Europa matando a centenares de miles y violaron a las mujeres indígenas con la impunidad. Sin embargo, no pudieron convertir a los indígenas al Catolicismo en grandes números. La mujer toma la palabra como la misma voz en el desierto. Dice: “…yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del Verdadero Dios por quien se vive…Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para que en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa…” 
Como Juan Bautista y fray Antonio, la Virgen se identifica con otro: el “Verdadero Dios por quien se vive”. Quiere no sólo convertir a los indígenas sino también reconstruir un pueblo fuerte. Su estrategia es crear una gran sociedad por presentarle a su hijo, Jesucristo. Habla de un templo pero tiene en cuenta los dos significados de la palabra. El templo es el edificio en lo cual la gente encuentra a Cristo. Como construcción se hace de ladrillo y argamasa. Pero también el templo es la comunidad de fe. Así se forma de mujeres y hombres vivos, fuertes y honrados. El hecho de que la construcción se hará en Tepeyac, un lugar sagrado para los indígenas, indica el valor de su cultura. No es para destrozarse sino para evangelizarse de modo que se vean las virtudes del pueblo antiguo en la nueva comunidad.
“¿Quién eres tú?” nos preguntan a nosotros hoy en día. También nos encontramos en ambiente desértico. Ciertamente no queremos decir una tierra que se priva de agua sino un pueblo que falta la disciplina y la solidaridad. En los Estados Unidos más bebés nacen a latinas no casadas que a tal mujeres de cualquier otra raza. También preocupante los latinos encabezan al país en los jóvenes que no terminan la secundaria. “¿Quién eres tú?” entonces. Que respondamos con Juan, Antonio, y la Virgen María: “Soy una voz en el desierto: enderecen el camino del Señor.” Que no pongamos el corazón en el placer, el poder, y el prestigio. Más bien que enseñemos a nuestros hijos el valor del compartir, la compasión y el coraje para vivir como verdaderos discípulos del Señor Jesús.
Si para los mexicanos el rostro es la ventana del alma, entonces ven en la Virgen de Guadalupe un alma de pura compasión. Sus ojos no son altaneros sino reflejan la pobreza del indígena. Su tez no es blanca como la de los colonos sino morena indicando la solidaridad con la gente. Su pelo largo, negro, propiamente peinado muestra la fuerza de una joven lista para servir. Si vamos a construir una comunidad nueva, siempre podemos contare con ella para el apoyo. Siempre podemos contar con ella.

 

Domingo, diciembre 4 de 2011__________________________________

 

II DOMINGO DE ADVIENTO
(Isaías 4:1-5.9-11; 2 Pedro 3:8-14; Mark 8:1-8)
Fue una tarjeta de Navidad desequilibradora. Algunos la describirían como no apropiada. Sin embargo, el que la recibió estuvo agradecido. La tarjeta llevó la imagen de Jesús crucificado en la portada. El mensaje adentro fue el acostumbrado “Feliz Navidad”. Es como el remitente quería despertar al mirador a la raíz más profunda del gozo navideño. El evangelio hoy nos presenta una vista parecida.
Juan el Bautista se asoma en el evangelio como un salvaje. No lleva ropa de lana sino de pelo de camelo. No se nutre de pan sino de saltamontes. Como se ha dicho de un encuentro con Dios, Juan nos repulsa y fascina al mismo tiempo. Es como el gran humanitario Mahatma Gandhi. No llevó ni pantalones ni camisa sino tela tejida con su propia mano. Se dice, aunque algunos lo niegan, que Gandhi bebió su orina. Si o no es la verdad, estamos atraídos y repelados a él como Juan el Bautista.
La gente acude a Juan en el desierto con la expectativa. No les importa el aislamiento, mucho menos la escasez de agua. Vienen de lejos para ver algo maravilloso. Es el mismo lugar en que Dios produjo el maná que alimentó a una nación entera. Ahora nosotros también experimentamos la expectativa. Pues, es el Adviento con la Navidad apenas tres semanas en adelante. Ciertamente los niños esperan a Santa. Nosotros adultos también esperamos el aguinaldo, el descanso, y las fiestas al fin del año.
Sin embargo, nos está faltando lo más oportuno si limitamos las expectativas en este tiempo a cosas materiales. El Adviento nos exige esfuerzo para realizar algo que definitivamente cambie la vida. Queremos arrepentirnos para ver claramente el asombro que nos viene. No se habla de pecadillos aquí sino las acciones que traicionan el nombre cristiano. Puede ser la conservación de rencor entre hermanos. Una vez dos sacerdotes trabajando en el mismo hospital rehusaban a reconocer uno y otro. Se pasaban en el pasillo sin dar a uno y otro el saludo. Puede ser algo más oscuro aún. En el evangelio el grito de Juan mueve a la gente al reconocimiento de sus pecados. Se acude a él para obtener el lavamiento de fraudes, engaños, y envalentonamientos.
Tan útil como sea el bautismo de Juan, no tiene el poder de aquel que va a venir. Juan no sabe quién será; sólo sabe que él va a bautizar con el Espíritu Santo. Ese Espíritu proveerá la fortaleza para hacer lo bueno cuando se pone el camino cuesta arriba. Cualquier persona puede amar a una persona que le haga bien, pero sólo aquellos con el Espíritu de Dios hacen esfuerzos por aquellos que no los conozcan. El Espíritu de Dios le llena a una mayor de modo que ocupe el verano tejiendo gorras para los pobres en invierno. Diferentes de Juan, nosotros hemos identificado el que va a venir. Es Jesús cuya llegada a luz celebramos en veintiún días. Él nos cumplirá la promesa de un mundo renovado cuando regrese. Por eso, rehusamos volver este mes de expectativa en puro comprar, comer, y coquetear. Más bien, incluimos en nuestros quehaceres la penitencia – tanto el sacramento como la disciplina -- la oración, y la atención a los pobres.
En una famosa pintura de Jesús crucificado se asoma Juan el Bautista a su izquierda. Lleva el pelo de camello pero ya cubierto con la tela roja de un mártir. Con su dedo apunta a Jesús torcido en la cruz como si estuviera diciendo que ya lo conoce. Ya lo conoce como el que compartirá su Espíritu para que se arrepienta la gente. Ya lo conoce como el que dará la fortaleza a los pobres. Ya lo conoce como el que va a cumplir nuestras expectativas.

 

Domingo, noviembre 27 de 2011__________________________________

 

I DOMINGO DEL ADVIENTO
(Isaías 63:16-17.19.64:2-7; I Corintios 1:3-9; Marcos 13:33-37)
Todos los tres hombres eran José. El abuelo era José, el mayor. El hijo, que todavía vive, es José, el menor. Y el nieto, es simplemente José, el tercero. Sí, se confunde un poco en el principio. Pero una vez que se conozca la familia, se distinguen los tres como cachuchas de diferentes colores. Hay un caso semejante con el profeta Isaías. El libro del profeta Isaías se compone de profecías de tres hombres distintos. El primero es el gran profeta que predicaba en la antigua Jerusalén. Él exhortó al rey que no temiera a Asiria sino pusiera la fe en Dios. Como prueba le ofreció la señal de la joven dando a luz a un niño llamado “Emanuel”. Así Judá no se cayó en las manos de los asirios como el reino del norte. Sin embargo, cien años más tarde, Babilonia conquistó a Judá y deportaron al pueblo. Allá, en Babilonia, el Segundo Isaías articuló palabras de consuelo a los exiliados. Contó del Sirviente Doliente redimiendo a Israel de sus pecados. El Tercer Isaías vivió en Jerusalén dos cientos años después de su primer tocayo. A él encontramos en la primera lectura hoy. 
Tercer Isaías ve problemas en todos lados. La ciudad con el gran Templo de Salomón queda a escombros. La gente tiene pocos recursos pero más grave es la desconfianza entre los exiliados regresados y los descendientes de los habitantes que no se fueron llevados. Podemos imaginar las sospechas. Aquellos que no se habían ido piensan que los exiliados comían los frutos de los jardines de Babilonia. Entretanto los exiliados encuentran a personas de otras familias ocupando las casas de sus antepasados. 
Hoy la Iglesia está viviendo un tiempo difícil como los judíos en el tiempo de tercer Isaías. Con la economía en crisis, muchos católicos luchan para mantener techo, pan, y seguros. Más preocupante aún el relativismo ha agarrado el corazón de muchos. La mayoría no asiste en la misa dominical. Según una encuesta hecha este año 40 por ciento de los entrevistados dicen que ni siquiera es necesario creer que el pan se hace en el cuerpo de Cristo en la misa para ser un católico bueno. Y solamente 30 por ciento consideran la autoridad del Vaticano como muy importante. 
Una diferencia entre los católicos hoy y el pueblo de Jerusalén hace 2500 es el sentido de contrición por lo que está pasando. Los católicos actuales no sienten casi ninguna necesidad para el Sacramento de la Reconciliación. De hecho ni siquiera reconocen sus pecados. En otra encuesta hace seis años sólo 12 por ciento dijeron que van a la confesión más que una vez por año. En contraste, escuchamos a Tercer Isaías lamentando: “…nosotros pecábamos y te éramos siempre rebeldes”. El profeta sabe que sólo por admitir las fallas se puede volver al favor de Dios.
El pueblo judío ha soportado la humillación como los campesinos en medio de sequía. Sabe que no hay remedio excepto el Señor. El profeta le pide que se haga presente. “Ojalá”, dice, “rasgaras los cielos y bajaras”. Sólo por el sentido palpable de Su acompañamiento cooperarán todos los grupos. Si no viene, son condenados a riñas entre sí y al sometimiento a los poderes extranjeros. 
Nosotros católicos sentimos la misma ansiedad en este primer día de Adviento. Encendimos la corona como signo de la necesidad de socorro. Esperamos al Señor Jesús para llamarnos a una fe más viva. Con su voz susurrando en nuestro oído nos libraremos de la codicia nos ha engañado. Con sus ojos fijados en nuestro comportamiento reconoceremos al hermano en el pobre. Y con su brazo apoyando nuestro caminar no descarriaremos de nuevo. 
No es que durante la sequía no se vean las nubes. No, las nubes se vienen y se van, a veces llenando el cielo con la promesa de lluvia. Sin embargo, no se rinden nada. Entretanto la gente reza como Isaías: “Rasgaras los cielos” y bajaran las aguas. Es la postura para nosotros en estos primeros días de Adviento. Rezamos que el Señor Jesús venga de nuevo. Le pedimos que nos libre del relativismo y nos levante de sospechas. Que venga el Señor.

 

Domingo, noviembre 20 de 2011__________________________________

 

LA SOLEMNIDAD DEL NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
(Ezequiel 14:11-12.15-17; I Corintios 15:20-26.28; Mateo 25:31-46)
Tal vez el rey Juan Carlos es el hombre más conocido en el mundo hispánico. Su papel es representar a España al mundo como una bandera viviente. Tiene muchos títulos y, sin duda, un gran equipo de servidores. Sin embargo, vive en modo diferente de los reyes en tiempos bíblicos. Entonces los reyes tenían la doble responsabilidad de defender la nación contra enemigos externos y de conservar el orden interno. Particularmente se preocupaban o, más bien, se suponían que preocuparse por los pobres. El evangelio constata cómo Jesús cumple las tareas del rey antiguo.
En el evangelio Jesús cuenta de su regreso al mundo al fin de los tiempos. No viene de un crucero por el Caribe. Más bien ha rescatado al mundo de las garras del mal. En una victoria costosa, dio su vida para liberarnos del egoísmo que nos había tenido presos. Ahora por verlo colgado en la cruz nos damos cuenta de que vivimos no para ganar la plata ni para aumentar el placer sino para servir al Padre. Por creer en su resurrección realizamos la gracia para caminar en sus huellas.
Nosotros católicos sentiremos aliviados a encontrar a Jesús de nuevo. Pues, mostrará que nuestra fe no ha sido en vano. Pero no mandará a todos nosotros a entrar en su reino. Tampoco ocupará los criterios esperados para juzgarnos. No por haber rezado, mereceremos la vida eterna sino por haber dado a comer a los hambrientos, haber hospedado a los extranjeros, y haber visitado a los prisioneros. Entonces Jesús especificará su razonamiento con más claridad. En haber tenido cuidado de los necesitados, hemos atendido a él. Al mínimo, esto quiere decir que por ayudar a los pobres, nos hemos hecho los instrumentos con que Jesús cumple sus responsabilidades como rey.
Una pareja católica sirve el almuerzo a los desamparados en la misión evangélica cada viernes. Ciertamente estos dos están dando a comer a los hambrientos. Otra pareja cuidan en su casa veinticuatro/siete a varios menos capacitados por poco dinero pero con mucho cariño. ¿Quién dudará que ellos estén hospedando a los extranjeros? Un grupo de Cursillistas visitan la prisión estatal cada ocho días compartiendo la Palabra de Dios con los encarcelados. Estos son sólo tres de un mil millón de modos para ser los instrumentos del Señor. 
Quedamos con la inquietud: “¿Por qué rezamos y recibimos los sacramentos si vamos a ser juzgados por actos de caridad?” La respuesta debería ser obvia, pero siempre la ignoramos. La oración y los sacramentos sirven como recursos para recordarnos de la misericordia de Jesús y para pedirle la gracia a imitarla. A menudo escuchamos una pregunta como: “¿Es posible ser bueno sin Dios?” La verdad es que no vivimos muy rectos con Dios, y sin Dios nos caeríamos como si estuviéramos tratando de correr con los pies atados. Los franceses en el siglo dieciocho y los alemanes y los rusos en el siglo pasado han dado bastante testimonio de la profundidad a la cual se hunde la sociedad sin una firme creencia en Dios. 
Un autor religioso escribe sobre su vida con menos capacitados. Le toca bañar, vestir, y dar de comer a un joven epiléptico nombrado Adán. Dice que Adán le ha enseñado “la paz que el mundo no puede dar”. Adán le demuestra que lo más importante no es lo que logremos en la vida sino lo que somos. Le manifiesta que somos imágenes de Dios no por la mente que resuelve problemas sino por el corazón que, vaciado del orgullo, ama al otro. Finalmente, el joven le llama atención al don de la comunidad porque como todos, pero de modo mucho más obvio Adán no puede vivir sin la ayuda de los demás. Para este autor ayudar al necesitado ha sido ayudar a Jesús. Es igual para todos nosotros, ¿no? Cuando ayudamos al necesitado, ayudamos a Jesús.

 

Domingo, noviembre 13 de 2011__________________________________

 

EL XXXIII DOMINGO ORDINARIO
(Proverbios 31:10-13.19-20.30-31; Tesalonicenses 5:1-6; Mateo 25:14-30)
Cuando se dice “el Día del Señor”, ¿en qué pensamos? A lo mejor, las palabras nos recuerdan del día domingo. Pensamos en levantarse tarde, en comer carnitas, y en ver el fútbol. Pero no es que todas tengan un concepto tan tranquilo para “el Día del Señor”. En la Biblia paradójicamente “el Día del Señor” provoca miedo. Pues es el día en que Dios va a mostrar su poder. 
Particularmente los profetas hablan del “Día del Señor” como la vindicación de Dios por todos los caprichos que los hombres han tramado. Es el tiempo del castigo al pueblo Israel por su infidelidad a la Alianza. Así el profeta Amós dice que en el día del Señor los ricos huirán del león sólo para encontrar el oso por haber defraudado a los pobres. También otras naciones van a ser juzgado en el Día del Señor. El profeta Joel dice que Egipto va a quedar en ruinas por su mal tratamiento del pueblo Judá. 
En el Nuevo Testamento Jesús advierte del día de la venida del Hijo del Hombre con las mismas imágenes espantosas que usan los profetas. Dice que será precedido por guerras y terremotos. Cuando venga, será tan repentino como el diluvio que lleva al condenado a la ruina antes de que asegure sus pertenencias. Pero no todos van a ser perdidos. Según el Señor, quedarán los justos para ser rescatados. Pablo retoma el tema en la Carta de que hemos leído ahora. Amonesta a los tesalonicenses que no sean sorprendidos por la venida del Señor. Más bien, tienen que ponerse en espera a recibirlo por vivir rectos como columnas.
Pablo tiene en cuenta que la venida del Señor tendrá lugar pronto. Sin embargo, ha sido casi miles de años desde que vivió, y todavía el Señor no ha llegado definitivamente. Nos deja con el interrogante: ¿va a venir Jesús en verdad o es la predicción de su retorno sólo una manera de motivarnos a ayudar al prójimo y no robarlo? 
Cada Adviento renovamos nuestra creencia en el retorno del Señor. Nos damos cuenta de que es mejor que no venga en nuestra época porque muchos se han emprendido en caminos de orgullo, codicia, y rencor. Sin embargo, en un sentido Jesús nos regresa diariamente en los sacramentos. Está aquí en esta misa para fortalecer nuestra flaqueza. Nos convence que cuando venga en gloria al final de los tiempos, va a atraer a todos a sí mismo para que se arrepientan muchos.
Ahora tenemos que resistir a los profetas antipáticos que predicen el fin del mundo pronto. Un comentarista de radio dijo que el Señor vendría en mayo del año actual. Otros declaran que el mundo tendrá fin en diciembre del año 2012 cuando el calendario maya supuestamente termina. Aunque es posible que algunos se recapaciten sus modos erróneos por estas tonteras, en fin no sirven bien. Cuando se percibe que no se presenta el Señor en el día indicado, la misma genta va a sentir desengañada. Entretanto aquellos que tienen desdeño para la religión van a reírse de ella aún más. Siempre tenemos que recordar lo que dice Jesús en el evangelio: “Por lo que se refiere a ese Día y cuando vendrá, nadie lo sabe…solamente el Padre.”
En la costa de California existe una de las maravillas de la creación. Las sequoias se levantan al cielo como columnas. No es que se vengan y se vayan pronto. No, se quedan allí por cientos de años como si se pusieran en espera de la venida de alguna persona. Así nosotros vivimos rectos preparándonos para la venida del Señor. La gente no nos mira con codicia ni rencor. Más bien por vernos se da cuenta que ahora es tiempo para arrepentirse de sus caprichos. Ahora es tiempo para retornar al Señor.

 

Domingo, noviembre 6 de 2011__________________________________

 

XXXII DOMINGO ORDINARIO
(Sabiduría 6:12-16; I Tesalonicenses 4:13-18; Mateo 25:1-13)
“Siempre hay suficiente” -- nos dijeron nuestras madres. Si vinieron los prójimos en la hora de comida, eramos a poner más agua en el caldo. Así todo el mundo habría sido satisfecho. Entonces nos preguntamos: “¿Por qué las jóvenes en la parábola de Jesús no comparten el aceite con una y otra?” Obviamente hay más en la parábola que una sencilla enseñanza sobre la caridad.
En este pasaje evangélico Jesús ocupa la parábola como una alegoría. Eso es, tiene en cuenta que los objetos del cuento se refieren uno por uno a diferentes cosas en la realidad. Entonces para Jesús las diez vírgenes representan a los cristianos en el tiempo después su resurrección; el encuentro del esposo es su venida al fin de los tiempos; y las lámparas simbolizan la capacidad para hacer buenas obras. El aceite que llevan las cinco jóvenes previsoras es el símbolo principal de la parábola. Significa el hacer de buenas obras que marcan la vida de discípulos verdaderos. 
En el Sermón del Monte que comienza su ministerio, Jesús habló con sus discípulos sobre la necesidad de obrar bien por poner en práctica sus palabras. Dijo: “…que brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre…en los cielos”. Entonces, al final del gran Sermón dio la historia del hombre imprudente que perdió su casa por no construirla sobre roca firme, que quiere decir su palabra. Este hombre no cumple el mandato del Señor a hacer buenas obras. Ahora, al cabo de su ministerio regular, Jesús cuenta la parábola de las cinco vírgenes previsoras y las cinco descuidadas para subrayar lo que había dicho. La gente que ha hecho buenas obras encontrará al Señor cuando venga de nuevo mientras los descuidados que no han seguido la instrucción de Jesús van a ser decepcionados. 
Hacemos obras buenas cuando ayudamos al otro sin pensar en los beneficios materiales para nosotros. Cuando nos paramos para conversar con una persona solitaria, hacemos una obra buena. El grupo que visita a la prisión cada quince días actúa una obra buena. También aquellos que recuerdan a los pobres con una donación significante a Caridades Católicas están poniendo en práctica las palabras de Jesús. Hay un hombre que cada vez que oye de una necesidad, responde con la ayuda pero siempre de manera anónima. Parece que este hombre brilla con luz.
Aunque muchas veces envuelven pan o plata, las buenas obras en su raíz son realidades espirituales. Por eso, se puede aprovechárselos eternamente, pero no se puede compartirlas con el otro. No, cada mujer u hombre tiene que ganarlas por sí mismo. Podemos rezar que el Señor le dé al otro la gracia para hacer el esfuerzo, pero nuestra oración también es buena obra espiritual que se agrega a nuestro bien. En lugar de salarios grandes, carros lujosos, y cada aparato electrónico que salga al mercado somos más ricos por agregar las cosas espirituales que no pueden ni perderse ni deteriorar.
“Esta lucita mía, voy a dejarla brillar” – cantaban los jóvenes americanos hace cincuenta años – “Esta lucita mía, voy a dejarla brillar”. “Lucita” es término alegórico. Se refiere a la disposición, común en los años sesenta, para mejorar el mundo. Los jóvenes tanto como las jóvenes tienen lucitas. También las esposas y los esposos tienen lucitas. Ciertamente nosotros cristianos tenemos lucitas para hacer buenas obras que dan gloria a Dios Padre. Nuestras buenas obras dan gloria a Dios.

 

Domingo, octubre 30 de 2011__________________________________

 

EL XXXI DOMINGO ORDINARIO
(Malaquías 1:4-2:2.8-10; I Tesalonicenses 2:7-9.13; Mateo 23:1-12)
Los protestantes a menudo preguntan porque los católicos llaman a sus sacerdotes “padre”. Dijeran: “¿No saben que Jesús prohíba que se llame ningún hombre por este título en el evangelio según Mateo?” Es una pregunta válida, y la Iglesia no debe descartarla como ingenua. Como respuesta podemos apuntar que Jesús también dice que ninguno de sus discípulos puede ser llamado “maestro” o “guía”; pues sólo él es quien instruye y dirige la comunidad de fe. Sin embargo, como llamamos a nuestro progenitor “padre” y nuestros catequistas “maestros”, no nos parece desobediente honrar a los párrocos y confesores con la distinción “padre”.
El verdadero problema está arraigado en nuestra inclinación a considerar a Dios como muchos padres mundanos. Eso es, vemos a Dios como un hombre confuso que no entiende a sus hijos. Este tipo de padre se retira de la vida particular de sus hijos para evitar verse no competente. Sin embargo, más tarde o más temprano se hace molesto con los caprichos de sus hijos y reacciona con la furia. El personaje de Homero Simpson personifica al padre mundano que da matiz a nuestro pensamiento de Dios.
En el evangelio hoy Jesús reta tanto a sus discípulos como a todos padres de la tierra a imitar a su Padre celestial. Pero primero ha tenido que desarrollar el concepto de Dios como padre. Los judíos en su tiempo aceptan a Dios como padre pero más en la forma de patriarca nacional que guía íntimo. En la primera lectura el profeta Malaquías refiere a Dios como Padre de todos, pero el mismo Dios declara: “Yo soy el rey soberano…mi nombre es temible…” Entonces Jesús viene revelando lo que podemos llamar “el lado tierno de Dios Padre”. Lo hace con imágenes concretas: Dios está tan cerca de nosotros que tiene todos los cabellos de nuestras cabezas contados (Mateo 10:30). También, Dios nos cuida a nosotros tanto como un pastor que deja el rebaño para buscar a la oveja descarriada (Mateo 18:12-14). Sin embargo, no podemos comprender bien el amor de Dios Padre sin tomar en cuenta la figura de Jesús. Él es Dios encarnado que se mete como hermano entre nosotros para compartir nuestras lágrimas y últimamente para dar su vida para que tengamos la felicidad completa.
Es patente que la paternidad está en crisis en nuestro tiempo. Muchos hombres se ignoran de Dios como modelo para la cabeza de la familia. Por una gran parte estos hombres no viven con sus familias. Sea por divorcio o sea por nunca casarse, pasan poco tiempo con sus hijos. En lugar de transmitir los valores de la fe, la fidelidad, y el sacrificio, tienen que concentrarse en penetrar las defensas del niño por haber abandonarlo. Otros hombres – inclusos a varios padres cristianos – han sido demasiado indulgentes con sus hijos faltando a implantar en ellos las virtudes de la obediencia y la fortaleza. No tienen la firmeza de voluntad para ser coherentes en su disciplina. Cuando dicen a sus hijos que no van a recibir un nuevo juego de computadora porque no se han aplicado en sus tareas, quieren decir “más tarde”.
Con muchas mujeres trabajando fuera de la casa, los hombres sienten obligados a ayudar con el trabado del hogar. ¿Es necesario? Ciertamente sería injusto si la esposa trabajadora tuviera que hacer un segundo torno en la casa. Pero muchas mujeres cristianas no resienten cuando sus maridos no hagan tantas tareas en la casa como ellas. Solamente esperan que los hombres les agraden por sus esfuerzos y que cumplan sus responsabilidades como líderes de la familia. Eso es, que los padres enseñen, protejan, disciplinen, y en varios otros modos preparen a sus niños para el mundo afuera.
Hay un padre que viene a misa con toda la familia cada viernes. Los tres hijos son jóvenes – tal vez doce, nueve y cuatro años – pero no se hacen molestos por nada. Al tiempo de la santa Comunión el hijo mayor precede a su padre recibir la hostia. Como su padre el niño ahínca antes de acercarse al sacerdote. Como su padre recibe la hostia en la boca. Y como su padre regresa a su banca para meditar en el misterio que le abarca. Es patente que el hombre es el guía íntimo de su familia. Es patente que este hombre merece el título “padre”.

 

Domingo, octubre 23 de 2011__________________________________

 

EL XXX DOMINGO ORDINARIO

(Éxodo 22:20-26; I Tesalonicenses 1:5-10; Mateo 22:34-40)

Fue pura ficción. No obstante, llamó la atención de la gente. Una vez una emisora de radio inició un concurso de combates virtuales para responder a la pregunta: ¿Quién fue el mejor boxeador de todos tiempos? Los directores pusieron en la computadora los datos de los pugilistas más cumplidos con una ecuación para indicar lo cual ganaría. Participaron los nombres de Muhammad Alí, José Louis, Rocky Marciano y varios otros. Bueno, en el evangelio hoy se le pone a Jesús una pregunta semejante.

Un fariseo y doctor de la ley se acerca a Jesús. No viene para consultar al Señor, mucho menos para aprender de él sino para tropezarlo. El fariseo representa el lado oscuro del hombre contemporáneo que no quiere aceptar la autoridad de la Iglesia. No es que le falte la fe. Sí, cree en Dios pero en su propio modo. Simplemente no acepta la verdad que Dios ha establecido la Iglesia para divulgar Su revelación.

Por una gran parte el moderno rechaza las leyes y las reglas declaradas por la Iglesia. Pregunta: “¿Por qué es necesario confesarse al sacerdote?” o, “¿dónde dice la Biblia que es pecado usar los anticonceptivos?” De la misma manera la pregunta del doctor de la ley es para minar la autoridad de Jesús. Le interroga: “¿…cuál es el mandamiento más grande de la ley?” Es ello el primer mandamiento escrito en Génesis: “Sean fecundos y multiplíquense”. O, tal vez, el primero de los diez mandamientos: “Yo soy el Señor, tu Dios…no tendrás otros dioses fuera de mí”. O quizás sea uno más práctico como “No mates” o “No robes”. No importa lo que conteste Jesús, este fariseo tratará de contradecirlo. 

Evidentemente Jesús ha reflexionado mucho en esta misma cuestión porque no demora nada en responder. Propone un mandamiento inesperado pero indicativo de toda su enseñanza. Dice: “Amarás al Señor…con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”. Eso es, que todo que se haga, se piense, y se diga vayan a complacer a Dios. Podemos ver en esta respuesta el motivo para cumplir todas reglas de la Iglesia. Aunque algunos mandamientos no nos hagan mucho sentido – por ejemplo, la obligación de asistir en la misa cuando una fiesta de precepto cae en un día de trabajo – los cumplimos por el amor de Dios. Sí, es posible que los obispos, elegidos por el Espíritu Santo para gobernar la Iglesia, exijan demasiado. Sin embargo, no los obedecemos porque sean sabios sino por el amor de Dios.

Cumplir los mandamientos de la Iglesia es apenas la tarea más retadora. Nos cuesta más cumplir el segundo mandamiento de Jesús: “Amarás a tu prójimo a ti mismo”. Eso es, tenemos que desear el bien tanto por nuestros jefes como por nuestros hijos. Tenemos que rezar tanto por los criminales como por parientes enfermos. Tenemos que buscar la justicia tanto por los inmigrantes como por nuestros paisanos. Porque Jesús llama este segundo mandamiento “semejante” al primero, sólo por cumplirlo podemos amar a Dios.

El doctor de la ley queda callado. No ha tropezado a Jesús. Al contrario, Jesús ha mostrado el verdadero dominio de la ley. De igual manera cuando cumplimos los mandamientos de la Iglesia y, particularmente, el mandamiento de amar al prójimo por amor de Dios, vivimos en la libertad perfecta. No somos súbditos a nada en la tierra – ni el capricho de otras personas, ni la tiranía de leyes, ni el lado oscuro de nosotros mismos. Más bien, demostramos nuestra esencia como hijas e hijos de un Dios que nos ama con más ternura que una madre y más fuerza que un padre.

Jesús no es boxeador; sin embargo, acaba de luchar un concurso de combates. Primero mejoró a los sacerdotes en el evangelio hace dos domingos, entonces a los fariseos y partidarios de Herodes el domingo pasado, y finalmente al doctor de la ley ahora. Con estas victorias se ha probado que no es súbdito a nada en la tierra. Más bien, nos ha mostrado la libertad del hijo de Dios.

 

Domingo, octubre 9 de 2011__________________________________

 

EL XXIX DOMINGO ORDINARIO


(Isaías 45:4-6; Tesalonicenses 1:1-5; Mateo 22:15-21)

El ratón es un animal listo. La gran proporción de su cabeza en relación con su cuerpo le dota una mayor capacidad cerebral. No como la rata, es difícil atrapar el ratón. Puede mantener a hombres pensando por días como cazarlo. El evangelio hoy cuenta de un grupo de hombres poniendo una trampa. Sin embargo, en este caso no buscan una molestia casera. No, quieren tropezar a Jesús.

Jesús ha llamado la atención del pueblo judío primero en Galilea y ya en Jerusalén. Habla con la autoridad, y sus sanaciones muestran que su autoridad viene de Dios. Para mantener su influencia propia sobre la gente, los fariseos planean cómo descreditarlo. Le propondrán una pregunta que no se puede contestar sin crear enemigos: “¿Es lícito o no pagar el tributo al César?” Si Jesús responde que “sí”, van a decepcionar a la mayoría de los judíos que odian el impuesto. Pero si dice que “no”, tendrán que enfrentar a los romanos por minar su poderío. En las elecciones el año próximo vamos a escuchar una pregunta tan controversial como la de los fariseos. 

No sólo en los Estados Unidos sino también en México y, sin duda, en otros países se les preguntará a los candidatos su posición sobre el derecho de la mujer al aborto. Si el candidato dice que no existe, algunos van a clasificarlo como contra mujeres. Sin embargo, cada vez más los científicos muestran que tan pronto como la esperma masculina se une con el huevo femenino se produce un ser humano. No es un bulto de materia sino el principio de una persona individua. Por eso, quitar su vida en el proceso de desarrollarse equivale moralmente al homicidio. Ni se puede justificar el derecho al aborto por asegurar que se hace para salvar la vida de la mujer embarazada o para ahorrar el dolor de una mujer violada. Raras veces se encuentran estas realidades lamentables. Por la gran mayor parte se hace el aborto porque la vida del niño es una inconveniencia. No le importa tanto como otras consideraciones como la carrera o el ahorro de vergüenza. 

Anteriormente en el evangelio Jesús enseñó a sus discípulos que tenían que ser “precavidos como la serpiente pero sencillos como una paloma”. Ya muestra cómo poner en práctica esas palabras. Pide una moneda que se usa para pagar el tributo. Por tener una a mano los fariseos señalan su buena disposición a apoyar el imperio romano. Entonces Jesús les pregunta cuya imagen está marcada en ella. Es un contra-trampa de la cual los fariseos no se dan cuenta. “De César” responden enseguida. Como cualquier americano puede decir cuyo retrato se imprime en el dólar, los fariseos identifican a su líder – no Dios sino el emperador.

Entonces Jesús hace su punto final. “Den, pues, al César lo que es del César—dice -- y a Dios lo que es de Dios”. Pero ¿qué es de César? Y ¿qué es de Dios? Jesús no elabora estos temas y los sabios los han debatido a través de los siglos. Ciertamente se difieren la lealtad debida a Dios y la debida al estado. No debemos la vida al estado aunque a veces se puede llamar a la persona a arriesgar su vida por el bien común. Debemos nuestras vidas a Dios. Por esta razón es pecado quitar su propia vida tanto como tomar la vida de otra persona. También debemos a Dios el seguimiento de la consciencia en la cual se distingue lo bueno de lo malo. Para ser ciudadanos fieles tenemos que pagar impuestos, ayudar a los vecinos en necesidad, y votar según la consciencia. Esto no quiere decir que votemos por un candidato político solamente porque está en contra al aborto. Pero sí significa que ponemos el planteamiento sobre del aborto como una prioridad en evaluar a los candidatos. 

46 y 23,000 – ¿Qué significan estos números? ¿El número telefónico para el Vaticano? ¿La cantidad de las serpientes y las palomas en el parque central? No, representan el número de los cromosomas de cada persona humana y el número aproximado de los genes llevados por los cromosomas. Existen del momento que la esperma masculina encuentra el huevo femenino. Hacen la vida de todo humano como una prioridad sobre cualquiera conveniencia. Hacen la vida humana como una prioridad.

 

Domingo, octubre 9 de 2011__________________________________

 

EL XXVIII DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 25:6-10; Filipenses 4:12-14.19-20; Mateo 22:1-14)

¿A dónde va el tiempo? Acabamos de tener un cambio de estaciones. ¿A dónde fue el verano? Anticipamos un nuevo ciclo de fiestas: el Día de los Muertos, el Día de Acción de Gracias, el Día de la Virgen, la Navidad y el Año Nuevo, el Miércoles de Ceniza y la Pascua. ¿A dónde han ido estas fiestas del pasado? Las lecturas de la misa hoy nos provee una respuesta a nuestros interrogantes.

El gran pensador san Agustín escribió: “Si no me preguntan, sé lo que es el tiempo. Pero si me preguntan, no lo sé.” Como la realidad, el concepto del tiempo es ilusivo. Parece como una dimensión de la existencia material como lo largo, lo ancho, y lo alto. Sin embargo, distinto de las extensiones del espacio parece que el tiempo no permite que se adelante y se retroceda. No obstante, en algunos sentidos el tiempo deja sus huellas. Los geólogos ven lo que ha pasado por las etapas de materias en las formaciones de roca. Asimismo, un abogado asegura que las experiencias del pasado marcan la cara de modo que se pueda conocer la persona por estudiar su faz. Según él, rayas en la mandíbula significan que la persona ha sufrido y una frente alta indica la inteligencia. 

Por supuesto cada humano tiene la memoria para recuperar el pasado. Aunque no permite que cambiemos los sucesos, al menos nos facilita un mejor entendimiento de lo que ha tenido lugar. Más al caso, el alma nos lleva tanto al pasado como el futuro. Pues, es el alma que escoge hacer lo bueno o lo malo. Por eso, algunos parecen acongojados porque soportan el peso de pecados pasados. Entretanto otros esperan el futuro con calma porque siempre han tratado de complacer al Señor. 

La primera lectura y también el evangelio manifiestan los resultados de la elección del alma. Describen el banquete de Dios al final de los tiempos. En la mesa se sientan todos los que han optado por Dios. Se ve la confluencia de los tiempos con los antiguos conversando con los modernos. Podemos imaginar conversaciones entre tales personajes como Einstein y Aristóteles o Mahatma Gandhi y San Pablo. No son espíritus porque la resurrección de los muertos habrá tenido lugar. Además, necesitarán sus cuerpos para disfrutarse de los “vinos exquisitos y manjares sustanciosos” de que escribe Isaías. 

El banquete no es exactamente un premio de ser bueno; más bien refleja la bondad de Dios hacia Su familia. Por esta razón, nos sorprendemos cuando se echa afuera un convidado por no llevar traje de fiesta. Pero el vestido no es de lujo de modo que los pobres no puedan comprarlo. Realmente es algo que se pueda proveer en la puerta como en las iglesias de Roma se da a las turistas un rebozo para cubrir sus brazos. El traje de fiesta representa una vida de obras buenas que se esperan de los hijos de Dios. No llevarlo es como haber desgastado la vida. Es decir – como Jesús advierte que no se haga – “Señor, Señor” sin poner en práctica sus palabras. 

Al final de un cine todos los personajes se encuentran en iglesia recibiendo la Santa Comunión. Están allí tanto los que murieron en el drama como los vivos, tanto los que estaban en la pantalla sólo dos minutos como los principales, tanto los que tienen frentes altas como Einstein como los que lleva la calma. “¿A dónde va el tiempo?” Según este cine se va llevando a todos para dar culto al Señor. El tiempo lleva a todos al culto al Señor.

 

Domingo, octubre 2 de 2011__________________________________

 

XXVII DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 5:1-7; Filipenses 4:6-9; Mateo 21:33-43)

La vieja quería desahogarse. Como otros, se exasperaba de las injusticias del tiempo actual. Ella reclamó que las tormentas recientes en su ciudad causando mucha inundación no fueron por casualidad. Más bien, según ella, “Dios está tratando de decirnos algo pero nadie le hace caso”. En otras palabras, ella creyó que Dios estaba castigando al pueblo por su mala conducta. Sí, es posible que Dios, como el propietario en la parábola de Jesús, estuviera penalizando a la gente por sus pecados. Sin embargo, tenemos que cuidarnos cuando interpretamos el mal tiempo como la voluntad de Dios. Si no, la próxima vez que pase un tiempo agradable tendríamos que concluir que Dios se ha cambiado la opinión. 

Ciertamente existe un montón de acciones humanas que perturban a Dios. Los narcotraficantes asesinan a los inocentes en sus propios países mientras esclavizan a los jóvenes en otros. Los muchachos luchan contra sus padres. La solidaridad entre los ricos y los pobres sigue deteriorando. Pero más que estas barbaridades, a lo mejor se harta Dios de la manera en que la gente abusa el sexo. Dios les dotó el sexo a los seres humanos para poblar la tierra y por otras razones trascendentes. Pero los hombres lo han pervertido en su búsqueda interminable para el placer.

El sexo sirve como el mecanismo para despertar a la persona de su ensimismamiento. Sin el apetito sexual muchos jóvenes serían cerrados en sí mismos sin deseo de relacionarse con sus pares. La pornografía quiere retroceder el proceso. Usada para estimular el placer, la pornografía reemplaza los esfuerzos de conocer a la otra persona con la fantasía de poseerla gratis. En el pasado la grafiti y las revistas fueron los medios más comunes de este azote. Ya los videos, el Internet, y el teléfono celular por mucho dominan la industria. 

No es que la pornografía se acaben con imagines cursando la mente rápidamente. Más bien, como un tornado, dejan víctimas en todos lados. Daña a las personas involucradas en la producción de la materia, particularmente mujeres y muchachas. Más al caso, la pornografía perjudica a los que la miran – mayormente hombres pero también mujeres. Se ha asociado la pornografía con varias patologías incluyendo enfermedades psicológicas, problemas en el matrimonio, y la tendencia a violar mujeres. 

El acto sexual se hace para el matrimonio; eso es, la unión de un hombre con una mujer hasta que muera uno u otra. El papa Juan Pablo II nos ha ayudado entender esta relación particular. Dijo que Dios, como una comunión de personas, creó a los hombres en su imagen para amar y formar sus propias comuniones personales. Se logra la comunión más íntimamente en el matrimonio. 

Por la naturaleza del acto matrimonial el hombre se compromete todo su ser a la mujer y viceversa. La intimidad y la entrega del acto hecho con el compromiso son tan completas que los dos sienten que valen la vida del otro. La unión da la posibilidad de prole que profundiza aún más el amor. Por todo esto se puede discernir porque el sexo fuera del matrimonio es una mentira, un engaño, últimamente un pecado mortal. Sea entre una persona casada y otra, entre dos personas no casadas, o entre dos personas del mismo sexo, la relación fuera del matrimonio no puede conllevar ni la entrega completa, ni el gran valor, ni la profundización del amor. Sólo trae el placer que desaparece tan pronto como agua pasando por el drenaje.

Cuando se casan una pareja, el novio mira en los ojos de la novia y viceversa. Entonces él dice a ella, y ella a él, que se compromete a sí mismo “en lo próspero y en lo adverso”. Eso es, se quedarán unidos sean tiempos de tormentas o tiempos agradables. Con esfuerzos tan grandes como los de un tornado ellos van a luchar por la comunión. Van a luchar por la comunión.

 

Domingo, septiembre 25 de 2011__________________________________

 

XXVI DOMINGO ORDINARIO

(Ezequiel 18:25-28; Filipenses 2:1-11; Mateo 21:28-32)

Se dice que la religión más grande en los Estados Unidos es el Catolicismo. Y la segunda religión más grande es la de los ex-católicos. No es cierto todo esto. Pero manifiesta una verdad. Muchas personas están dejando la Iglesia Católica. Según una encuesta, de los adultos en los Estados Unidos 31.4 por ciento dicen que fueron criados como católicos mientras sólo 23.9 por ciento se identifican como católicos ahora. Como el primer hijo en la parábola del evangelio hoy, esta gente inicialmente dice que “sí” pero no cumple su compromiso.

Personas saliendo de la Iglesia no es nada nuevo. El evangelio según san Juan cuenta de “muchos de los que habían seguido a Jesús lo dejaron…” (Juan 6:66). En la Apocalipsis el vidente Juan reprocha a la Iglesia de Éfeso: “No tienes el mismo amor que al principio”. En México aproximadamente 85 por ciento de la población dicen que son católicos, pero existe evidencia que una porción significante de estos asiste a los servicios de otras comunidades de fe.

¿Por qué la gente deja la fe católica? Jesús provee algunas razones donde habla de la semilla cayendo en diferentes lugares. Como la semilla en el camino que las aves comen, algunas personas se hacen presas del diablo por el sexo o el dinero. Otras, como si fueran plantas ahogadas por espinos, son tan entregadas a los deportes, al trabajo, o a sus hobby que cesan a acudir a la iglesia. Para entender los motivos más corrientes la revista jesuita América hizo “entrevistas de salida” con la gente que se han dejado el Catolicismo. Los resultados no sorprendieron. Una mujer dijo que se decepcionó cuando algunos obispos no permitieron a los políticos católicos recibir la santa Comunión porque no estaban por una ley que prohibiría el aborto. Otra mujer se quejó de su párroco que abolió el consejo parroquial. Un hombre contó de un monseñor que negó la experiencia del abuso que el hombre mismo vivió.

La gran mayoría de nosotros ha sentido desilusionados con la Iglesia por estas razones y otras. Tal vez hayamos pensado en dejarla. Sin embargo, como el segundo hijo en la parábola, decidimos que vamos a seguir lo que percibimos como la voluntad de Dios Padre. ¿Por qué nos quedamos? Sí, tenemos miedo de ser condenados si no vamos a misa. Pero, como los demás, a lo mejor pudiéramos convencernos que Dios nos aceptaría si vivimos honradamente. De todos modos se puede discernir al menos tres otras razones para quedarse católicos. En primer lugar la fe católica define quienes somos. Es la tradición de nuestras familias y el ambiente de muchos de nuestros amigos. Dejar ser católicos sería como cambiar nuestros apellidos y mudarnos a la Antártica. En segundo lugar, nos impresionan la permanencia de la Iglesia y la integridad de su doctrina. Ha sobrevivido por dos milenios soportando persecuciones externos y escándalos internos. Asimismo, la doctrina de la Iglesia es tan coherente que enseña a los sencillos mientras se defiende contra los cínicos. Sobre todo seguimos como católicos porque nos damos cuenta que Dios ha dotado a la Iglesia con todo lo necesario para hacernos santos. Particularmente en la Eucaristía, donde compartimos en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, nos damos cuenta como el Señor nos fortalece para vencer el pecado.

Una vez un periodista preguntó a la Madre Teresa de Calcuta si era santa. La Madre Teresa lo miró en los ojos y le dijo: “Es mi tarea ser santa. También es la tuya. ¿Por qué piensas Dios nos ha puesto en la tierra?” Es la tarea de cada uno de nosotros. Tanto los políticos como los obispos, tanto los mexicanos como los americanos, tanto los cínicos como los monseñores están en la tierra para hacerse santos. Y la Iglesia existe para ayudarnos en esta tarea. La Iglesia existe para ayudarnos ser santos.

 

Domingo, septiembre 18 de 2011__________________________________

 

XXV DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 55:6-9; Filipenses 1:20-24.27; Mateo 20:1-16)


Babe Ruth era el mejor beisbolista de su época. Dicen que él cambió el deporte con sus jonrones gigantes. Por supuesto Ruth ganó mucha plata por sus hazañas. Un día un periodista le preguntó qué pensó de su salario de $80,000 como más que lo del Presidente. Ruth respondió, “Tuve un mejor año que él”. 

Ruth no es el único que cree que el valor del hombre depende sólo de su actuación. A mucha gente le fascinan personas con salarios exorbitantes. Quedan maravillados con ejecutivos ganando millones de dólares cada año. Envían a los cirujanos que cobran miles por una cirugía. Asimismo desprecian a aquellos cuyos salarios son una pequeña parte de lo que ganan los ricos. Sean campesinos o sean maestros de escuela les consideran como perezosos e ignorantes. En el evangelio Jesús corrige esta perspectiva que aprecia a la persona principalmente por valor económico.

La parábola de Jesús cuenta de un propietario que paga a todos sus trabajadores la misma cantidad. Tantos aquellos que laboraron sólo una hora en su viña como aquellos que se esforzaron por doce reciben el mismo denario. Cuando los pobres que soportaron el calor del día vienen a quejarse, el patrón les despide severamente. Dice que han recibido el salario en que estaban de acuerdo. Jesús no cuenta – a lo mejor porque es bien entendido – que el propietario paga a todos un denario porque es el mínimo para mantener al trabajador y su familia por un día. 

Desde que el propietario de viña representa a Dios Padre, Jesús está tratando la justicia divina. Enseña que ella supera todos intentos humanos para proveer por el pueblo. Dios conoce los problemas de mente y las disposiciones del corazón de cada uno de sus criaturas. Responde a él o a ella con el mixto de penas y premios para atraerle al camino de la vida eterna. Para uno será un buen sueldo. Para otro será una gran familia. Para aún otro serán manos hábiles.

La justicia humana se aproxima la justicia divina cuando se da cuenta de la dignidad de la persona. Cada ser humano es imagen de Dios que merece el apoyo para crecer en persona responsable. El principio bajo la queja de los trabajadores – que se les pague según el esfuerzo expendido – sirve como un paso primero de la justicia. Pero no se debe terminar aquí. En la cuestión de pagos la justicia tiene que considerar también la capacidad del trabajador, sus necesidades personales, y el efecto de sus labores. Por esta razón los gobiernos han implementado mecanismos como el salario mínimo, ajustes en la tasa de impuesto, y – en necesidades extremas – la asistencia social.

Para perseguir la justicia tenemos que vigilar sobre la codicia. Sí, a veces parece que no somos adecuadamente recompensados por nuestro trabajo. Pero en lugar de siempre exigir más, primero deberíamos agradecer a Dios por lo que poseemos. Entonces, podemos revisar las cuentas para ver si realmente nos hace falta más. También, si vamos a ser justos, fomentaremos un afecto para todos – ricos y pobres. Desgraciadamente en la parábola los trabajadores de la madrugada no imaginan a sus colaboradores de la tarde como sus hijos que al menos por un día han tenido buena suerte. 

Algunos definen al ser humano como (en latín) homo económico, eso es el hombre que vive para expandir su valor económico. No parece justa esta definición. Según Jesús el ser humano es homo delectus, eso es el hombre querido por Dios. Por el amor de Dios somos creados en su imagen. Por el amor de Dios somos miembros de su gran familia. Por el amor de Dios perseguimos la justicia.

 

Domingo, septiembre 11 de 2011__________________________________

 

EL XXIV DOMINGO ORDINARIO

(Eclesiástico 27:33-28.9; Romanos `14:7-9; Mateo 18:21-35)

Es cinco y media de la tarde. Sientes estresado, frustrado, airado. Pues has estado estancado en el tránsito por casi quince minutos. Entonces la radio anuncia su selección del día para “la cura de cólera de camino”. De repente te alivias. Vas a escuchar música que vuelve la furia en la paz. Asimismo en la primera lectura hoy el sabio Sirácide amonesta remedios para el rencor.

Sirácide vivió unos dos cientos años antes de Cristo. En su tiempo muchos judíos estaban adoptando las costumbres de los griegos que tomaron poder de Israel. Sirácide quería enseñar al pueblo la superioridad del judaísmo a la filosofía helenista. Aunque los griegos tenían el estoicismo enfatizando el control sobre las emociones, los judíos brindan un motivo mejor. El judío dominará el rencor para recibir la salvación de Dios.

Pero ¿siempre es malo el enojo? Se confiesa el enojo como pecado tanto que vale la pena tratar el tema. El enojo es una emoción. Es cómo se responde a la injusticia que se siente. Como tal, ¡no es pecado! Pero cuando se permite que el enojo desborde en la cólera, la ira, o el rencor que haría la injusticia en torno, se hace pecaminoso. De hecho, porque la ira puede desempeñarse pronto en golpes no autorizados o aun en el asesinato, se considera uno de los pecados capitales. 

Como todo pecado, el rencor hace daño al sujeto tanto como a los demás. Y no sólo le amenace la relación con Dios. También perjudica al enojón en modos perceptibles. Se ha vinculado el rencor con dolores de cabeza, el desorden del sueño, la alta presión de sangre, y otras patologías. A veces la persona rencorosa se pone tan agresiva que hace daño a sí mismo. Se ha reportado que hombres y mujeres se han lesionado a sí mismos reaccionando violentamente a una máquina expendedora. 

Ahora conmemoramos la muerte de casi tres mil norteamericanos inocentes hace diez años por las manos de diecinueve terroristas musulmanes. Ciertamente Osama ben Laden y sus tenientes merecieron una respuesta firme por sus papeles en el ultraje. Pero ¿fueron necesarias la invasión de Irak y la negación de los derechos de muchos musulmanes por un tiempo extendido? Es posible que el gobierno estadounidense haya reaccionado con el rencor por los ataques del 11 de septiembre causando dificultades a sus propios ciudadanos.

En el evangelio Jesús nos exhorta a perdonar a aquellos que nos ofenden. Desgraciadamente en el caso de once de septiembre no queda nadie a perdonar. La organización terrorista de Osama ben Laden nunca se ha arrepentido del crimen pero sigue sembrando maldades. Sólo nos toca a rezar con el perdón como un aire en nuestros corazones deseando a brotar en una brisa refrescante. En primer lugar rezamos por todas las víctimas – por los muertos de once de septiembre de 2001 sí y también por los militares que dieron sus vidas en las represalias justas, y por los no combatientes que murieron en Irak y Afganistán. Entonces, oramos por los terroristas que pidan perdón por sus crímenes. Finalmente rezamos por nosotros mismos que en la búsqueda de la justicia no caigamos en la ira.

“No hay paz sin la justicia”, dijeron los profetas de antigüedad. Es cierto, pero el papa Juan Pablo II mejoró este dicho significativamente. Conociendo la naturaleza humana, el papa añadió: “No hay justicia sin el perdón”. Sin el perdón estamos estancados en el rencor como si fuera el tránsito de las cinco y media de la tarde. Sin el perdón el enojo se puede desbordar en la furia causando homicidios. Sin el perdón no se recibe la salvación de Dios.

 

Domingo, septiembre 4 de 2011__________________________________

 

XXIII DOMINGO ORDINARIO 

(Ezequiel 33:7-9; Romanos 13:8-10; Mateo 18:15-20) 

Alejandro es hombre imaginario. Pero hay muchas personas reales como él. Acaba de llegar al África para trabajar con la Organización de las Naciones Unidas. Está contento porque siempre ha querido viajar a países lejanos. Recibirá un buen sueldo, vivirá en la capital con sus muchas diversiones, y tendrá un carro con chofer y una casa con varios sirvientes domésticos. Su tarea será supervisar la implementación del Internet en las escuelas públicas. Estará en el país apenas un año y después de su partida se desharán la educación por el Internet como tallos de maíz se marchitan durante una sequía. 

Dicen los veteranos en la ayuda externa que muy pocos trabajadores con agencias gubernamentales logran cambios sostenibles. Según estos expertos aquellos que hacen una carrera de ayuda externa desgastan tiempo asistiendo en reuniones hablando con otros oficiales, no con el pueblo. Sin embargo, estas mismas autoridades creen que sí se puede mejorar la situación de los países más subdesarrollados. Apuntan a los aventureros que son dispuestos a vivir entre la gente como los agentes verdaderos de desarrollo. 

Susana es una enfermera estadunidense ayudando a los pobres en Kenia, el África oriental. Ella y su esposo, un médico, sienten que están allí porque es el plan de Dios. Ella está contenta porque, en sus propias palabras, “Estoy poniendo en práctica todo lo que aprendí”. Es como la Hermana Marjori, una religiosa colombiana que fue a Guyana Ecuatorial en el occidente del África. Trabajaba feliz por casi diez años también como enfermera. Curaba las enfermedades de la gente y les enseñaba la salud básica hasta que murió en un accidente hace tres años. 

Un periodista escribe que tres cualidades marcan las personas que están mejorando la vida en los países más pobres. Primero, son hombres y mujeres de coraje. Eso es, tienen la valentía para irse a los lugares más remotos con un mínimo de recursos. Segundo, muestran respeto para la gente que encuentra. Les escuchan atentamente y aprenden de su sabiduría. Tercero, poseen la fortaleza, la capacidad de seguir sirviendo aunque si no reciben ni una palabra de agradecimiento. El periodista refiere al caso de otro médico en Kenia que salvó la vida de un ladrón. El ladrón robó la computadora de un asociado del médico que lo persiguió junto con la policía. Cuando la policía disparó al ladrón, el doctor detuvo la hemorragia con sus manos cubiertas sólo por una bolsa de plástico. Después de descubrir que el ladrón tenía el virus HIV, el médico se preocupó que fuera afectado. Afortunadamente no lo era, pero se decepcionó cuando el ladrón no le mostró ninguna huella de gratitud. 

Se pueden nombrar estas tres cualidades y, sin duda, algunas otras para describir a las personas cambiando la suerte de la gente más pobre. Pero una virtud transciende y resume las demás. Es el enfoque de san Pablo en la segunda lectura hoy. Son hombres y mujeres del amor. Aman a sus prójimos y ven al prójimo en las gentes más lejanas. Dice Pablo que el amor cumple la ley. Anteriormente escribió que la ley nos conduce a Cristo. Es decir, donde hay amor, se encuentra a Cristo. Podemos añadir, donde se encuentra a Cristo, allí tenemos nuestra salvación. 

Dicen que el amor nos hace en personas. Sin el amor, seríamos sólo individuos buscando la satisfacción de nuestros deseos naturales. El amor nos hace salir de nuestro ensimismamiento para reconocer y respetar al otro. Obviamente todos humanos tienen un poquito de amor. La tarea de la vida es expandir nuestra porción por actos de abnegación y compasión en imitación de Cristo. Es lo que vemos en los misioneros de extranjero. Pero podemos notar la misma virtud en el ministro juvenil de la parroquia que anda pidiendo ayuda por una muchacha pobre que quiere seguir estudiando. Cada uno de nosotros podemos fomentar el amor por tener la paciencia para con los ancianos y la comprensión para con aquellos que nos ofenden. De esta manera crecemos como personas humanas. De esta manera nos probamos dignos de Cristo. 

 

Domindo, agosto 28 de 2011__________________________________

 

XXII DOMINGO ORDINARIO 

(Jeremías 20:7-9; Romanos 12:1-2; Mateo 16:21-27) 

Fue un momento triste. El presidente anterior Ronald Reagan hizo un anuncio al pueblo americano. Dijo: "Me dicen que tengo la enfermedad Alzheimer". Todo el mundo estuvo asombrado. Tuvo que acostumbrarse a la realidad que su mandatorio por ocho años no iba a estar allí para consultarse. Peor aún, por enterarse de lo que había pasado a un ciudadano preeminente, cada ciudadano tuvo que enfrentar la posibilidad de sufrir la misma pérdida de mente. En el evangelio hoy encontramos a Jesús y sus discípulos tomando papeles semejantes a este presidente y el pueblo. 

Jesús sabe que el puesto del Mesías no es para someter a los demás a su voluntad sino para servir a todos. Él no es un político buscando halagos de la gente. Más bien, viene para proclamar el reino de Dios aunque le costará el rechazo. Primero las autoridades lo condenarán; entonces las multitudes le darán la espalda. 

Desgraciadamente, los discípulos no están preparados a recibir un mensaje tan retador. Ven a Jesús como el Mesías montado en caballo con espada en mano para derrotar a sus adversarios. Pedro toma la palabra de parte de todos. "No, Señor," dice en efecto, "estás equivocado". Los discípulos están reaccionando como la mayoría de personas que tienen enfermedades terminales. Dicen los psicólogos trabajando con tales enfermos que al enterarse de su condición casi siempre la niegan. Casi siempre piensan que la diagnosis sea equivocada. 

No es pecado consultar a otro médico. Ni es incorrecto rogar al cielo para socorro. Pero más tarde o más temprano cada persona tiene que aceptar el hecho que va a morir. Entonces se hace nuestro papel, como los familiares y compañeros del enfermo, a apoyarlo en sus últimas jornadas. Puede significar que cambiemos nuestra rutina para cuidarlo. Una religiosa arregla su ministerio para estar todos los días con su madre afligida con la demencia. No quiere mudar a la mayor de su apartamento a un asilo aunque sabe que dentro de poco será necesario. Por lo pronto desea hacerle tan cómoda como posible sin arriesgar su seguridad. 

Pero la mayoría de nosotros resistimos asumir tal responsabilidad. Aun si estamos dispuestos a visitar a los enfermos en el hospital, no queremos mantenerlos dependientes de nosotros. Para un hijo o un esposo esta carga significa lo que Jesús refiere en el evangelio como “tomar la cruz y seguirlo”. Como la cruz era un instrumento de la muerte en el tiempo de Jesús, vemos el sacrificio que exige el cuidado de un enfermo como una suerte demasiado dura para soportar. 

Sin embargo, sólo por el sacrificio podemos merecer la vida eterna. Para los protestantes esta aseveración sería herética pero no para nosotros católicos. Nosotros creemos que por su cruz y resurrección Jesús gana la gracia que nos recrea como hijos e hijas de Dios. Esta gracia hace posible nos sacrifiquemos por los demás. Además, sólo con tal gracia podemos evitar la alternativa trágica mencionada en el evangelio. Eso es, sólo por la gracia podemos rechazar el ganar de los placeres del mundo en cambio por la vida eterna. 

Una familia mantiene la pared de la entrada de su casa llena con cruces. Son grandes y pequeñas, con el cuerpo de Jesús y sin el cuerpo, enjoyadas y sencillas. Es como si fuera una cruz para cada persona en la cuadra. La pared de cruces dice en efecto lo que Jesús anuncia en el evangelio hoy. Eso es, cada uno de nosotros tiene que soportar su propia cruz para ganar la vida eterna. Cada uno tiene que soportar su cruz. 

 

Domindo, agosto 21 de 2011__________________________________

 

 

XXI DOMINGO ORDINARIO 

(Isaías 22:19-23; Romanos 11:33-26; Mateo 16:13-20) 

Sócrates vivió en Atenas cuatrocientos años antes de Cristo. Como Jesús Sócrates no nos dejó ningún escrito existente. Sin embargo, otra vez como Jesús, fue el maestro más célebre de su época. Se aprovechaba de un método de pedagogía que ahora lleva su nombre. El “método socrático” persigue el conocimiento por hacer varias preguntas del objeto eliminando lo que no sigue bien hasta que llegue a la verdad. En el evangelio hoy encontramos a Jesús haciendo una pregunta que nos conduce a la verdad de verdades. 

Jesús pregunta a sus discípulos: “¿Quién dicen que soy yo?” No es un joven inseguro de su parentesco. Ni quiere probar a sus seguidores del entendimiento para su mensaje. No, su propósito es para enseñarles ambas su identidad y su misión. Es como el entrenador que enfatiza los básicos por llegar a la práctica con balón en mano preguntando, “¿Qué es esto?” 

Hoy en día nosotros seguimos preguntando: ¿quién es Jesús? Además de decir que fue un maestro judío, que vivió en Galilea hace dos mil años, y que fue crucificado por los romanos, podemos delinear varias maneras para describir su impacto a la humanidad. Aquí vamos a nombrar tres que corresponden a tendencias significantes en nuestros tiempos. Primero, del punto de vista personalista Jesús es uno de los hombres más coherentes de la historia. Predicaba el amor al prójimo y murió defendiendo la causa. Nunca traicionó sus valores. Segundo, de la perspectiva egoísta Jesús es uno de los más ilusos que se puede imaginar. No sólo murió en la pobreza y de edad tierna sino inspiró a miles de millones de personas a vivir sujetando sus impulsos más creativos a una fantasía comunal. Tercero, de la mirada humanista-religiosa Jesús es el Dios-hombre que anunció el reino de los cielos a la gente como motivo para arrepentirse de sus pecados. Se entregó a sí mismo a la muerte para liberar al mundo del pecado. 

En el evangelio Jesús cambia el nombre a Simón para indicar su papel en el proyecto salvífico. En adelante Simón será “Pedro” porque como una piedra él tendrá que mantener a la comunidad estable en la verdad y el amor. Asimismo cómo nosotros identificamos a Jesús determinará el modo en que vamos a vivir. Se puede ponernos un nombre que indica nuestro planteamiento. Si optamos para los personalistas, nos llamaríamos “Ernesto”. Seguiríamos nuestra propia luz interior aun rechazando la moral del evangelio si no nos da la gana. Tampoco reconoceríamos la necesidad de la gracia que los sacramentos imparten para llegar a la felicidad. Seríamos “Ricardo” si nos ponemos con los egoístas. Desearíamos ser ricos y como un cardo picaríamos para poner más plata en el bolsillo. Aunque podríamos regalar carros Mercedes-Benz a compañeros, no alzaríamos el dedo para ayudar a los demás. Ni por los huérfanos nos preocuparíamos. Finalmente si ponemos nuestro destino con los humanistas religiosos, nosotros podríamos llamarnos “Amado” porque reconoceríamos el montón del amor que Dios tiene para nosotros. No seríamos perfectos pero nos esforzaríamos a complacer al Señor cada momento. No nos avergonzaríamos a arrodillarnos a rezar a Él por todos incluyendo nosotros mismos. 

Como los Amados conoceríamos la paz en tierra porque nos daríamos cuenta de que Dios también es todopoderoso. Mejor aún, como en el evangelio el Señor le da a Pedro las llaves del Reino, nos concedería a nosotros la clave a la gloria en la muerte. Tal vez no consigamos propiedad de una empresa multimillonaria como los Ricardos. Ni, como los Ernestos, recibamos la llave a los corazones de otras personas. Sin duda estos tesoros nos traerían alguna satisfacción como tener boletos al partido campeonato. Pero al final de cuentas palidecería en comparación a Cristo como asientos detrás del gol a los de media cancha. 

Hemos visto tarros de café llevando la explicación del nombre de una persona. Por ejemplo, diría uno, “Carmelo: de Carmel, un monte de Israel asociado con la virgen María; suave y fuerte”. Podemos inventar un tal dicho para los Amados. “Amado: querido, no perfecto pero sabe los básicos, destinado al cielo”. Amado es cada uno de nosotros que seguimos a Jesús. Amado es cada uno de nosotros. 


 

Domindo, agosto 14 de 2011__________________________________

 

XX DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 56:6-7; Romanos 11:13-15.29-32; Mateo 15:21-28)

Como todos, el papa Benedicto busca alivio durante el verano. Deja el calor de Roma para Castel Gandolfo, un refugio en los cerros. Allí se libera de la rutina vaticana. Sin duda reza y lee, pero no recibe a tantos visitantes oficiales. Pues es tiempo de descansar y refrescarse. En el evangelio hoy encontramos a Jesús haciendo algo semejante.

A lo mejor Jesús se retira a la comarca de Tiro y Sidón para un respiro. Ha estado proclamando el Reino del amor de Dios a los judíos en Galilea. Todo el tiempo afronta la amenaza de los fariseos que resienten su despreocupación para toda costumbre antigua. Ya quiere tomar un “sábado” extendido – unos días sin la exigencia para darse a los demás. No es una ilusión egoísta, sino el contrario. Va a respirar un poco para dedicarse con mayor eficaz a Dios y al prójimo.

De repente oye un sonido familiar. Una cananea le implora socorro. Aunque no es judía, se llena su apelación tanto con la fe como con el patetismo. “Señor, hijo de David,” grita la mujer reconociendo que Jesús es una persona con relaciones firmes con Dios, “Mi hija está terriblemente atormentada”. Es la angustia de un padre que vino a la misa diaria mientras su hijo moría de cáncer. Es la desesperación de cada uno de nosotros cuando necesitamos algo fuera nuestro alcance.

Esperamos que no nos cierre la puerta. Si el dirigido es un oficial del gobierno, queremos que nos conceda un minuto para explicar nuestro apuro. “No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos”, dice Jesús. Quiere conservar su energía para la gente a la cual su Padre Dios le ha enviado. Por la misma razón no es prudente dar plata a cualquier persona que se nos pide. Sin embargo, Jesús no dice, “No, vete de aquí” sino le permite a demostrar la profundidad de su fe. 

La mujer responde tanto con humor como con humildad. “Es cierto”, dice, entonces agrega algo semejante, “no seamos los hijos elegidos del Padre sino Sus perritos que creó por amor”. Nos recordamos de los comerciales con animales en la televisión que llaman mucha atención. 

Jesús recapacita su posición. Cambia su programa para aliviar la ansiedad de esta pobre con gran fe. Es como el caso del cura en Francia durante la primera guerra mundial. Una vez algunos soldados americanos llegaron a su casa para pedir permiso a enterrar a un compañero muerto en el cementerio parroquial. “Lo siento,” dijo el sacerdote con toda sinceridad, “este cementerio es sólo para los católicos”. Entonces excavaron una fosa para el fallecido fuera del muro de piedra que rodeaba el cementerio. El día siguiente regresaron a despedirse de su compañero por la última vez pero no podían colocar la fosa. Fueron a la casa cural un poco perturbados para preguntar qué pasó con la fosa que hicieron el día anterior. El sacerdote les confesó que no podían dormir en la noche por no permitir el entierro dentro del muro y reconstruyó el muro para incluir la fosa.

Nos ayudan mucho los programas prudentes. Deberíamos programar unas horas de ejercicio cada semana y un tiempo diario para rezar y leer. Pero también tenemos que ser flexibles con nuestros programas para acomodar el proyecto del Reino del amor. Faltar el ejercicio para acompañar a un compañero al hospital no daña el cuerpo tanto como beneficiar el alma. Es lo que el Señor Jesús hace por la mujer cananea en el evangelio hoy. Más notablemente aún, es lo que hizo por todos nosotros en la cruz. 
(Fuente: Preachers' Exchange)




 

Domindo, agosto 7 de 2011__________________________________

 

XIX DOMINGO ORDINARIO

(I Reyes 19:9.11-13; Romanos 9:1-5; Mateo 14:22-33)

Hace siete años un crucero turístico estaba flotando en el medio del Mediterráneo. De repente una tormenta dejó el barco sin poder. Todos quedaban a la merced del mar que no conoce la misericordia. Los pasajeros literalmente rebotaron de pared a pared. Tenían el mismo horror de los discípulos en el evangelio de hoy.

La barca sin Jesús siendo sacudida por las olas es el modo evangélico de expresar la Iglesia en crisis. En el primer siglo la Iglesia primitiva sufrió la persecución religiosa. En el tiempo de Santo Domingo la herejía albigense amenazó al catolicismo en el sur de Francia. Los albigenses creían que hay dos dioses en guerra uno contra el otro -- el dios bueno que creó todas cosas espirituales y el dios malo que hizo el mundo material. Según sus líderes, los albigenses tenían que rechazar al dios de la creación material por abstenerse de todo lo que tiene que ver con la carne, incluyendo las relaciones matrimoniales. Por supuesto, era un reto grande de modo que sólo los llamados “perfectos” pudieran practicar toda la disciplina. Los demás esperaban hasta que estuvieran para morir antes de entrar a la orden de los perfectos. 

Ahora la Iglesia sigue luchando. El papa Benedicto ha señalado el relativismo como la amenaza principal en el mundo actual. El relativismo reconoce que tú tienes verdades para ti como yo tengo verdades para mí. Pero rechaza que existan verdades universales para todos. El relativismo permitirá leyes hechas por la mayoría, pero niega que haya una ley universal que gobierna a todos. Según el relativismo, si la mayoría dice que dos hombres pueden casarse, está bien; no importa la estructura del matrimonio como una unión para la prolongación de la sociedad. El relativismo se cuela dentro de la Iglesia cuando los católicos piensan que sean libres para aceptar o rechazar la doctrina de la Iglesia como les dé la gana. Bajo la sombra del relativismo el católico dice que si yo no pienso que sea pecado faltar la misa dominical, está bien, o si una pareja quiere usar los anticonceptivos, es asunto de ellos y la Iglesia no debería condenarlo.

En el evangelio Jesús viene caminando sobre el mar para rescatar a sus discípulos. Nunca está lejos de la Iglesia que siempre va a ayudar. Similarmente Jesús fue la fuente de los esfuerzos de Santo Domingo a resolver el desafío albigense en el siglo trece. Domingo reconoció que no podían existir dioses separados del espíritu y de la materia si el Hijo de Dios llegó al mundo en la carne. No, Domingo dio cuenta de que todo es creado como bueno por un solo Dios aunque a veces los humanos corrompen el valor de los bienes creados.

Asimismo, Jesús salva la Iglesia contemporánea del relativismo. En primer lugar, él cumple la ley universal encontrada en la naturaleza y refinada en los Diez Mandamientos. Entonces él nos suple la gracia para llevar a cabo esa ley. Finalmente, Cristo ha designado a sus apóstoles y sus sucesores (los obispos) como sus vicarios cuyo papel es juzgar las novedades de cada época. Por la enseñanza firme de los obispos nosotros católicos sabemos que no hay “matrimonio gay”. Sin embargo, los mismos obispos aseveran que los homosexuales merecen el respeto de todos.

Como Jesús pide a Pedro que camine sobre el agua, quiere que todos nosotros salgamos de nuestras zonas de comodidad. “No teman”, nos dice a nosotros tanto como a sus discípulos. El papa Juan Pablo II siempre repetía estas palabras añadiendo que no estaremos desanimados cuando hacemos sacrificios por Cristo. En su tiempo Santo Domingo no instruyó a sus frailes que caminaran sobre el agua sino que anduvieran descalzados. Quería que mostraran a los albigenses que los humanos a veces sacrifiquen los bienes materiales no porque son malos sino para obtener un mayor bien. Por eso, un padre sacrificará el sueño para llevar a su hija al entrenamiento de natación a las cinco de la mañana. Asimismo, los miembros de la Sociedad de san Vicente de Paulo dejan su tiempo para servir a los pobres.

La próxima vez que tiene la oportunidad, vea una imagen de santo Domingo. A lo mejor notará una estrella sobre su cabeza. La estrella significa la luz de la verdad. Esta luz asegura a Domingo y a nosotros sacudidos por el relativismo que existen verdades universales. También la estrella representa a Cristo, la luz del mundo. Cristo mueve a Domingo y a nosotros a hacer sacrificios por el bien de Dios y el prójimo. Sí, Jesús nos mueve a sacrificarnos por Dios y por el prójimo. (Fuente: Preachers' Exchange)


 

Domingo, julio 31 de 2011__________________________________

 

XVIII DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 55:1-3; Romanos 8:35.37-39; Mateo 14:13-21)

Un salmo cuenta de los hijos de Israel exiliados en Babilonia. Allí recuerdan Jerusalén donde caminaban líberamente. Dice la canción: “Si me olvido de ti, Jerusalén, que me paralice la mano derecha”. Ésta es la situación a la cual Dios se dirige en la primera lectura hoy del profeta Isaias.

En el siglo sexto antes de Cristo Babilonia conquistó Jerusalén y deportó a muchos de sus habitantes. A lo mejor en las primeras décadas de la cautividad los exiliados aguantaron la escasez extrema. Al menos en la lectura hoy la gente anda con sed y hambre. Sufren como los desempleados en nuestra sociedad. Ahora nueve por ciento de los trabajadores acá no pueden encontrar empleo. La cifra es aún más grande entre los hispanos y los negros. En el principio les falta el dinero de pagar la hipoteca. En tiempo su capacidad para proveer el pan para la mesa será desafiada. Sienten desilusionados y deprimidos. Una desempleada dice que no la preocupación consume su vida. 

Estas personas son inclinadas a buscar salida de sus problemas en los placeres mundanos. Un consejo a los desempleados advierte del peligro de “curaciones líquidos” – eso es, el alcohol y las drogas. Por la misma razón el profeta pregunta a los deprimidos de Babilonia: “¿Por qué gastar el dinero en lo que no es pan y el salario, en lo que no alimenta?” Como el gusano en el anzuelo, los estupefacientes no les traerán la satisfacción sino la muerte.

En lugar de vicios Dios propone Su palabra como la esperanza. Los pobres de Israel tienen que poner la atención a Él que está para actuar en su favor. El profeta habla de dos remedios. Primero, Ciro, el rey de Persia, va a liberarlos del dominio babilónico. Aunque no cree en Dios, Ciro será Su instrumento para restaurar Jerusalén. Segundo, los exiliados van a experimentar la promesa que Dios hizo a David. Eso es, tendrán un reino perpetuo. Pero no será un linaje de reyes: el hijo sucediendo a su padre al trono. No, el reino permanente se compondrá de una raza de reyes, cada uno con su propia autonomía bajo la autoridad de Dios mismo. 

Se realiza la segunda parte de la profecía con Jesús, el rey eterno. En el evangelio lo vemos dándole al pueblo de comer para que tengan nueva fuerza. Esta comida sirve como un anticipo del banquete que presentará a sus discípulos la noche anterior de su muerte. Por compartir su cuerpo y su sangre en ese banquete, Jesús los establecerá como hermanos y coherederos del Reino de Su Padre. 

Lo necesario es que se muevan. El Señor les exhorta: “Vengan…” Tienen que abrasarlo como la roca de salvación. En el tiempo del exilio abrasar al Señor significa seguir los mandamientos. En la nueva era es prepararse para la santa Eucaristía. Participando en el banquete del Señor por la misa, los desempleados pueden aprovecharse de su tiempo libre. Como aconsejaba el papa Juan Pablo II, ya no tienen miedo de prestar la mano a su prójimo que necesita ayuda. Tampoco tienen renuencia a aprender nuevas habilidades que pueden resultar en nuevo empleo.

Dice el Señor: “Todos ustedes, los que tienen sed, vengan por agua”. Jesús le da eco: “Vengan a mí los que van cansados – pronuncia él en este mismo evangelio según san Mateo – y yo los aliviaré”. Él sabe que todos nosotros estamos en necesidad de una manera u otra. Si no estamos desempleados, a lo mejor estamos sobrecargados. Si no estamos desilusionados, estamos al menos desafiados. Como la mano derecha no hay remedio tan cumplido como él. No hay remedio como él.


 

Domingo, julio 24 de 2011__________________________________

 

XVII DOMINGO ORDINARIO

(I Reyes 3:5-13; Romanos 8:28-30; Mateo 13:44-52)

El hombre quiere describe el calor de julio en Kansas. Dice: “Toma tu secadora de mano. Viértela a caliente. Y viértela a alta. Ahora voltéala para que sople en tu cara. Así es el calor de julio en Kansas”. Casi podemos sentir el aire acalorado, ¿no? En la misma manera Jesús ocupa las parábolas para que sintamos la maravilla del Reino de Dios.

Dice el Señor que el Reino de Dios es como “un tesoro escondido en un campo”. ¿Quién esconderá un tesoro en un campo?, queremos preguntar. Ahora en el tiempo de cerraduras y bancos, nadie lo hará. Pero en el tiempo antiguo cuando los ladrones podían dejar la casa limpia de cualquier objeto de valor, los dueños solían enterrar sus tesoros en un rinconcito marcado del campo. Una mejor pregunta para nosotros es: ¿Qué es nuestro tesoro? 

A lo mejor cada uno define su tesoro en una manera individua. Pero podemos abstraer algunos constantes para los diferentes grupos de edad. Los jóvenes buscan como su tesoro a un compañero de vida que es bondadoso, honrado y, sobre todo, guapo. A los adultos les importa la estabilidad. Quieren ingresos que proveen las necesidades de la casa y una casa donde la familia vive tranquila. Los mayores se preocupan por la salud. Desean evitar el dolor en cuanto posible. Y cuando venga su tiempo para dejar la vida, rezan que la muerte sea tan rápida como posible.

En la antigüedad antes de Cristo se consideraba la sabiduría como el tesoro más precioso. Valía la pena vender todo lo que se tenía para hacerse sabio. Con la sabiduría el joven aprende que la belleza no es la cualidad más importante para buscar en el otro sino la capacidad de amar: eso es, la voluntad de poner el bien del cónyuge primero. La sabiduría enseña al adulto para conservar tanto espiritual como materialmente. El sabio ahorra un poco cada pago y restringe sus males humores para crear la harmonía en la casa. El viejo se aprovecha de la sabiduría por vigilar su consumo de calorías y grasas y por tomar ejercicio regularmente.

Jesús viene reemplazando la sabiduría con el Reino de Dios. No es que los dos difieran mucho; pero el Reino ofrece un matiz más contundente. El Reino de Dios mueve al joven buscar primero en un novio o una novia el amor para Dios: que él o ella no haría nada ofensiva al Señor. Le conduce al adulto a confiar en Dios como el cimiento de su casa por guardar sus mandamientos, venga lo que venga. Al mayor el Reino exige una entrega completa: que acepte cada día como un regalo de Dios y el sufrimiento como modo de aportar la salvación del mundo.

Nosotros cristianos reconocemos a Jesús mismo como el cumplimiento del Reino de Dios. Cuando abrazamos a él como nuestro salvador, se nos acoge en el Reino de su Padre. Podemos proponer una parábola para explicar esto. La vida es como un viaje en avión. Algunos de nosotros están en vía a la playa y otros a negocio. Todos nosotros nos hemos acomodado en asientos de ventana para escondernos, en cuanto posible, de los demás gentes. Entonces interrumpe nuestra concentración un hombre preguntando si podría sentarse en el asiento a nuestro par. Es de media altura y peso; tiene una barbita sobre una cara fuerte con ojos que brillan como diamantes; se viste de un traje nítido pero no lujoso. Después del intercambio de algunas cortesías, entramos en una conversación con el compañero. Es increíblemente atento. Se da cuenta de cada inquietud nuestra y nos muestra la comprensión. Nos asegura que todo saldrá bien si o no encontramos la pareja de nuestros sueños. Nos ofrece su número celular si jamás sentimos sobrecargado con preocupaciones. Nos aconseja a no lamentar la vejez sino aprovechárselo como tiempo de respiro. De repente, saca de su mochila un bolillo de pan y una botella de vino y se nos ofrece. Explica que aunque parece poco, nos fortalecerá muchísimo. Tomando los alimentos, nos sentimos renovados. Decidimos que no importa el propósito de nuestro viaje hasta ahora. Cuando aterrizamos, vamos a cambiar nuestro programa para seguir a nuestro compañero. Pero antes de esto vamos a decirles a las otras personas en el avión cómo este hombre nos ha ayudado.

Otra parábola: Jesús es como piedra. Cuando somos jóvenes, él es el diamante más precioso a darse a nuestra novia. Como adultos él es el cimiento del amor sobre que construimos nuestra casa. Y cuando nos ponemos viejos, él es la Roca para siempre que abrazamos cuando sopla el aire de la muerte. Jesús es la Roca para siempre.


 

Domingo, julio 17 de 2011__________________________________

 

EL XVI DOMINGO ORDINARIO

(Sabiduría 12:13.16-19; Romanos 8:26-27; Mateo 13:24-30)

Busca el Libro de la Sabiduría en la Biblia. Si tu Biblia es de un hotel, a lo mejor no vas a encontrarlo. Pues, el Libro de la Sabiduría es una de las siete escrituras que no se encuentran en la “Biblia Protestante”. Sin embargo, se refiere mucho al Libro de la Sabiduría en la vida católica. De hecho, es la octava escritura del Antiguo Testamento más leída en la misa dominical. Se toma la primera lectura hoy del Libro de la Sabiduría.

No se llama el libro “de la Sabiduría” porque fue escrito por Salomón, el rey sabio de Israel. Aunque a veces se extiende el título a “La Sabiduría de Salomón”, fue escrito en otro tiempo, en otro lugar, y en otro idioma que conoció el famoso rey. No, se llama el libro así porque trata de la sabiduría; eso es, cómo vivir en una manera justa. Algo nuevo de este libro es la afirmación que los hombres experimentarán la inmortalidad como regalo de Dios si viven justamente. 

El pasaje hoy se dirige a Dios en forma de oración. El autor, quienquiera sea, reconoce a Dios como ambos misericordioso y poderoso. De hecho, dice que Dios es misericordioso porque es todopoderoso. Como un rico puede donar grandes cantidades de plata a los pobres porque tiene mucha en reserva, Dios muestra la compasión porque no tiene que temer que el beneficiario vuelva a dañarle. Y Dios no ayuda sólo a quien le dé la gana. Más bien, es bondadoso con todos porque su naturaleza es la bondad. 

A veces nos exaspera la bondad de Dios. Preguntamos: “¿Por qué no aniquila a los narcotraficantes aterrorizando la frontera norteña de México?” o, más cerca de casa, “¿Por cuánto tiempo tenemos que ver a nuestros hijos vacilando?” La respuesta que hace el más sentido, aunque no nos quita totalmente la inquietud, es que Dios les muestra la paciencia a todas sus criaturas para que se arrepientan de sus maldades. 

No sólo Dios tiene paciencia con los hombres, sino quiere que seamos así también nosotros. Dice el Libro de Sabiduría: “El justo debe ser humano”; eso es, que no dejemos a nadie como perdido. Al menos tenemos que rezar por aquellos que no viven como Dios manda. Una madre dijo que había ayudado a su hijo drogadicto con algún dinerito cuando todo el mundo decía que era desesperado. Por su indulgencia – siguió ella - el hombre comenzó a recuperar el equilibrio. Otro ejemplo es una mujer que sigue telefoneando a su madre viuda aunque la mayor muchas veces no le contesta. La hija sabe que su madre tiene sus propias idiosincrasias y que le satisface sólo escuchar la voz de ella en el contestador diciéndole que le ama.

No debe ser sorpresa que Jesús, la misericordia de Dios encarnada, también nos pide la paciencia. Nos da la parábola del trigo y la cizaña para advertirnos que nadie sabe quién volverá justo y quién no. Nuestra tarea es ayudar a todos para que se salven tantos como posible. Ciertamente Jesús nunca le dio la espalda a nadie sino enseñó, curó y, últimamente, entregó su vida por tanto los ricos como los pobres, por tanto los eruditos como los analfabetos, por tanto los caprichosos como los ingenuos.

“Las almas de los justos están en las manos de Dios”, dice el Libro de la Sabiduría. Eso es, aquellos que tratan a todos como humanos no van a ser aniquilados en la muerte. Más bien, van a conocer la misericordia de Dios. Van a conocer a Jesús, el justo. (Fuente: Preachers' Exchange)


 

Domingo, julio 10 de 2011__________________________________


 

XV DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 55:10-11; Romanos 8:18-23; Mateo 13:1-23)


Toma el teléfono. Llama a cuatro amigos. Habla por quince minutos con cada uno. Escucharás del tiempo, de fiestas y de trabajo. Más tarde o más temprano ti dirán también historias de sufrimiento. No se puede escapar el dolor y la pena en esta vida. Se puede decir que sin el sufrimiento no seríamos humanos. En la segunda lectura san Pablo nos enseña cómo hacer frente a este reto inevitable.

Muchos sufren dolores físicos. Un viejo tiene artritis en la rodilla que le deja en agonía con cada paso que tome. Un joven queda en cama porque la leucemia chupa su energía. Tan difíciles que sean estas enfermedades, tal vez los enfermos sufran más espiritualmente que físicamente. Restringidos a la casa o postrados en el hospital, los enfermos a menudo sienten aislados y solos. Aunque en el principio reciben visitas, después de un mes aun llamadas telefónicas se hacen esporádicas. Se extiende el dolor espiritual fácilmente en todas direcciones: los niños que han sido abusados; las mujeres que han sido violados; los soldados que sufren el desorden del estrés pos-traumático; los trabajadores que se desemplean. Se puede ver el doble golpe del dolor después de un accidente o un desastre natural. Un choque deja al chofer lesionado, sin carro, y endeudado. Un tornado destruye la casa y mata la mitad de la familia.

“¿Por qué - preguntamos – hay tanto sufrimiento?” Los científicos explican el dolor con referencias a células de nervio alcanzando al cerebro. Los sociólogos teorizan sobre la huida de los enfermos por el temor controlando las reacciones humanas. Los meteorólogos contribuyen sus ideas sobre los fuertes cambios del tiempo. Tan satisfactorios que sean estos aportes para entender el gran matriz del sufrimiento, no son adecuados si no reconocen la causa humana. La tradición bíblica ha colocado la fuente del sufrimiento en la rebelión del hombre contra Dios. Sí, estira nuestra mente pensar en el pecado de entes tan pequeños como nosotros humanos detrás de todo el dolor en el mundo pero es lo que san Pablo quiere decir cuando dice en la lectura, “…la creación está sometida al desorden, no por su querer, sino por la voluntad de aquel que la sometió”. Está refiriéndose al libro de Génesis donde Dios somete la creación al desorden como consecuencia del pecado de Adán. 

Nosotros hijos e hijas de Dios no escapamos el sufrimiento. Aunque somos redimidos por Cristo, no hemos recibido exención del dolor tanto físico como espiritual. Emitimos el grito, “O Dios, ¿cuánto más tendremos que sufrir?” cada vez que escuchamos otro caso de cáncer u otra incidente de crimen. En la lectura san Pablo sugiere que la naturaleza da eco a nuestros suspiros para alivio. Parece que la tierra gime cuando un huracán desata su furia o cuando la contaminación del aire casi no permite que los rayos del sol lo penetren. 

Sin embrago, en el intervalo entre ahora y la venida del Señor en la gloria nosotros seguidores de Cristo no quedamos meramente suspirando. Al contrario, imaginando cómo aparecerá la redención, nos esforzamos en cuanto posible hacerla realidad. Es el empeño de un poeta mexicano organizando a cada persona que encuentre para salvar las mariposas del bosque. Es la compasión de una pareja a la cual el estado le encomienda a niños de familias en conflicto para cuidar. Es el testimonio de una diócesis norteamericana que ha construido un hospital en Honduras para atender a los pobres.
Una cartelera en la carretera muestra un recién nacido con sus brazos abiertos. Dice, “Bebé, es una gran cosa”. Sí, el nacimiento de otro ser humano es una gran cosa. Es un ente pequeño, pero va a crecer a ser hombre. Así contribuirá al desorden por el pecado o prestará su aporte para aliviarlo. “Bebé, es una gran cosa”. (Fuente: Preachers' Exchange)

 


 

Domingo, julio 03 de 2011__________________________________

 

EL XIV DOMINGO ORDINARIO

(Zacarías 9:9-10; Romanos 8:9.11-13; Mateo 11:25-30)

Es tiempo de acostarse. El prisionero político revisa su día. Comió bastante. Encontró un pedazo de acero que le servirá como navaja. No fue echado en la incomunicación. Su vida es dura, pero el hombre tiene diferentes motivos para dar gracias a Dios. Así el escritor ruso Alejandro Solzhenitsin termina una novela sobre un gulag. En un sentido es como encontramos a Jesús en el evangelio hoy.

Una dificultad que tenemos por leer sólo tramos del evangelio cada domingo es que perdimos la vista del contexto. En la sección que acabamos de leer, por ejemplo, no tenemos cuenta que Jesús está dando gracias a su Padre Dios a pesar de que no le ha ido muy bien. Aunque la gente se maravilla de sus curaciones, no le sigue en grandes números. Más frustrante aún, a cada paso los fariseos llegan disputando su autoridad. Sin embargo, Jesús no permite que se quede por vencido sino se alegra por las bendiciones que ha tenido. Ha formado un grupo de discípulos. Ha ayudado a muchas personas. Y, sobre todo, siente la cercanía de su Padre Dios. Es como la mujer con el SIDA hace varios años que dio gracias por haber conocido a las muchas personas que le acudían con ayuda.

La mujer pertenece al grupo de dichosos que se dan cuenta cómo la vida es un regalo de Dios, pase lo que pase. No tienen que angustiarse por la falta de las cosas que se vendan en Target porque Dios les va a proveer. No es que den por descontado el pan en la mesa. Más bien, entienden que Dios ha ordenado que cada humano trabaje. Pero, como Jesús ha revelado cada paso de su misión, Dios no es cacique ni juez sino un Padre indulgente. Como el viñador, el Padre paga a todos lo suficiente para vivir, tanto a aquellos que lleguen a la última hora como a los madrugadores. Como el rey, el Padre invita a todos al banquete que hace por su hijo, sean de la nobleza o sean de la clase obrera.

Sin embargo, los sabios del mundo no ven a Dios como Padre. Si admiten que existe, proponen que es una fuerza remota. Dirían que tal vez hubiera creado el universo, o mejor decir, lo hubiera puesto en marcha con el Big Bang, pero ya se ha retirado. Según ellos no es posible que le importe cada persona humana. Como pruebas ofrecerán los terremotos que matan miles de personas y los bebés que sufren de enfermedades fatales. Es posible que algunos de nosotros también no sientan seguros del amor de Dios en una recesión económica que sigue tomando los empleos de compañeros o cuando muere un ser querido.

Particularmente en momentos como estos, Jesús nos llama: “Vengan a mí”. Él sufrirá con nosotros porque como ser humano ha experimentado la brutalidad de la naturaleza, las decepciones de otras personas, y las tentaciones al corazón nuestro. Y como Dios, Jesús tiene unos mil millones modos para socorrernos. Facilita descubrimientos que cambian la perspectiva como el caso de las familias de niños con discapacidades serias como el síndrome Down. Estas familias se angustian cuando se enteran de la condición pero a menudo en tiempo se dan cuenta de que tales niños sirven como el foco de la cohesión y el afecto entre todos. También Jesús a veces actúa para cambiar lo que tiene que aparecer a nosotros como los azares. Una mujer que perdió su trabajo en el bajón económico pide oraciones y dentro de poco encuentra dos empleos nuevos.

¿Hay un costo para las bendiciones de Jesús? Realmente no. La gracia siempre es libre; si no, no sería la gracia. Sin embargo, Jesús nos pide que tomemos su yugo sobre nuestros hombros. Quiere decir que nos conformemos a su ritmo como el Señor. Si vamos a acompañarlo, tendremos que actuar como él. Esto es el propósito de la moral de la Iglesia. Nos enseña cómo caminar con Jesús para que nos aprovechemos de su gracia.

“Vengan y únete con nosotros”, anuncia una emisora de radio por su celebración del cuatro de julio. Van a tener comida, música, y, por supuesto, cohetes. ¿Suena bien? ¿Cómo no? Pero pase lo que pase, la oferta no es tan dichosa como la de Jesús. Nos dice, “Vengan a mí”, para servir como el foco de la cohesión y el afecto. Es cierto: Jesús es el foco de nuestra cohesión y afecto. (Fuente: Preachers' Exchange)


 

Domingo, junio 26 de 2011__________________________________

 

La Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo

 

(Deuteronomio 8,2-3.14-16; I Corintios 10:16-17; Juan 6:51-58)

Hoy en día hay mucha comida. Aun los países pobres se abundan de comestibles. Sí, de vez en cuando un pueblo pasa hambruna como en Darfur, África, hace poco. Pero tales privaciones a menudo resultan de la guerra no de la verdadera escasez. De hecho ahora se preocupa más por la superabundancia del pan que por su falta. Mucha gente está muriendo de infartos, cánceres, diabetes, y otras enfermedades relacionadas con la obesidad. En este ambiente de plenitud algunos querrían preguntar, ¿cómo se afecta nuestro aprecio para el Pan vivo, el cuerpo de Cristo? La pregunta es particularmente apropiada hoy cuando estamos celebrando Corpus Christi.

Con almacenes gigantes como Sam’s repletos con comidas, ¿no es que llame menos atención la oferta de Jesús en el evangelio del Pan vivo? Tan bueno como es, el Cuerpo de Cristo no atraerá a tantos donde hay carne de cien tipos de animales en el alcance. También el hecho que la gente al promedio vive casi doble el tiempo que vivía hace cien años ha disminuido, creo, el interés en el Pan de la vida eterna. Llegando a ochenta o noventa años con cuerpos doblados y memorias débiles, muchas personas se satisfacen con la muerte ya próxima.

Pero no entendemos bien lo que contiene el Pan que Jesús ofrece. Es algo tan diferente que comida de la tienda como la computadora se difiere del papel y pluma. Los comestibles son cosas muertas que el cuerpo consume para transformarlos en sí mismo. En contraste, el Pan que Jesús ofrece vive de modo que él transforme al consumidor en el Cuerpo de Cristo. En otras palabras cuando tomamos el Cuerpo de Cristo, Cristo no se transforma en nosotros sino nosotros en Cristo. Nos hacemos miembros de su Cuerpo, la Iglesia, fortalecidos para su misión de proclamar el reino de Dios Padre al mundo.

Participando en el Cuerpo de Cristo, podemos comprender mejor lo que es la vida eterna. Muchos piensan que la vida eterna es la vida que dura para siempre. No están completamente equivocados, pero a su raíz la vida eterna no se encuentra en el campo de tiempo sino en otra tierra. La vida eterna refiere a la vida del amor que la Santísima Trinidad ha disfrutado desde siempre. En un cine reciente se describe la dinámica de este amor. La historia tiene lugar en Argelia donde unos monjes franceses viven en paz entre la gente musulmán. Entonces los terroristas llegan amenazando a los monjes con la muerte si no dejan el monasterio. Huirían si no fuera por la gente que les pide quedarse. Eventualmente los monjes son masacrados. Pero antes del martirio una muchacha musulmana pregunta a uno de los monjes cómo es enamorarse. El monje responde: “Hay algo dentro de ti que se pone vivo… Es irreprensible y te hace el corazón latir más rápido”. La muchacha sigue preguntando si el monje jamás se ha enamorado. Él responde: “Sí, varias veces. Entonces encontré otro amor, aún más grande. Y respondí a ese amor”. Este es el amor de Dios que también llega a nosotros. Cuando lo aceptamos, experimentamos la vida eterna. Con este amor no tenemos que temer nada, ni siquiera la muerte. Pues este amor va a llevarnos más allá que la muerte.

El amor de Dios nos fortalece para superar los desafíos diarios. Los deseos para el exceso del pan, del placer, y de la plata no nos tiran como antes. Más bien nos preocupa de complacer a Jesús todos los días, todos momentos del día. Por amor a Jesús una ejecutiva de IBM dejó su empleo para cuidar a su mamá enferma. Cuando la madre falleció, la mujer se dedicó al ministerio parroquial. No es que todos nosotros podamos desistir a trabajar para ayudar a los demás porque es precisamente por nuestros empleos que estamos cuidando a nuestras familias. Sin embargo, sí, por el amor podemos hacer nuestro trabajo y cuidar a nuestras familias con más empeño para servir al Señor Jesús.

Una pintura ha estado llamando la atención por los últimos cuarenta años. Muestra a Cristo en la cruz. No hay nada diferente en esto. Un escritor dice que a lo mejor el Jesús crucificado es el retrato más pintado en la historia. No, esta pintura nos atrae porque se compone el Cristo de las figuras de muchas personas humanas. Está allí el papa Pablo Sixto, Martin Luther King, Jr., otros personajes históricos, y miles de personas no conocidas. Es lo que nos hace el Pan vivo. Cuando lo consumimos, él no se hace parte de nosotros sino que nosotros nos hacemos parte de él. Nos hacemos partes del Cuerpo de Cristo. (Fuente: Preachers' Exchange)


 

 

Domingo, junio 19 de 2011__________________________________

 

LA SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

(Éxodo 34:4-6.8-9; II Corintios 13:11-13; Juan 3:16-18) 


Vaya a cualquiera biblioteca pública.  A lo mejor va a notar que las novelas de misterio atraen el mayor interés.  A la gente le gusta comparar su perspicacia con la de Sherlock Holmes o del Agente 007.  Pero cuando hablamos del misterio de Dios, no deberíamos pensar en un asesinato para solucionarse.   No, Dios es misterio que no se puede penetrar.  Sin embargo, se nos ha revelado un poco de sí mismo – realmente sólo el punto del iceberg --  que ahora hemos de explorar.  Pues, es la fiesta de la Santísima Trinidad. 


A lo mejor queremos responder a la propuesta por decir: “Otro tiempo”.  Tan elevado que sea, reflexionar sobre el misterio de Dios parece como algo secundario para la vida diaria.  Pero es así sólo por nuestra miopía.  Cuando consideramos lo que está pasando alrededor de nosotros, deberíamos poder ver la relevancia de la comunión de la cual se forma la divinidad.  La realidad hoy llama la atención de los ángeles más tranquilos.  La independencia y el individualismo están contaminando la atmósfera como el cuarto para fumadores.  Un problema entre miles: el sobreuso del automóvil hace el aire tan mugroso que amenaza la respiración.  Esto ha sido la queja por décadas en los Estados Unidos, pero ahora se la oye también en el África.  Más retador aun es el fenómeno de la familia como un grupo de individuos que casi nunca recrean, comen, o rezan juntos.  Este estilo de vida les priva a los jóvenes del aprendizaje de valores realmente humanos.  La revelación sobre Dios como la comunión del amor que ha creado los seres humanos en su imagen contrarresta las tendencias egoístas de la actualidad. 


Pero la consideración de la Santa Trinidad provee más utilidad que un modelo general de vida.  Se puede ver que la misión de cada uno de las tres personas se dirige al bien del mundo.  Sólo tenemos que pensar un poco sobre quien es el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo para darnos cuenta que la Trinidad sirve como un mapa para llegar a nuestro destino. 


Hoy, el Día del Padre, felicitamos a nuestros papás por darnos alguna cosa más que la vida biológica.  Los honramos por habernos pasado la vida humana en sentido completo.  Estamos agradecidos porque nos han enseñado a decir la verdad, a reírse a la locura humana, y a amar, eso es afirmar la bondad de nuestros vecinos.  Con más razón aun, alabamos a Dios Padre por haber elevado estos valores al nivel de su gloria.  Nos llena de la sabiduría que ve el oro como no tan brillante que la justicia.  Nos proporciona la humildad para reírnos a nosotros mismos con el conocimiento que Dios, el Misericordioso, perdona nuestros errores sinceramente arrepentidos.  Finalmente nos regala su caridad que nos mueve a sacrificarnos por el bien común. 


Se ha dicho que el pasaje evangélico de la misa hoy contiene las palabras más bellas en toda la Biblia:   “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único”.  Jesús, el Hijo de Dios, nació para comunicar el afecto del Padre a todos.  Su amor vale más que un mensaje entendido por la inteligencia como “el Reino de Dios es como un padre que busca a los dos hijos desviados”.  También es más que una gracia que nos ayuda adelantar el proyecto de la vida: “Jesús sana a diez leprosos”.  No, estamos hablando del amor de Dios que sobrepasa por mucho nuestra imaginación.  Jesús, muerto y resucitado, comparte con nosotros su propio cuerpo en la Eucaristía a consumirse para que tengamos su vida eterna.  Esta vida nos hace hermanos no sólo con él sino con gentes de todas razas, lenguas, y naciones.  Ya sabemos que no vivimos por nosotros sino por los demás. 


Aunque se asocia el Espíritu Santo con todas acciones de la divinidad, se lo conoce el más por la formación de la Iglesia.  Al día de Pentecostés el Espíritu Santo posó sobre los discípulos como lenguas del fuego para poner en acción la comunidad de Cristo.  Nunca la ha dejado a pesar de varios atentos de parte de sus propios miembros a veces para quitárselo.  La Iglesia nos instruye cómo vivir con virtud en el mundo actual.  Hace dos semanas el papa Benedicto dijo algo llamativo sobre la familia.  Recalcó el papel de la familia en formar la conciencia para que la persona busque la verdad y el bien.  Dijo que lo que comienza la familia, la parroquia sigue desarrollando.  En fin tenemos no sólo católicos responsables sino una sociedad justa. (Fuente: 
Preachers' Exchange)

 

 

  
VALLENATOS

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